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OPINIÓN - VIERNES, 19 DE ENERO DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Vivencias
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

“¡Arf, arf, arf ¡ Soy un maníaco… Te estoy vigilando…” Pese a los jadeos y susurros reconozco la voz “Usted no es un maníaco, sino el pelmazo rompecojones de Ceuta así que no trate de asustarme, a ver ¿Qué quiere?” El tipo se nota molesto “ Usted dijo que salía en Antena 3 Fernández Reyes, el patriarca y no ha salido ¡Mamona!” Le debo una explicación “Disculpe, pero ha habido cambios de última hora y le van a hacer, al parecer, la semana que viene una Máquina de la Verdad” El basilisco de Ceuta es “muy” incorrecto “Pues a ver si se electrocuta con los cables, va a ayudarle usted y también se queda pegada” Paso de sus deseos “Vale, vale, la mandaré una estampa de Nuestro Padre Jesús Cautivo para sus devociones”. Ni así se aplaca y hay en el golpe de su teléfono al colgar, auténtica animadversión. Este basilisco es mi diente podrío, gajes de un oficio que me va a otorgar un Master en recibir mensajes y fulminaciones de depravados, degenerados y un amplio espectro de psicóticos.

Aunque, todos los gajes de mis oficios no consisten en ser objeto de amenazas libidinosas, sino que, dentro de las vivencias cotidianas existen momentos tan enriquecedores que constituye un privilegio el vivirlos. Ayer, por ejemplo, tuve un juicio donde el imputado es compadre mío ya que yo le he echado las aguas a su único hijo. ¿Qué si era tema de drogas? No, un tema de atracos y como mi compadre ha tenido un pasado algo azaroso y ha hecho diecisiete años de prisión, para mí que le tienen manía y por las prisas, incurren en la investigación en nulidades de actuaciones de lo más socorridas. Antes de la vista, la visita de rigor a los mugrientos calabozos de la Audiencia, donde no se puede fumar, pero se fuma tras los barrotes y hay una especie de entente cordial entre los policías, que son almas de Dios y los presos que, pese a que hayan hecho alguna diablura, también son hijos de Dios. Me apalanqué a la vera de la reja para compartir con mi compadre un Chester sin filtro (se lo quito por sentirme legionaria y porque el tabaco sabe más fragante). Le repetí la exigencia de la presencia de letrado desde el comienzo de la investigación cuando la persona está detenida, para garantizar sus derechos y que no se produzca indefensión, luego chismorreamos un poco de conocidos comunes y a todo esto los otros detenidos haciendo corrillo para enterarse porque, las criaturas, pasan allí muchas horas y se aburren mucho y se desesperan. Al despedirme rebusqué en mi cartera y le tendí una estampa del Cautivo “Toma compadre, este es el que te va a ayudar” Me iba pero otro detenido me llamó “¡Señora, señora! ¿Tendría otra para mí? Es que soy devoto” Regresé en silencio y saqué un puñado de estampas, de esas que llevo siempre para tratar de dar una brizna de consuelo a los que, me consta, que lo están pasando de puta pena y a los que, nuestras creencias, definirían como “afligidos”. Le alargué a Nuestro Padre y los otros hombres tendieron las manos en silencio, fui repartiendo mi pequeña carga de esperanza, a un Jesús también esposado con las manos adelante y también, sin duda alguna, asustado y angustiado, igualito que ellos. Los presos besaban la estampa y, en esos momentos, en el húmedo sótano de la Audiencia donde están los hediondos calabozos, sentí eso que se llama “La comunión de los santos” que consiste en mucha gente rezando a la vez al mismo Padre, o supongo yo que, nuestra fe común en el Cautivo nos aunaba y hacía de comunión, aunque nadie seguramente allí abajo fuera santo. Joder, lo recuerdo y me emociono, porque, les juro que,en cada sonrisa de gratitud de los detenidos, de verdad, se lo juro a ustedes, en cada sonrisa me parecía ver la sonrisa de Dios.
 

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