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OPINIÓN - SÁBADO, 24 DE FEBRERO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Lecciones, ninguna
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Recuerdo que muchos años atrás casi nadie en esta ciudad se atrevía a personalizar en sus artículos. Y además era impensable nominar a alguien con su correspondiente negrita, si acaso no era para manejar el botafumeiro. Sólo existían las grescas entre políticos, por medio de las clásicas declaraciones, y luego se iban al hotel La Muralla para meterse unos lingotazos y terminaban poniéndose tiernos.

Había colaboradores de periódicos que advertían de los problemas que uno se podía buscar si hacía una columna dando pelos y señales de lo que pensaba sobre cualquier político o persona destacada de esta ciudad. Eran quienes vivían la mar de bien pontificando sobre cuestiones intrascendentes y creían que los medios estaban dispuestos para darnos raciones de moralina. Ni que decir tiene que yo tuve la mala suerte de sufrir las prédicas de algunos y hube de soportar la hipocresía peligrosa de todos ellos. En aquellos tiempos, opinar por derecho era más peligroso que correr delante de los toros en los sanfermines; había que tragarse el miedo. Y hacer de tripas corazón para sacar a relucir un valor seco y poder afrontar los derrotes de quienes mandaban en los despachos y trataban de impedir por todos los medios cualquier crítica a su gestión.

Cómo olvidar las persecuciones que recibiamos en El Periódico de Ceuta por parte del equipo de gobierno. A cuyo frente estaba un alcalde atrabiliario y tronante y que todo lo resolvía por las bravas. Hasta el punto de que, junto a otro cacique de la ciudad, no paró hasta que consiguió cerrar el medio. Estoy hablando de hechos que viví en primera línea de combate. Con el agravante de haber sido el único que salió malparado, en todos los aspectos, de aquel mal trance.

Luego, tras permanecer más de diez años en otro medio, debo decir que las censuras también fueron varias y dolorosas. La primera que se me viene a la memoria fue cuando gobernando Fortes se me dijo que sólo se me publicarían mis opiniones futbolísticas. Y, como siempre, luché a brazo partido para oponerme a ello. Perdí dinero y conservé el empleo porque era rentable.

Más tarde, con la llegada del GIL, toda la redacción se puso de parte de un grupo cuya victoria absoluta estaba más que cantada. Porque al editor, todo hay que decirlo, le entró el canguelo y fue corriendo a ponerse a las órdenes de Antonio Sampietro. Y otra vez me tocó apechugar con la más fea.

Antes, durante y después de todo lo concerniente al GIL viví momentos dramáticos pero jamás doblé la cerviz. Mientras directores, redactores jefes y gente voluble, recibían sinecuras y cargos milagrosos. Quién es capaz de olvidar al muchacho que, convertido en un censor implacable, decidía lo que se podía escribir. Y diariamente, además, le enviaba a la directora del medio lo que debía publicarse con urgencia y en sitio destacado. Una vergüenza en todos los sentidos.

Sin embargo, y cuando el PP volvió a hacerse con las riendas del Ayuntamiento, uno volvió a encontrarse nuevamente con la censura. Una censura muy extraña. La explico. Yo podía criticar a Juan Vivas; incluso acerbamente. Pues seguro que nadie iba a decirme lo más mínimo. Ahora bien, si acaso mostraba la menor disconformidad con las actuaciones de Pedro Gordillo, la directora llamaba, de prisa y corriendo, al editor y se me indicaba que esa columna no vería la luz. Para qué contar los numeritos vividos en dicho periódico.

Resumiendo: ahora, miren ustedes, me sale de la entrepierna decir que el mejor presidente que podemos tener es Juan Vivas. Y a ver quién me va a dar lecciones de imparcialidad. O bien decirme que no mantengo un adarme de independencia.
 

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