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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 21 DE MARZO DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Emigración
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Un depravado me escribe un e mail acusándome de no ser española y recordándome mi lugar de nacimiento que es el Rif profundo. Vale. Nunca he ido por la vida de “cristiana vieja, sin mezcla de sangre mora, gitana ni judía”. Y porque soy batiburrillo genético y, de haber nacido cuando el cabroncete Hitler ponía los hornos a tope, firme candidata a convertirme en jabón, me llega y siento los problemas de cada una de mis raíces culturales, aunque yo he optado por hacerme la importante y rebañar en mi manchega familia materna, mezcla de los visigodos y de los judíos conversos que se asentaron en la aridez de Quintanar de la Orden.

Como hija de la emigración he regresado con ansias de españolidad y de una integración cultural que es, como señala el término, antes que nada, cultura, codos, esfuerzo, estudio, investigación y aprendizaje. Asumir como propios los valores, los principios y hasta los atavismos, del país de acogida y mimetizarme con el paisaje, en plan camaleónico, a la americana. Porque es digno de observar el espectáculo impresionante de la jura de la bandera de la barra y las estrellas por parte de los inmigrantes que tienen el privilegio de obtener, por arduos merecimientos, la nacionalidad. Desde ese momento se convierten en estadounidenses y, si el tipo es un polaco que se llama Domansky, como se quiere integrar y ser americano a tope, comienza cambiando su apellido por Dean y el chino Fu Man Chu pasa a llamarse Philips Man Cheers, sin falsas nostalgias de patrias lejanas, sino, con la certeza, de que, de aquellas lejanas patrias hubieron de salir, porque eran una puta mierda y se morían de miseria. Los inmigrantes nacionalizados americanos sufren una auténtica transformación espiritual y cantan el himno nacional con la mano sobre el pecho y llorando a lagrima viva de pura emoción. Allí, en el gazpachuelo cultural americano, no hay multiculturalismo, sino una cultura única: la americana y luego, cada cual, de puertas para adentro, puede conservar sus atavismos y comer rollitos de primavera o gulash húngaro, pero sin la necia pretensión de que, América, se convierta en Pekín ni se hungarice por cojones. Y si se lo plantearan, nadie les arriendaría las ganancias, porque la sociedad americana es, antes que nada y sobre todo, pragmática y no admite invasiones de quintacolumnistas llegados a medrar, a aborrecer al país receptor y a joder a los autóctonos. La inmigración, o es camaleónica o fracasa y eso no lo opino yo, sino Giovanni Sartori que es el más importante politólogo de Europa y encima Premio Príncipe de Asturias. ¿Qué por que reino sobre la integración? Porque no sale gratis, ni para los extranjeros ni para los nietos de la emigración que retornamos a un lugar extraño, donde, en el caso de mi padre, rifeño como yo, nadie le esperaba. En el Protectorado de Marruecos, mi abuelico, jamás escribió una carta ni recibió ninguna, aunque, como nunca supo ni leer ni escribir tampoco las echó en falta, ni sufrió carencias afectivas por la falta de noticias, por otra parte, también sus familiares que siguieron pasando miserias en Almería eran analfabetos y los lazos se rompieron. ¿Qué si el tío José se integró en el Rif? Sí. Eso era lo que había y en aquel lugar nadie hacía odas al multiculturalismo, tal vez porque eran amargamente conscientes de que, los emigrantes que llegaban al olor de la inmensa estafa que fue, la oferta de una finca que luego resultaba ser una hectárea de erial, no traían cultura sino incultura, piojos y hambre. Mil veces he oído relatar como, el tío José murió echando los pulmones por la boca y lo hizo porque, dentro de sus limitaciones, era un hombre práctico: Si compraba la penicilina de estraperlo no había dinero para alimentar a las bestias y si las bestias morían, la familia entera se moría de hambre. Prefirió por lo tanto morirse en solitario y que los guarros y las cabras fueran alimentados. ¿Qué les cuente historias de la emigración española en los años veinte? Otro día.
 

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