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OPINIÓN - DOMINGO, 8 DE ABRIL DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

A la sombra del tejo (y III)
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

“Respetuoso siempre, pero esclavo jamás” es mi invariable contestación a un teléfono al rojo vivo, mientras de frente y por derecho matizo contextualizando a diestro y siniestro, pues hay fuerzas oscuras que intentan manipular y sacar de contexto mis palabras. ¿Mi compromiso?: la libertad. ¿Mi referente?: la Carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y su canto a la libertad de pensamiento y religión. A mis buenos amigos moros, cuando sacan el tema, les hago invariablemente la misma pregunta: “¿Naciones Unidas o Carta de Derechos Humanos Islámicos de El Cairo?”. Ellos ya me comprenden y ambos encontramos, al menos, un punto de partida.

Como buen español corre por mis venas sangre goda, hebrea e íbero-beréber. Procedo de una familia católica con muy posibles antecedentes “marranos” y “andalusíes”. Tengo, de hecho y pronto de derecho, familia mora (marroquí para más señas) dentro de casa. ¿En qué enferma cabeza cabe que tuviera intención de insultar a los que forman parte de mí?. ¿Ofender a mis amigos judíos, cristianos, musulmanes?. ¡Cómo podría mirarles a la cara!. Inspirando el aire fresco y puro de las montañas, asomado al portucho de las antiguas cuadras que aun lucen en sus paredes el nombre de mi viejo y leal caballo, “Tetuán”, me pregunto si acaso las buenas gentes de la Paloma Blanca de la yebala pudieran acaso molestarse por haberle puesto el nombre de la ciudad del Dersa al noble bruto. ¡Así están las cosas!.

En cuanto a “provocaciones”, le explico mi posición con un ejemplo a uno de mis mejores amigos musulmanes: si durante el sagrado mes de Ramadán (y no hablo solo de Marruecos, esto puede ocurrir en cualquier gueto europeo etnicotribal de mayoría islámica, sin ir más lejos en algunos barrios de Ceuta) a uno se le ocurre comer por la calle (y los “gauris” tenemos derecho) o incluso dentro del coche, es percibido como una grave ofensa. Pero que cualquier ciudadano no sea libre de comer o lo tenga que hacer a escondidas, ¿qué nombre le ponemos a eso?. En lo referente al Corán y sin entrar en su génesis y estructura literaria o en las curiosas condiciones de su revelación (“descendido” de una vez durante la “Noche del Destino” o “tácticamente” y por partes, de las que Aisha tendría mucho que decir), convengamos con los expertos en que su comentario es dificilísimo, pudiendo distinguirse hasta siete niveles de interpretación. ¿Es prudente que algunas ‘suras’ particularmente problemáticas estén al alcance de cualquiera?. Sugiero a muchos de mis amigos un ejercicio didáctico: en ‘aleyas’ particularmente violentas, ¿porqué no cambiamos las tornas sustituyendo ‘cristianos’ o ‘judíos’ por ‘musulmanes’?. Poneros en el otro lado: ¿cómo reaccionaríais?. ¿Se imaginan lo que puede ocurrir con ciertas ‘aleyas’ (los musulmanes saben cuales son) sacadas de su contexto por cualquier inculto fanático?. ¿Quién y cómo se las explica a los niños en las escuelas?. En cuanto al Profeta, veamos: en España a cualquier persona venerada o de fama religiosa reconocida, rápidamente se le llama “santo”, de ahí que en una fecha tan señalada como el “Moulud” decidiera yo, dadas las festivas circunstancias, denominar coloquialmente así a Mahoma. La mala intención no está en mis palabras, sino en la aviesa interpretación de algunas mentes retorcidas y perversas.

Si nos ofendemos por una recreación literaria, ¿dónde queda la libertad?. Si no admitimos las críticas, ¿dónde está la tolerancia?. Convivir es asumir y respetar. Y yo sigo presto a batirme porque, “el otro”, tenga el derecho y la posibilidad de pensar de forma diferente a la mía. Esa es precisamente la grandeza –y el Talón de Aquiles- de las sociedades democráticas.
 

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