PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - DOMINGO, 24 DE DICIEMBRE DE 2006

 
OPINIÓN / CARTA PASTORAL

Jornada mundial de la paz 2007: “La persona humana, corazón de la paz”

Por Antonio Ceballos Atienza


Mis queridos diocesanos:

Desde que el Papa Pablo VI creara hace 41 años la Jornada Mundial de la Paz, todos los años, el día 1 de enero, la Iglesia proclama su mensaje de reconciliación universal y lanza un grito suplicante por la paz y la justicia entre los hombres y los pueblos.

1. La persona humana, corazón de la paz


El Papa Benedicto XVI ha propuesto el siguiente lema: “La persona humana, corazón de la paz” (1), como queriendo indicar, que no pongamos límites, que no alcemos los muros que estrechan y encierran el clamor por la paz. El Papa llama a lo más hondo del corazón y a lo más ancho del mundo, para que apreciemos la universalidad de una paz dolorosamente aplazada. Dice el Papa Benedicto: “Estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral”. Porque la violencia y la amenaza no tienen contornos precisos y delimitados. Anida en el corazón del hombre y se extiende e invade las naciones y los pueblos. El Papa se dirige en particular a todos los que están probados por el dolor y el sufrimiento y, sobre todo a los niños, que con su inocencia enriquecen de bondad y esperanza a la humanidad y, con su dolor, nos impulsan a todos a trabajar por la justicia y la paz (2). El creyente debe sentirse convocado en lo más íntimo de su fe y de su relación con Dios a esta llamada suplicante de paz.

2. La persona humana y la paz


Dios mira a los hombres con mirada de paz. Una paz que viene de Dios mismo (3), cerrando la alianza eterna con los hombres (4). Por eso rechaza la falsedad de los que dicen paz, cuando no la hay (5). La paz exige la práctica de la justicia y de la misericordia: “el fruto de la justicia es la paz” (6), y allá en el horizonte anhelado, la esperanza de reconciliación entre los pueblos en que “no alzarán la espada nación contra nación ni se ejercitarán para la guerra” (7).

En estos días cuando continúan resonando en el corazón del hombre el mensaje de la Navidad debemos acoger con gratitud, la paz de Cristo (8), que Él nos ganó con su sangre. Jesucristo, nuestra paz, derriba el muro que separaba los pueblos, creando un solo Hombre Nuevo haciendo la paz “por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad” (9).

3. Don de la paz


El Papa Benedicto en su Mensaje afirma: “La paz es al mismo tiempo un don y una tarea. Si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos, la capacidad de vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad, supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es más aún, que la paz es un don de Dios” (10). En la promesa y en la esperanza de la plena reconciliación y de la paz se sitúa el creyente y trabaja sin desmayo, adelantando en lo posible un cielo nuevo y una tierra nueva que Jesucristo ganó para todos.

4. Tarea de la paz


Nosotros no pongamos límite a esta llamada por la paz que nace de la justicia entre los hombres y los pueblos. Es una tarea en la que tenemos que ejercitarnos para ser constructores de la paz. Cualquier conflicto, cualquier situación, cualquier sufrimiento interpelan y evocan al cristiano. Nadie puede alegar hoy ignorancia o sentirse lejano de los sufrimientos y violencias. Por la universalidad de la información todos sabemos de alguna forma y todo se aproxima hasta entrar en nuestro hogar y en nuestro espíritu. Y siempre podemos hacer algo. La violencia comienza y nace en el interior de cada uno y crea en torno nuestro la crispación que vivimos en nuestras relaciones inmediatas y cotidianas (familia, vecinos, trabajos, etc.).

5. Dificultades para una pacífica convivencia de la que nos habla el Papa Benedicto XVI


Más allá, en el horizonte de nuestro país, existen todavía dificultades para una pacífica convivencia de la que nos habla el Papa. Pero, además, no vivimos aislados, sino que estamos metidos de lleno, en los complejos problemas internacionales, de los que no podemos evadirnos. Problemas internacionales, que son nuestros problemas y en los que estamos llamados a jugar un papel.

Estos problemas son conocidos por todos: el derecho a la vida, el derecho a la libertad religiosa, la igualdad de naturaleza de todas las personas, y la ecología de la paz (11). El doloroso caso del Líbano y la nueva configuración de los conflictos. La confrontación Este-Oeste con la sorda y persistente amenaza nuclear que pone en peligro la supervivencia de la misma humanidad. La carrera de armamentos que añade al permanente peligro de la agresión, desmesuradas inversiones en recursos humanos y económicos que sostienen a la lucha más noble contra el hambre, la enfermedad, la inculturización y la injusticia. Mientras las inversiones armamentistas se incrementan de un modo insoportable, los pueblos del Tercer Mundo se hunden en una pobreza que parece no tocar fondo enfrentados en guerras que los desangran y que, en gran medida, son inducidos desde el exterior (12). La explotación abusiva de sus recursos que le hicieron exclamar proféticamente a Juan Pablo II, de feliz memoria, que los Pueblos del Sur pagarán a los opulentos Pueblos del Norte, pueblos que exigen de nosotros justicia y solidaridad.

