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OPINIÓN - DOMINGO, 21 DE ENERO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

La corrupción
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Lo de las dos Españas enfrentadas vuelve a surgir con toda su crudeza, incitadas por una banda terrorista, capaz de jugar a su antojo con ambas partes. Y mientras ello sucede, la llamada tercera España, la formada por los moderados, siente que los extremistas pueden conducirnos a otra debacle.

Pero no es sólo el terrorismo lo que más preocupa a los ciudadanos, con ser de tanta gravedad, sino que a ello también se suma la corrupción como un hecho capaz de hacer que la gente confunda la actividad política con esa otra de patio de Monipodio, donde llevaban la voz cantante ladrones y rufianes.

Corrupciones ha habido siempre, como pobres y ricos, pero no cabe la menor duda de que en todos los tiempos los corruptos han hecho mucho daño y han generado decadencia en todos los sentidos. Es lo que viene sucediendo desde que se destapó lo de Marbella: ese gran centro de ladrones que operaba bajo la batuta de Jesús Gil convertido en un padrino que extendió sus dominios a Ceuta y Melilla.

Lo ocurrido en la llamada capital de la Costa del Sol, ha conseguido que la gente haya perdido el respeto por los ayuntamientos. Que sospeche de sus concejales y que tenga tragado que todo alcalde, antes o después, tentado por la fiebre del euro, hará posible que las licencias de urbanismo se concedan a quienes pasen por caja. Aunque a cambio haya que hacer caso omiso a lo reflejado en el Plan General de Urbanismo.

La detención del alcalde de Alhaurín el Grande, Juan Martín Serón, y Gregorio Guerra, concejal de urbanismo, ambos pertenecientes al Partido Popular, ha evidenciado que la corrupción, o el indicio de ella, es peligrosa en extremo y al margen de otros muchos daños, causa el de la división entre españoles que muy pronto suelen alinearse en bandos carentes de moderación y gritan sus consignas como si fueran dogmas.

Del alcalde de Alhaurín el Grande, cuando fue detenido el jueves pasado, me sorprendieron sus gritos mientras caminaba junto a sus guardianes: “No van a por mí, van a por el PP”. Y luego, a voz en cuello otra vez, le echó las culpas a Zapatero y a sus deseos de convertir España en una pseudo república. Esas acusaciones, aireadas ante muchísimas personas congregadas en el lugar de los hechos, eran endemoniadas. Peligrosas y nunca dignas de un señor licenciado en no sé qué y a quien se le supone que como alcalde ha de saber conservar la calma en situaciones extremas. Y mucho más si él está seguro de que no ha infringido las leyes y, mucho menos, se ha llevado a su casa la pasta metida en sacos.

Tampoco han sido muy acertadas las declaraciones hechas desde Génova. Dicen los populares que están sorprendidos porque las detenciones del alcalde y el concejal se hayan producido justo después de la comida-mitin celebrada en el municipio malagueño, y presidida por Mariano Rajoy.

Hombre, peor hubiera sido, digo yo, que los policías judiciales hubiesen interrumpido el acto para detener a los dos políticos ante las barbas del presidente del PP y jefe de la oposición. Lo que sí es verdad que tales manifestaciones no hacen más que, al igual que con las referentes al terrorismo, ahondar en las heridas de esas dos Españas fanáticas y que los moderados vuelven a ver en estado de auge.

Las elecciones municipales y autonómicas están a la vuelta de la esquina. Los políticos han empezado a despellejarse. Los fanáticos, incluso los ilustrados, piden que se luche a hocico de perro rabioso. Un error.

Juan Vivas, en el ‘caso Piniers’, debe conservar la calma. La que proporciona el sentirse libre de culpas. Y que actúe la justicia.
 

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