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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 4 DE ABRIL DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Lluvias y llantos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Una vez más, en estos días de la Semana Santa, todas las televisiones nos muestran el llorar desconsolado de muchos cofrades por mor de una lluvia que les impide a sus hermandades sacar en procesión a sus imágenes. Son escenas que se vienen repitiendo cada año y que nunca cederán, debido al mal tiempo que suele reinar en una primavera donde las aguas torrenciales forman parte de la estación.

Uno entiende la pena que aflige, ante la imposibilidad de salir los tronos del templo, a quienes viven muchos meses deseando la llegada de un momento crucial en la vida de todo cofrade, cuya finalidad consiste en sacar a la calle sus pasos y lucirlos con el fin de que la comparación con los de otras hermandades les posibilite la ocasión de enorgullecerse. Es una forma más de vivir intensamente la militancia en una hermandad.

Es también, sin duda, una forma de “catolicismo a la española”. Ese catolicismo especial que no puede compararse con el de cualquier inglés, francés o alemán. Pero la cosa viene de lejos. Por ejemplo: Cervantes, en una de sus novelas -Rinconete y Cortadillo-, nos ofrece este diálogo.

-¿Es vuesa merced por ventura ladrón?

-Sí -respondió él-. Para servir a Dios y a las buenas gentes.

Del mandamiento “No matarás”, el católico español es retratado así en un capítulo de Los siete pecados capitales de Fernando Díaz-Plaja. En unas memorias del siglo XVII cuenta el protagonista que su enemigo derribado le gritó: “No me mates por la Virgen del Carmen”. Y él contestó: “Has tenido suerte...: has nombrado a mi virgen y eso te salva. Si apelas a otra, no sales vivo”. Tales anécdotas, indudablemente, nos retratan como católicos especiales a una mayoría ciudadana de una España tenida como la reserva espiritual de Europa.

Durante los años de la postguerra, cuando el hambre canina estaba instalada en nueve de cada diez familias, y los tísicos eran muchos, y bastantes mujeres hacían de la prostitución su medio de vida, éstas se veían rezando a Dios en las iglesias cercanas al barrio donde vivían, antes de “hacer la carrera”, para que el negocio les saliera bien. Lo cual, además de contarlo Díaz-Plaja, lo he visto yo con mis propios ojos.

En España, tierra de santos y mártires, es verdad que lo mismo puede surgir el católico doctrinal y convencido, que incluso va más allá de los preceptos divinos y se dirige a los animales llamándoles “hermanos”, cual es el caso de San Francisco de Asís, que aparece asimismo el “católico especial” al que nos estamos refiriendo.

Católicos que nunca han sentido la necesidad de leer ni un solo pasaje de la Biblia y que se han ido conformando, si acaso, con las cuatro cosillas de andar por casa. Eso sí, nada más llegar tan señalada semana, se transforman para vivirla con una exaltación que produce asombro. El mismo que me produjo a mí, hace ya veintitantos años, una situación que nunca me canso de contarla.

Tenía yo un amigo, de vasta cultura, adquirida en bibliotecas y en su trato frecuente con personajes relevantes que confiaban en su intuición. Una intuición que le permitía pronosticar desenlaces. Y en vista de que acertaba muchas veces, sus consejos eran bien remunerados. Mi amigo despotricaba continuamente contra la religión y tampoco dejaba entrever ninguna confianza en Dios. Más bien todo lo contrario. Un día, cuando estaba a punto de diñarla, me senté junto a la cabecera de su cama. De pronto, me regaló un crucifijo que apretaba entre su manos. Y ante mi estupor, me dijo lo siguiente: “Lo he llevado siempre en el bolsillo derecho del pantalón y casi siempre sujeto por mi mano. Otro ejemplo de “catolicismo a la española”.
 

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