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OPINIÓN - JUEVES, 21 DE DICIEMBRE DE 2006

 
OPINIÓN / AL FONDO, A LA IZQUIERDA

Cuando las calles no tienen nombre

Por Gonzalo Sanz


Las ciudades son entes vivos, espacios de interacción entre ciudadanos. Los ciudadanos hacen las ciudades, modelándolas y configurando su identidad. Un madrileño se siente de Madrid porque hace uso de sus espacios, disfrutando de las ventajas que se ofrecen de la vida en común y responsabilizándose de los deberes que como residente le son inherentes. Es precisamente en ese equilibrio, fruto de ser receptor de servicios y emisor de responsabilidades, donde surge la sensación de pertenencia, es decir, la identidad ciudadana.

Cuando se rompe ese equilibrio, se produce un desajuste en ese mecanismo interno que hace a un vecino sentirse parte activa de un todo. Y en Ceuta sabemos mucho de esto. El resplandor de un Centro, iluminado y engalanado como un decorado preciosista, sirve de marco a un Vivas que acecha tras las esquinas tirándose literalmente a estrechar manos (y de paso cosechar unos votillos) bajo un manto preciosista que cuesta, según rezan los presupuestos, unos 140 millones de pesetas al año. Ahí es nada.

Sin embargo, la vuelta a casa supone la triste vuelta a la otra Ceuta, la que en el PP llaman “la periferia”. Filas de grisaceos periféricos cruzamos la frontera del puente del Cristo (quizás propongan pedir pasaporte en el futuro) y nos disponemos, con resignación pero con el valioso olor a presidente en la mano derecha, a volver a casa. El cegador “efecto Revellín” pasa factura y cada vez los edificios y calles palidecen mas. Conforme se avanza por las avenidas de Otero, África o España, en dirección a Benítez, Juan Carlos I o Hadú, se pregunta uno si todo habrá sido un sueño o un espejismo. No, no, aún aguanta el olor.

Pobre del que tenga que llegar hasta el Príncipe o Benzú, a la calle…mmm, sin nombre, sin luz, y sobre todo y lo que es peor, sin dignidad. Porque si Ceuta algún día quiere ser ese ejemplo a seguir que algunos políticos hipócritamente invocan y no promueven, lo será porque hayamos conseguido que sea la suma de todos. Porque los ceutíes debemos construir nuestra Ciudad mirándonos unos a otros las caras y nunca dando la espalda a realidades que sólo pueden ser germen de marginalidad y exclusión. Porque merecemos sentirnos orgullosos de ser caballas y eso implica ser parte de un equipo que no conozca cuotas, ni guetos ni desigualdades tan vergonzantes como las que asumimos como sociedad que mira al futuro. Porque el ellos y el nosotros, el nosotros y el ellos no debería tener cabida en una Ciudad donde nos rozamos en el autobús, donde nuestros hijos comparten pupitre y donde el éxito o el fracaso no harán distingo alguno. Abdelkader y Marta serán, por igual, víctimas de una sociedad cuyos gobernantes habrán preferido usar los 4500 millones de pesetas anuales de que disponen para afrontar un horizonte de caballas orgullosos de una identidad propia, en aferrarse al poder.

Eso sí, terciopelo, pompa y 50.000 euros para el premio Convivencia. Cuanta ironía para una Ciudad que acaba de parir sus primeros presuntos terroristas made in Ceuta. Curiosamente de allí donde las calles no tienen nombre.
 

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