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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 24 DE ENERO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Mentir por la barba
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando Adolfo Suárez manejaba con buen pulso las riendas de la Transición y España caminaba con paso firme hacia la democracia, muchos españoles comenzaron a dejarse la barba. Barbudos que fueron creciendo a medida que se vislumbraba el triunfo socialista de 1982. Y a partir de ese momento, llevar barba se convirtió en una moda como la de bailar sevillanas o frecuentar el Rocío.

Estaba claro que la barba se había convertido en una marca de calidad. Llenarse los carrillos de pelos constituía el mejor aval para ser distinguido como hombre progresista. Y, sobre todo, daba derecho a mirar por encima del hombre a quienes se afeitaban todos los días.

Los barbudos modernos, pues los había de toda la vida, conversaban casi siempre de lo mismo: de persecuciones franquistas; de haber corrido mucho delante de los grises; de haberse costeado la carrera con enormes sacrificios por parte de sus padres; y sobre todo de que nacieron ya siendo de izquierdas y unos progresistas de dos pares de cojones. Cierto que había excepciones. Faltaría más.

Lo peor de los barbudos, sin duda, es que causaban una impresión de desaliño enorme y se les veía a la legua que no tenían costumbre de arreglarse la pelumbrera. Pero tampoco parecían muy amigos de frecuentar la peluquería. En fin, que muchos de ellos lo que hacían es mucho mal a quienes solían lucir una barba cuidada con esmero y muy grata a la vista.

Yo recuerdo algunos tíos con unas barbazas feroces, miradas tremebundas y embutidos en trencas, que levantaban el puño con firmeza mientras decían que ya les había llegado a ellos la hora de meter en cintura a España. Bramaban contra todo y se las daban de hombres adelantados a su tiempo.

Muchos de los barbudos, la mayoría, procedían de familias de derechas de toda la vida. Y creyeron que, embozándose el rostro, darían el pego en una época donde convenía más parecerse a Carrillo que a Fraga. Y ya no digamos nada de quienes se dejaban la barba corrida, imitando a Solana, y queriendo pasar por sesudos pensadores y partidarios de libertades extremas.

Pues bien, me imagino que en aquel tiempo Gaspar Llamazares sería un imberbe que ya estaría soñando con entrar en la cofradía de los hombres cuyos rostros revestidos de pelos le producían tanto bien. Con que en cuanto pudo, es decir, nada más acabar la carrera de medicina, se fue de prisa y corriendo a hacer un Master en la tierra del jefe de los embozados: Fidel Castro. Y él médico de familia regresó cantando las alabanzas de una tierra donde la medicina está muy adelantada para evitar que la gente no engorde.

La barba del Coordinador de Izquierda Unida y hombre afecto al sindicato de Comisiones Obreras, es rala y grisea como panza de burro. De ahí que uno crea que ahí radica su tozudez en meterse con Ceuta en cuanto la ocasión lo requiere. Y allá que ha vuelto a mentir por la barba: “Ceuta es una pseudocolonia”. ¡Toma del Frasco, Carrasco!

Y pensar que en Ceuta, Mohamed Alí y Musa se han puesto a disposición de un fulano que, además de odiar a Ceuta, aboga por una España federal y es de los que ven en la autodeterminación del País Vasco la mejor terapia para acabar con el terrorismo. Arsa, pilili, ele la elección que han hecho los dos políticos locales. No parece más que el tal Llamazares se ha puesto de acuerdo con el PSOE para hundir a la UDCE en la miseria. Porque Izquierda Unida en Ceuta, nunca despegó los pies del suelo.

Lo siento, de veras, por Musa, que me cae la mar de bien. Pero éste, con su edad y experiencia, debería ya saber que hay barbas que no son de fiar. Y barbudos que mienten con descaro.
 

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