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OPINIÓN - SÁBADO, 31 DE MARZO DE 2007

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Los burros

Por Andrés Gómez Fernández


En las escuelas –antes, quizás ahora, no- a los niños que no progresaban, los torpes, se les comparaban con los burros. El término en sí tiene la finalidad de ridiculizar a alguien. De esta manera, quedaban “etiquetados” esos grupos que no rendían, porque sus capacidades estaban muy limitadas, lo cual era de todo punto injusto. Pero había que tener mucho cuidado cuando se aplicaba a aquellos que no “trabajaban”, es decir, aquellos “insumisos” que se iban del Colegio lo mismo que habían llegado. En este caso, la incorrección sería la que representaría todo lo contrario, porque si por algo se caracterizan los burros, son por su laboriosidad. También en casa, algunos padres, en estado de desesperación llamaban a sus hijos “cariñosamente” burros. Con burro se forman muchas expresiones, con distintos significados. Por ejemplo; “apearse del burro: reconocer que uno se ha equivocado”; “burro de carga: persona laboriosa y de mucho aguante”; “no ver tres en un burro: ser muy corto de vista, ver muy poco”; “burro, persona de pocos alcances y entendimiento”. En México: “burro: tabla de planchar”… Es deseable que, en la actualidad, el término, en la escuela, haya desaparecido. No estará el “patio” para tal atrevimiento, porque el “osado” maestro, recibía la réplica correspondiente. Recuerdo haber leído en un libro de Lectura antiguo, el siguiente pasaje: <<Aquel labrador que, llevó su hijo al colegio, para que recibiera instrucción. A las preguntas del maestro, el niño no contestaba a nada. El padre pidió al maestro el precio por las clases y le pareció demasiado caro. Y exclamó “con ese precio me compro un burro”. Entonces el maestro, le contestó: “pues cómprelo y con este tendrá dos”>>.

Así, que siempre se ha utilizado en la escuela como despectivo, insultante, discriminatorio… En mi trayectoria escolar nunca observé que algún compañero o compañera dispusiera de las clásicas “orejas de burro”; sin embargo, en la preparación de mi tercer libro “Un antes y un después”, una alumna, en la actualidad con algo más de cuarenta años, refiere que “su maestra sí las aplicaba a aquellas niñas que se resistían con la tabla de multiplicar. Les colocaban las orejas de burro, las mantenían de rodillas un cierto tiempo y, después, las paseaban por las aulas más cercanas. No fue mi caso, ya que las “orejas” no me las aplicó con “justicia”. Yo era una destacada alumna que tenía un buen rendimiento escolar, pero una vez cometí una “faltita” y me colocó las orejas, paseándome por las clases vecinas. Aquello no me marcó, porque yo me veía muy “graciosa” con ellas, y me divertí mucho”.

El término, no ha sido exclusivo de la escuela, puesto que, en cualquier situación, que se ha querido ridiculizar o insultar a alguien, nos ha servido de recurso.

En estos días he escuchado por la radio que un político local ha llamado al Sr. Delegado del Gobierno, nada menos que “burro inútil”, quizás porque no ha estado de acuerdo con alguna gestión de la citada autoridad, y con toda seguridad, no, porque no haya sabido realizar una simple operación de multiplicar. La expresión, bajo mi punto de vista es doblemente insultante, aunque a “burro” se le puede asignar el significado que uno quiera, pero parece ser que lo mejor que le cuadra –no por burro- es ignorante; claro que de “inútil” ya es más grave, porque el político en cuestión lo califica de “inepto”, “incapaz”, “ineficaz”… y si esto es así, al Sr. Delegado no le queda más remedio que irse, para que le sustituya otro más útil. Pero teniendo en cuenta el significado real de “burro inútil”, es que, cuando el simpático animalito ya no está para nada, y todo su ciclo vital está a punto de terminar, su fin no es otro que echarlo como alimento de los leones. ¿Habrá querido el político mandar al Delegado a los leones? Por último, los burros están en peligro de extinción. Desde hace unos años hay una asociación, que se dedica a protegerlos.
 

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