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OPINIÓN - JUEVES, 29 DE MARZO DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

El cafelito de Zetapé
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Confieso que me he perdido la anécdota, porque me encontraba en Alhaurín de la Torre, charloteando con mi gente y repartiendo escritos con el sello de entrada del registro, porque, para la cosa profesional, suelo ser muy mirada y muy miajita. Pero luego me han llamado para relatarme con regocijo, no exento de mala baba, que nuestro Zetapé piensa que, un café cuesta ochenta céntimos ¿Y qué?

Si le llegan a preguntar a cualquier presidente electo, con sede en Moncloa, a lo largo de los tiempos el precio de una ración de churros o de un pitufillo de panadería, seguro que lo hubieran ignorada de forma solidaria, ellos y sus regalonas señoras. Será que, a lo bueno, se acostumbra uno muy pronto y desde las alturas, lo cotidiano, lo que mueve y conmueve al pueblo resulta de una lejanía tal y de una profundidad tan de sima marina que da vértigos y hay que tomar Dogmatil 50, una pastilleja que no está mal, evita las migrañas digestivas, hace de bálsamo bebé del ánimo, pero para mí que, curar no cura. Atempera, pero no cura.

En fin que, el alto personaje se toma el Dogmatil 50 y echa de cuando en cuando una rápida ojeada a la realidad, hasta la prensa se la suelen dar recortada y eso que ellos ganan buenos dineros y no tienen que racionarse periódicos ni lecturas de kiosco como el resto de los hijos de vecino. Zetapé no va a los bares a tomarse el café viudo que inaugura la jornada laboral, él se lo pierde.

Porque, según mi experiencia cotidiana, salir de la casa de uno aún de noche, con el helor del alba y la calle iluminada por los faros de los coches de los madrugadores, arrebujarse en la chamarreta y dar un largo paseo a paso mediano por las avenidas casi desiertas, en dirección a ese bar que es aún más tempranero que su clientela y que sirve carajillos nocturnos a los trabajadores, para matar el gusanillo y cafés largos en vaso, bien cremosos y cargados a las abogadas adictas a vivir el alba en plena calle, esos momentos silenciosos , gélidos en invierno, fresquitos en verano, ese placer espiritual del paseo solitario, es inevaluable, no tiene precio, es sentimiento de libertad. ¿Qué están criticando con esas caras de sacerdotes egipcios en ayunas? ¿Qué mis paseos por el Palo son un cutrerío y que mi bar es más cutre aún? Bueno, un lugar elitista y glamouroso no es, le llaman “las cuatro esquinas” por algo tan original como que está en el cruce de cuatro calles, tienen máquina de tabaco sin mando a distancia, permiten fumar hasta intoxicarte de nicotina, en Navidad se permite el cante… ¿Acaso creen que Zetapé tiene el privilegio, encerraíto en la Moncloa, como un hurón, de concurrir a un lugar así cada madrugada? Pues no, no lo tiene, ni el Zetapé, ni el Principito, ni ningún privilegiado, porque temen que les secuestren y van emparanoiáos con lo de los atentados ¿Qué gruñen? ¿Qué pueden ponerse una peluca, unas gafas y una barba y salir de incógnito a gastarse un euro redondito y plateado en un café temprano? Bueno, es verdad, pero me parece que es que, a Ellos, en mayúscula, nosotros, en minúscula, no les gustamos, ni quieren confraternizar con este pueblo llano, ni mezclarse con nuestros olores y nuestros sabores ¿Qué como huelen y saben el Palo y las cuatro esquinas? El Palo, al alba, a cincuenta metros de la mar, huele a gloria bendita y se esponja el pecho con los vientos, las cuatro esquinas son la ruptura con el perfume a mares y la bocanada de fritanga de los churros, de tabacazo chester que es lo que ahora fumamos todos y de café bien torrefacto y humeante y ambos enclaves saben a mi España Cañí, que es la mía, la que me gusta y la que me acepta acogiéndome y confundiéndome entre su paisaje y su paisanaje. Las campanas suenan al vuelo rota la madrugada, es el momento de la misa y de la overdose de Eucaristía, la anfeta del alma, el aroma de azahares del jardín de la Iglesia. Joder, me siento una auténtica privilegiada, apuesten algo a que vivo y lato con más vida y más latires que Zetapé ¿Qué el presidente no quiere esas sensaciones ni regaladas? Pues él se las pierde, él y ustedes por no pasarse al alba por mi barrio a que les invite a que les echen un café.
 

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