6. La paz, obra de la justicia


Los Obispos españoles afirmábamos en el Documento “Constructores de la Paz”: “Aunque la paz sea un don que Dios concede a su pueblo, la construcción de la paz es también tarea de los hombres; para ello es preciso vivir con sentimientos de reconciliación, con espíritu de justicia y con actitudes de solidaridad y misericordia hacia los más débiles y necesitados de la sociedad” (13). Por eso, la paz verdadera es obra de la justicia y se construye en la fraternidad.

Tanto la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, como las sucesivas intervenciones de los Papas, han insistido en la necesidad de garantías jurídicas y de pactos internacionales que regulen las relaciones económicas y políticas entre los Estados, y, a la vez protejan las decisiones de los hombres y de los pueblos (14). Si queremos la paz hemos de construir un ordenamiento internacional nuevo en el horizonte de un mundo único y una familia única. En este empeño todos y cada uno, desde su responsabilidad, estamos llamados a la acción.

El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, insiste en la defensa de los derechos de todos y cada uno (15), así como de la unicidad e irrepetibilidad de cada hombre (16), de modo que toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre (17).

La paz aparece solamente donde se salvaguardan las exigencias elementales de la justicia. El respeto incondicional y efectivo de los derechos imperceptibles e inalienables, de cada uno es condición “sine qua non” para que la paz reine en la sociedad (18).

Una sociedad donde estos derechos no son protegidos, no puede estar en paz consigo mismo, lleva en sí un principio de división y explosión. En la medida en que los dirigentes se dediquen a edificar una sociedad plenamente justa, ofrece ya una aportación decisiva a la edificación de una paz auténtica y duradera.

7. La tolerancia, camino de la paz


Lastimar la conciencia es ampliar la hondura a la violencia y generar nuevas violencias que hieren a los hombres, a las comunidades y a los pueblos. Se hiere la conciencia mediante la dominación y la injusticia. Se desprecia la conciencia cuando se acallan las ideas, se niega la libertad o se impide la responsabilidad y la participación. Se lastima la conciencia cuando se manipula a los hombres mediante informaciones parciales o mensajes dirigidos para atentar a la propia libertad y a la identidad moral. No se respeta la conciencia cuando se impide o dificulta vivir conforme a las propias convicciones morales. Se lastima la conciencia cuando se niega la libertad religiosa y su ejercicio tolerante y pacífico.

En este sentido el Papa Juan Pablo II señala la intolerancia como una amenaza para la paz (19). “La libertad de conciencia, rectamente entendida, por su misma naturaleza está siempre ordenada a la verdad. Por consiguiente, ella conduce no a la intolerancia, sino a la tolerancia y a la reconciliación. Esta tolerancia no es una virtud pasiva, pues tiene sus raíces en un amor operante y tiende a transformarse y convertirse en un esfuerzo positivo para asegurar la libertad y la paz de todos” (20).

Es evidente que en nuestra sociedad se dan diferencias culturales, ideológicas, religiosas, políticas, económicas, sociales y generacionales. La radicalidad y la intolerancia nos apartarían del camino de la paz. Es imprescindible un esfuerzo de comprensión y de progreso social en actitudes de convivencia y solidaridad. La sociedad y el pluralismo, resultado de un reconocimiento de la libertad en la vida social y política, no tienen por qué convertirse en rivalidad e intolerancia si progresamos socialmente en actitudes morales requeridas por la paz (21), siendo defensores de la libertad de todos y de una sociedad fundada en el respeto, el diálogo, la colaboración y la convivencia y solidarios en el reconocimiento de la dignidad de toda persona humana y en el empeño por el bien común.

Cada cristiano, con humildad, debe sentirse a la escucha de la voz de la conciencia, evitando la tentación de erigirse en norma intolerante de la verdad. Juan Pablo II diría que la contraseña de quién está en la verdad es amar con humildad, porque la verdad se realiza en la caridad. Sólo el amor y la misericordia podrán cumplir esa paz que será de todos o de ninguno.

Queridos diocesanos, escuchemos al Papa Benedicto y leamos con atención su Mensaje sobre la Paz, que nuevamente nos habla al corazón. Celebremos esta Jornada Mundial de la Paz, conscientes del servicio que como cristianos estamos obligados a prestar al mundo de hoy, y recemos insistentemente por la paz del mundo.

Que la Santísima Virgen María, Reina de la Paz y Madre de todos los hombres, nos alcance la gracia de un corazón nuevo para construir un nuevo orden en las relaciones de los hombres y de los pueblos, cimentadas en la libertad y la justicia, la verdad, el amor y la paz.


Reza por vosotros, os quiere y bendice,
Obispo de Cádiz y Ceuta
Cádiz, 20 de diciembre de 2006.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto