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OPINIÓN - VIERNES, 26 DE ENERO DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

La España blanca
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¿Qué murmuran entre ustedes? ¿Qué si voy a hablar del incremento espectacular del consumo de cocaína en España? Pues lo cierto es que, mis tiros literarios no iban por ahí, porque pensaba centrarme en las nevadas que decoran la mitad de nuestra piel de toro, convirtiendo al astado en albino. Pero ciertamente, estamos muy picardeados y muy reveníos, porque decimos “la blanca”y la cuestión se torna sospechosamente esnifadora, estafadora e insana. ¿Qué por que estafadora? Porque comenta mi clientela y se refleja en reportajes que, lo que los coqueros se meten por las narices en esta Patria es cualquier cosa + cocaína, es decir, un ochenta por ciento de porquería y un escaso veinte por ciento de los polvillos de la madre Celestina.

Que, me hagan caso, hacen mierda las neuronas y desencadenan unas depresiones y unos episodios psicóticos del carajo, por mucho que, momentáneamente, provoquen los mismos efectos, en corto y escaso, de aquellas famosas anfetaminas, de venta libre en botica hasta los años ochenta y que se llamaban “pastillas para estudiar”. Lo cierto es que, generaciones de universitarios más flojos que un muelle de guita, proclives a dar el achuchón final tras haber pasado el trimestre haciendo política activa y corriendo delante de los grises, se apuntaban a los extintos Stil 2, dexedrina, paliatín estimulante, la antigua centramina, el katovit con sus “minas” correspondientes, se empapuzaban de anfetas con un ventilador enchufado a la vera para que les fuera pasando rápido las páginas del libro y no tener ni que molestarse en mover la mano, aprobaban tras el atracón y ni se enganchaban ni pollas en vinagre, tiraban las pastis sobrantes y hasta el próximo parcial. La juventud de los sesenta y los setenta no era nada hedonista, es más, estábamos tan ocupado construyendo la nueva España, peleándonos y lanzando soflamas de diverso signo que no se nos ocurría engancharnos a nada que no fueran los ideales, asistir a cine de arte y ensayo furtivamente en los colegios mayores y presumir de leer a Hermann Hesse y de recitar a Tagore.

La juventud del franquismo y de la Transición estaba politizada a tope y funcionábamos muy en plan Ibsen “Lo que me interesa de la libertad, es la lucha por ella, conseguirla no me interesa”. Pero ninguno, ni de izquierdas ni de derechas, éramos unos melindrosos pijoteros de moral onegetista y almibarada. Por los ideales se luchaba, por defenderlos se peleaba, había una testiculina dura en aquella juventud española, una raza hermosa, un ADN sin contaminar por lo políticamente correcto. Si nuestros chicos y los de los otros se enzarzaban y acababan lesionados, nunca jamás hubo el precedente de una correndija a poner “la denuncia” eran gajes de ser jóvenes, de combatir cada cual por sus valores y de recibir indiscriminadamente manguerazos de agua helada de los grises. Tal como fuimos… Y no existían las drogas, como mucho los existencialistas fumaban marihuana cuando no estaban anfetaminándose para aprobar exámenes. Decíamos “blanca” y era la nieve hermosa de la sierra y el caballo jamás había galopado, cabalgado por la muerte, por la piel de toro albino.

Contemplo en la tele la España nevada y siento una nostalgia infinita y una especie de ardor guerrero que incita, a este corazón de madre española, a arrimar el hombro para construir de nuevo ilusiones, sueños, ideales y proyectos, como en aquella Transición feliz, de unidad entre los españoles, de cárceles que se cerraron en los sesenta por falta de inquilinos, donde una estudiante podía despejarse paseando a las cuatro de la mañana por una Granada cubierta de nieve. Y rescataremos los sueños y los ideales, despertaremos del letargo, “año de nieves año de bienes” De ilusión, de lucha, de hombría, de ser tal como fuimos…
 

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