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OPINIÓN - JUEVES, 21 DE DICIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

El anisakis que viene
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Estoy esperando a que algún alma noble me regale esta Navidad un jamón, no porque tenga la mínima intención de llevarlo a deshuesar y pegarme un festival para generar adipositos, sino para regalárselo al padre cura de mi parroquia y que me de una dispensa para comer pescado sin congelar. Antes, se compraban las bulas y dispensas para poder comer carne durante la Semana Santa y los curas, por cierto, no se gastaban las dádivas en el bingo ni reparaban sus sotanas raídas, sino que hacían caridad con los pobres. Supongo que actualmente seguirá la costumbre, aunque nunca he pedido que me dispensen de nada, pero lo mismo, si los nuestros nos liamos con las bulas y visto que los ateos están reculando en su beligerancia, el Ministerio de Sanidad reconsidera sus pamplinas y nos permite degustar los genuinos boquerones en vinagre sin haberlos congelado previamente. Ya saben, la asquientosidad del anisakis, el virus o la bacteria de los cojones, que dicen que infecta el pescado crudo y ahora hay que pasar por hielo cualquier delicia de piscifactoría o de la mar.

Y ese bicho, el anisakis, debe ser cosa nueva o algo de la guerra bacteriológica, porque toda la vida nos hemos metido entre pecho y espalda esos boquerones, ese caldillo de pintarroja, ese adobillo y todo lo que nos ha salido de la ingle y estado al alcance de nuestros bolsillos sin intoxicarnos ni que nos dé alergia alimentaria. Para mí que los únicos que tenían problemas con la comida eran los celíacos y algunos casos de intolerancia a los lácteos, pero ignoraba, pese a leer con interés todos los suplementos dominicales de salud, es decir, literatura médica divulgativa al alcance de mi diáfana inteligencia superficial, ignoraba que “todos” corremos riesgos porque, el pescado, en general, está contaminado. Eso sí, no nos explican las causas de la aparición del anisakis de las pelotas, ni de donde viene, ni si es algo creado por enemigos colectivos para envenenarnos. Solo sabemos que está y que podemos enfermar en plan epidemia de cagaleras y alergias. Por cierto, el marisco no tiene el bicho y no hay que congelarlo. ¿No les huele el tema a invento de poderosas multinacionales que se han hecho con el monopolio del centollo y quieren asustarnos para que no comamos sardinas? Si. Tienen razón. Me estoy poniendo conspiranoica, pero todo este montaje, justo en las Navidades, cuando las gentes hacen un dispendio en alimentación y los grandes cocineros se quejan amargamente porque el pescado congelado pierde textura y sabor y ahuyenta a los comensales, toda esta invitación a comer marisco me parece que se adentra de lleno en la Teoría de la Conspiración y que hay poderes ocultos que instrumentalizan el anisakis para impedirnos la tapa baratera del boqueroncillo en vinagre. Aunque si piensan que no asustan yerran, al menos no han sopesado, esos conspiradores tras los cuales puede muy bien estar el gobierno de Corea del Norte o el mismo Putin, no han sopesado la calidad y dureza de los estómagos nacidos y criados en el Rif. Si yo he sobrevivido al Nador posterior al Protectorado no hay virus ni bacteria que me pueda porque he mamado anticuerpos. Por ello insito en el tema del jamón como pago de una dispensa y que, el Gobierno, para no atentar contra nuestras creencias nos permita a hombres y mujeres de fe buscarnos la vida y el pescado de pegar saltos en el puesto a nuestras barrigas. La muerte no es el final, amamos el riesgo.
 

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