PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - LUNES, 08 DE ENERO DE 2007

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Las últimas horas en la vida de un hombre bomba

Por Jorge Pérez Blanca


Allahu akbar es el grito. Y un segundo después todo estalla a su alrededor. Allahu akbar ("Alá es grande. Recemos por él"), grita el hombre bomba. Aprieta el cargador. Y acto seguido, el mundo que lo rodea arde y se vuelve infierno. Aunque a él lo espere el paraíso.

Bayt al ridwan se llama, según el Corán, ese lugar que el cielo musulmán le reserva a sus mártires. Por lo general, jóvenes de bajo perfil con una vida aparentemente normal hasta el día después del atentado. El día en el que su propia familia descubrió que el hijo, el nieto, el sobrino se convirtió en leyenda entre sus propios vecinos y para todo el pueblo palestino. Que su rostro aparece repentinamente en pósters decorando la habitación de los adolescentes. Que los jóvenes escriben su nombre en las paredes. Que un calendario lo mostrará como el mártir del mes. Nadie hablará de suicidio: el Corán lo castiga. Solo de explosión sagrada.

Luego, la organización que lo reclutó golpeará las puertas de la casa. En un sobre, una indemnización que va de los 300 a los 500 dólares. Después, habrá otras donaciones, como las que hace el Comité saudí para la ayuda del Al Quds-Intifada (Ver Apoyo de...). De hecho, el 5 de febrero pasado el Comité anunció que había donado un millón de dólares para "200 familias de mártires".

Los suicidas nunca tienen menos de 18 años ni más de 38. Pueden ser hombres o mujeres, pero son seleccionados de manera rigurosa: no deben ser el principal sostén de la familia. Si los candidatos para el máximo acto de la Jihad (Guerra Santa) son dos hermanos, sólo uno de ellos será seleccionado. Sus características físicas le deben permitir camuflarse sin convenientes entre los israelíes para no levantar sospechas, minutos antes del ataque.

A partir de entonces, vienen meses, a veces años, de un duro y silencioso entrenamiento en el que la religión juega un rol fundamental. Ahuyenta los fantasmas terrenales. Da garantías de un lugar junto al Profeta. Es la llave para vencer el miedo de quienes hasta allí tuvieron, por lo general, poco contacto con actos de violencia. El candidato integrará una célula cerrada, secreta, que lleva un nombre tomado del Corán. Allí dedicará entre dos y cuatro horas diarias a la lectura del libro sagrado. Nasra Hassan es un periodista paquistaní que estuvo más de cinco años investigando el tema. Entrevistó a dirigentes de Hamas, a familiares de kamikazes palestinos e incluso a terroristas que no lograron concretar su atentado. Resumió su investigación en el libro "Un arsenal de creyentes", que todavía no fue traducido al español. Cuenta Hassan: "Ninguno de los hombres bomba tenía el típico perfil de una personalidad suicida. Ninguno de ellos era de baja educación. Tampoco eran muy pobres, limitados intelectualmente ni depresivos. Todos eran muy correctos y serios y en sus comunidades los consideraban unos jóvenes modelo". Hassan aporta también datos concretos sobre los orígenes de los atentados suicidas: el primero ocurrió en abril de 1993, en los territorios ocupados de Cisjordania. Entre ese año y 1998 explotaron en Oriente Medio 37 hombres bomba. Pero desde la irrupción de la segunda Intifada, en setiembre de 2000, hasta el atentado del miércoles contra un autobús en el norte de Israel, las acciones se multiplicaron de manera geométrica: en menos de dos años, 45 kamikazes ya provocaron la muerte de más de cuatrocientos israelíes y un millar de heridos. Sólo desde el 7 de mayo pasado hubo un ataque por semana. Diecisiete en lo que va de este año. El ciclo de violencia no se detiene: los ataques suicidas provocan represalias inmediatas del lado israelí que, a su vez, generan nuevos atentados y otra vez nuevas represalias y nuevos atentados. Los hombre bomba están surtiendo el efecto deseado por su inspirador, el estudiante de ingeniería Yahya Ayyash —asesinado por tropas israelíes en 1996—, que le propuso a Hamas adoptar esta metodología de ataque: una fórmula que combina destrucción, terror y bajos costos. Un ataque suicida —además, claro está, del voluntario— apenas requiere de un par de baterías, cables, mercurio, acetona, clavos y pólvora. No más de 150 dólares. Una semana antes del atentado, dos "instructores" vigilan al kamikaze. Si muestra signos de dudas un entrenador "veterano" se suma como refuerzo. Entonces, ya todo está listo y empieza la cuenta regresiva: el día anterior el hombre bomba preparará su testamento escrito y en videos, que luego se difundirá públicamente. Allí, invitará a otros jóvenes a seguir su ejemplo. Después, lo conocido: más oraciones, abluciones en la mezquita, el Corán oculto en un bolsillo y el grito fatal, antes de la pólvora y la muerte, que termina mezclando su sangre con "sangre enemiga": sangre de chicos, de ancianos, de inocentes. Un infierno imposible de imaginar desde ningún paraíso.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto