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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 03 DE ENERO DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Ya vienen los Reyes Magos…
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

“…caminito de Belén, olé,olé,olé San José…”. En Nador, corazón del Rif, los niños, en general, sin diferencia de razas ni creencias esperábamos durante estos día, expectantes y levemente ansiosos la llegada de Sus Majestades desde Melilla. No conocí a ningún niño , cristiano o musulmán, primero en mi colegio de la Divina Infantita y más tarde en el Instituto del pueblo, que no recibiera sus obsequios. Era tradición profunda de esas que a todos aprovecha, porque también en casa nos dábamos un festín en la Fiesta del Cordero y comíamos la jarera de Ramadam. Eso es lo bueno del mestizaje: que aprovechas lo más guay de cada hecho cultural. Aunque, a nivel ceremonias de tronío, me quedo con una buena boda Yeli, donde llegue la arrejuntaora en la madrugá de jolgorio y fiesta a sacarle el pañuelo a la novia con las tres rosas rojas de la virginidad. De hecho, voy a cambiar la foto de mi rácana columna para poner una del año pasado en una boda gitana, donde yo era la más sosa de la celebración y que fue tipo la boda de Farruquito, pero sin tantos medios económicos. ¿Qué les cuente? Otro día, hoy me encuentro espiritualmente subyugada por esos tres Magos que vienen desde Oriente con sus camellos y que ya han enviado a sus pajes a todas las ciudades de la cristiandad para recoger las cartas de los niños. Mil veces he relatado como, en el Belén, los Magos astrólogos iban avanzando por el camino en dirección al Portal siguiendo a la estrella, al menos ese misterio acontecía en el Nacimiento de casa, cuando mi progenitor no había comenzado aún a ensimismarse con los textos coránicos ni con las predicciones y los gorigoris de sus ufkires de cabecera. ¡Valiente gazpachuelo es mi familia biológica!.

Pero, en aquellos años cincuenta la tradición pesaba como una losa de algodón de azúcar, losa era, pero diáfana y evanescente, algodonosa y dulce como la chupaquía. Cantábamos villancicos en español, pero reíamos y nos ilusionábamos siendo cheljaouis y en ese bello tamazigth que me arrancaron del alma a hostia limpia en el colegio del Buen Consejo de Melilla, misin fidiej sus ideas de locas. Pero pelillos a la Mar Chica, por mucha nostalgia que sienta de ese “tal como fuimos” rifeño en estas tierras andaluzas donde ando enamorada de mi barriada de El Palo, no por glamour, sino porque se me asemeja un mix entre el Tetuán y el Nador posteriores a la Independencia de 1956. Aunque en el bar donde paro a tomar mis cafés de madrugada, aún oscurecido y que se llama “Florido” se hable entre andaluz paleño, cerrado y rotundo y caló sabroso y a menos que canta un gallo, ante el carajillo y los churros, se alcen las palmas por bulerías de un villancico andaluz que, para mí, son los más hermosos del mundo, superiores a la solemnidad preciosista y polifónica de los alemanes y al alegre crepitar de los anglosajones.

Vivo la espera de los Magos zascandileando por las calles y con ese toque de síndrome del nido vacío que se experimenta cuando los hijos son zangalotones y supongo que, las hijas, mozuelas, porque Dios no me ha premiado con hembras, sino con cuatro hijos varones, mi descansado y amado hijo Gabriel Pineda, mis dos paridos naturales y mi cónyuge que, de los cuatro y por senectud, es el más mañoso y consentido. Pero faltan en mi casa la ventana entreabierta la noche del día cinco de enero, la bandeja de los polvorones, las tres copas de anís para Melchor, Gaspar y Baltasar y la palangana de loza con agua para los camellos…¡Ay!
 

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