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OPINIÓN - JUEVES, 25 DE ENERO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

El debate de Telemadrid
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Madrid opina es un programa emitido por Telemadrid. Es un programa para debatir. Lo presenta Saenz de Buruaga, cada martes por la noche, y a él concurren periodistas y políticos que forman parte destacada de esas dos Españas que se llevan a matar y que aprovechan cualquier motivo para demostrar que se odian sin tapujos.

Esa aversión que se tienen, y la defensa a ultranza que hacen de sus ideas y de sus empresas de la comunicación, son el mejor atractivo para permanecer frente al televisor. Mucho más que lo que dicen. Aunque lo que dicen algunos pueda causar cierta jindama.

Es el caso de Ignacio Villa, columnista de Libertad Digital y director de informativos de La Cope. El tal Villa habla como si España echara de menos el dominio del nacionalcatolicismo. Lo cual no es extraño, si nos atenemos a lo que meses atrás, dijera Josep María Soler, Abad de Montserrat: “Es fácil percibir que un sector de la jerarquía católica tiene nostalgia del nacionalcatolicismo, sobre todo en ciertos círculos de la Conferencia Episcopal”.

Ignacio Villa, tras leer Eduardo Sotillo, otro de los contertulios, una respuesta de Jiménez Losantos a una pregunta sobre si veía necesario volver a crear una milicia ciudadana organizada para coadyuvar a la seguridad, respondiendo que está de acuerdo en darle vida al somatén, contestó que suscribía las palabras de su compañero en La Cope.

Ignacio Villa, por lo que le oí, parece ser que vería con agrado, dado que el gobierno de Rodríguez Zapatero, según él, ha perdido los papeles, una especie de tiranía. Más o menos el clásico dictador aupado al poder para que imponga orden a cualquier precio y luego, conseguido ello, retirarse para continuar con la democracia. Esa idea de los griegos en la cual imperaba el poder pero no los abusos. Todo lo contrario a lo que los españoles, por azares negativos y otras causas ya manoseadas, vivimos durante casi cuarenta años.

María Antonia Iglesias, tan conocida por su entrega a la causa socialista, vomitaba fuego contra Villa; parecía una tigresa enjaulada aunque dispuesta a destrozar la yugular de quien ella tildaba de facha. Mientras Saenz de Buruaga, tan comedido él, trataba por todos los medios de moderar más que el debate una trifulca de patio de vecinos.

Eduardo Sotillo, con el cuajo que dan los años, gustaba, al menos a mí, porque llevaba la conversación por los cauces de la razón, de la reflexión, y desde luego dejaba claro que la defensa de sus ideas no están reñidas con el saber estar ante las cámaras.

Casimiro García Abadillo, vicedirector de El Mundo, que anduvo gran parte del programa conciliador y didáctico, perdió los papeles en cuanto María Antonia puso a Pedro J. Ramírez de vuelta y media. En ese momento, Casimiro entró a matar y le colocó una estocada a la señora Iglesias en lo alto del hoyo de las agujas. Se limitó a recordarle su actuación cuando lo del GAL.

Juan Manuel Prada, escritor y columnista de ABC, escribe mejor que habla. Las cámaras, además, no lo quieren mucho. Y él tampoco se acaba de definir. No se salvó de la ira de María Antonia que le llamó jesuita. Carmen Gurruchaga, periodista, escritora y presentadora de programas en televisión, también se exaltaba a cada paso con las maneras de la periodista de El País y parecía sentirse muy a gusto con las ideas de Villa. Jesús Maraña, director de la revista Tiempo, hizo uso de la moderación. Y Torre, otro escritor, estuvo como siempre: defensor de la izquierda.

Las dos Españas se tiran al degüello. Lo cual es una verdad indiscutible. Ojalá que tanta agresividad encuentre su desfogue en las tribunas. Y sólo en ellas.
 

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