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OPINIÓN - VIERNES, 2 DE MARZO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Dicotomía sevillana
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los sevillanos se precian de tener argumentos suficientes para hacer de la dicotomía un modo de vida que les permita estar en permanente discusión en defensa de lo que cada cada cual considera que es mejor. En Sevilla nunca han cabido las medias tintas en cuanto a ser de algo. Se era de Belmonte, hasta la médula, o bien de José. Y además de defender a ultranza los méritos del artista admirado, convenía también mostrarse cicatero con las reconocidas cualidades del rival. Negarle cuantas más veces mejor sus indiscutibles méritos. Con el fin no sólo de resaltar los del torero preferido sino con la idea premeditada de buscarle las cosquillas al defensor de la otra causa.

Aquellas divisiones taurinas, llenaban las tertulias de disputas que a veces terminaban como el rosario de la aurora. Grescas que se trasladaban a la plaza y en los tendidos, ante el menor desencuentro, los aficionados se liaban a mamporros. Semejantes divisiones se daban también, y aún son realidades, en relación con las imágenes. Esas Vírgenes y Cristos cuyos partidarios defienden como más milagreros y se disputan el derecho de adjudicarles méritos estéticos superiores a los de los contrarios.

En Sevilla, y perdonen la insistencia, no se concibe la vida si no es sumándose a una causa contra la que defienden otros ciudadanos. Es una válvula de escape. Necesidad diaria de darle salida a los malos humores; desahogo o compensación de frustraciones; motivos que ni pintiparados para provocar al oponente y ponerlo al borde del disparate. No hay más que observar de qué manera se expresan los rivales, para entender, por el tono de sus expresiones, si están aprovechando sus símbolos con ánimos de ridiculizar a sus oponentes. De hacerles comprender que están equivocados en todo.

Cierto es que ese juego tiene toda la apariencia de estar revestido de guasa; de maneras zumbonas; y que hasta en las mejores familias se disfruta haciendo alardes de pertenecer al Betis o al Sevilla, con bromas que nunca se perdonarían si no fuera porque la militancia en ambos equipos permite incluso la chanza con intenciones perversas.

En un ambiente así, tan fanatizado, que los directivos de ambos equipos se dediquen a calentar a los hinchas, días antes de jugarse un partido, debería ser castigado con la mayor dureza posible. Ruiz de Lopera y Del Nido, aunque hayan sido capaces de hacer fortuna económica, no dejan de ser unos catetos peligrosos. Unos tipos que aprovechan el fútbol para dividir aún más una ciudad cuyos habitantes usan ese hecho como arma arrojadiza. Y, sobre todo, para que muchos den rienda suelta a la agresividad.

Confieso que ni Betis ni Sevilla son equipos que a mí me estimulen lo más mínimo, en sus enfrentamientos, como para irme de prisa y corriendo a la taquilla de Canal Plus. Pero el miércoles, y en vista de cuanto había acontecido, durante muchos días, decidí ver este partido. Confiado en que los andaluces, de Sevilla, iban a dar un curso de ejemplaridad como respuesta a las acusaciones mantenidas entre los consejeros de ambas Administraciones. Que si quieres arroz, Catalina.

Porque la tragedia se mascaba en el ambiente. Al presidente del Sevilla lo habían sentado delante de un busto de Manuel Ruiz de Lopera. Un busto ridículo; una horterada en toda regla. Un desafío. En la otra acera, es decir, en la del Sánchez Pizjuán, unos vándalos quemaban contenedores en señal de protesta por no habérseles permitido el acceso al estadio verdiblanco. De pronto, tras marcar Kanouté, Juande Ramos cae fulminado por golpearle un objeto. La dicotomía de Sevilla está en su apogeo. Del Nido se hace el doliente. Y “donmanué” reza ante su Cristo.
 

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