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OPINIÓN - VIERNES, 6 DE ABRIL DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Comulgar con rosquilla
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Es Jueves Santo, y ante mí, a la hora de escribir, está gran parte de la información relacionada con el cierre del templo de San Carlos de Borromeo, acusado por innumerables denuncias de cometer “profanaciones y sacrilegios, como “consagrar rosquillas” o impartir “absoluciones colectivas”. La citada parroquia, perteneciente al madrileño barrio de Vallecas, ha caído en desgracia ante el Vaticano. Las delaciones de los curas tradicionales, conservadores a ultranza, han conseguido que el Papa dijera hasta aquí hemos he llegado y los experimentos con gaseosa y no con la liturgia.

A mí me hubiera gustado, lo indecible, haber asistido a la comunión de todos esos pobres y marginados, convencidos, por qué no, de que en las rosquillas consagradas están realmente la carne y la sangre de Jesucristo. Lo mismo que en esas obleas, de pan ácimo, que yo birlaba cuando siendo monaguillo tenía acceso a ellas en la sacristía de la capilla de las Escuelas de la Sagrada Familia.

Dicen algunos teólogos que la estructura de la Iglesia necesita una renovación de la curia romana, que deje mayor libertad a los diferentes católicos, para que no se sientan dominados por esa curia y decidan sin tener siempre que esperar a lo que dice Roma.

No es con la severidad la mejor manera de recuperar fieles, sino que ha de existir la condescendencia como medio capaz de generar ilusiones en quienes sin haber perdido la fe necesitan que la Iglesia permita que piensen y no que callen a todo lo que mande.

Una autoridad eclesiástica, declaraba meses atrás, que “Hoy la Iglesia no está presente en la sociedad, y, lo que es peor, lo está de modo inadecuado, cuando no ridículo”. Y todavía no he oído ni leído que haya sido contradicho públicamente. Ni siquiera amonestado. Debe de ser, he aquí mi duda, porque su cargo representa mucho en la vida de una región cuya fuerza en España es indiscutible.

No es igual, un suponer, ser Abad de Montserrat que cura en en Vallecas. Un cura, además, que viste pantalones vaqueros y dice cosas así: “Nosotros disentimos con los obispos, con los banqueros, con el capitalismo...”. Quien habla así, se llama Baeza, y forma parte del trío de sacerdotes de barrio que se las están teniendo tiesas con sus superiores.

Tales declaraciones han servido para que, inmediatamente, se les considere curas rojos. Con lo que ello significa en los tiempos que corren: un certificado de mala conducta y un rechazo total de la Cope a cuanto quieran hacer o decir. No en vano se están comportando como lo hacían los miembros de la Iglesia primitiva. Quienes predicaban el amor, y no el ordeno y mando.

La cosa viene de lejos, desde 1994, pero ellos confiaban en que las denuncias llegadas al Vaticano siguieran sin prosperar. Mas se han encontrado con que Benedicto XVI, inflexible en la liturgia, ha ordenado el cierre de la parroquia madrileña de los marginados. Y en el barrio se ha armado la tremolina. Puesto que en la iglesia de San Carlos Borromeo encuentran refugio y consuelo, material y espiritual, 180 personas. Necesitadas todas de atención permanente.

Javier Baeza, Enrique de Castro y Pepe Díaz, que así se llaman los curas de Vallecas, no se cansan de decir que no guerrean contra el arzobispado. Mas no caen en la cuenta de que hacerlo contra los poderosos, es decir, contra los obispos y los ricos, les ha puesto en el punto de mira de quienes los ven como un peligro que ha venido gozando de muchas contemplaciones y que ha llegado ya la hora de cortar por lo sano. Y si no aceptan un carguito en Cáritas, mucho me temo que pasen a engrosar la lista de esos marginados a los que ellos han venido cuidando. Como mandan los Evangelios.
 

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