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OPINIÓN - MARTES, 13 DE FEBRERO DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Les presento a Miguel Ortega
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¿Qué si se trata de un amigo mío? Pues sí y además le prometí escribirle un artículo pidiéndole perdón porque, a fuerza de mandarnos correos, hemos ido escarbando en nuestras diferencias, contándonos cosas, narrándonos el Universo desde nuestras respectivas perspectivas, él con ese toque inequívoco de chulería madrileña que le rezuma por los poros, yo, en el habla andaluza, esa por la que, algunos me critican (las malas personas me critican, las buenas personas me quieren , porque soy un ser entrañable y eso lo dice “todo” el mundo). Eso sí, les diré que yo tengo mi correo controlado, es decir, que alguien lo lee y lo selecciona por mí y me señala que puedo y que no puedo leer. Las amenazas de muerte y los deseos asesinos de los maníacos y los psicópatas me están vedados, así como el morbo tembloroso de lascivia de los degenerados, pasando por el material fotográfico de contenido pornográfico. ¿Qué que tipo de gente me distingue con su atención? Pues “los tolerantes” y “los amantes de las libertades” por una parte y gente encantadora de otra. A los encantadores, por muy duros y vitriólicos que se muestren, siempre les respondo y he acabado haciéndome amiga de muchos, tenemos escaramuzas, pero hay una cordialidad latente y algunos contenidos que son auténticamente literarios como los de Miguel Ortega que, al parecer, lo lee todo y continuamente y asimila terminologías en plan avaricioso, para enriquecer su dialéctica, que es canela fina. Me dice que aborrece que se le denomine por cualquiera de los términos coloquiales que califican a quienes son diferentes en sus apetencias sexuales, muchos nuevos amigos postulan por el anglicismo “gay” porque suena fino y moderno, mientras que, los otros apelativos les parecen de chiste merdellón, de broma burda, de carcajadota grosera. Vale Miguel Ortega, te pido perdón y juro que jamás te llamaré ni gay ni nada, porque no es mi problema, ni es tu problema, cada cual, en la intimidad, que haga lo que desee con sus partes pudendas. Mi respeto por Miguel me lleva a negarme en redondo a identificarle por opciones sexuales, me importa un carajo y apuesto a que, el abuelo de Miguel que era un pelirrojo de ojos grises y origen napolitano, hombre de bien y talentoso, tampoco identificaría a nadie por sus apetencias. Cada cual en su casa y Dios en la de todos. Aunque, Miguel siempre tendrá que reconocer que soy superior a él en un aspecto: el tiene barriguilla de los buenos guisos de su descansada mamá y ahora de las delicias culinarias de su hermana y yo no tengo barriguilla sino que combato ferozmente, a mi medio siglo, por recuperar la talla 36 ¿A que Miguel no va por la 38 de Zara? Bueno, yo tampoco he tenido mamá ni hermana que me tienten con malvasías y fragancias perfumadas salidas de los peroles. Tampoco tengo los ojos grises de mi amigo, heredados del abuelo gigantón napolitano, sino los ojillos como dos puñalás en un tomate heredados de mi abuelo, el tío José, aquel que fuera moreno de verde luna ¿Qué si mi abuelo leía a Federico? No. Nunca aprendió a leer ni escribió jamás una carta, porque tampoco sabía escribir.

Ventajas de las modernidades de nuestra amada civilización occidental el sustituir las palomas mensajeras por golpes de ratón y que vuelen las ideas por el corazón cableado de los ordenadores y se cuelen en las pantallas mágicas. Ya saben, la mía tiene censura, pero, de cuando en cuando, contacto con un Miguel Ortega que me hace comprender que, por tener amigos como él, merece la pena el que, todos los rijosos de España estén en cola para amenazarme.
 

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