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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 11 DE ABRIL DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Los curas rojos
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

A veces, desearía poseer amplios conocimientos teológicos y ser, en lugar de una cateta rifeña-calorra, una dama preciosista o un claro exponente del hombre del Renacimiento. Pero hay lo que hay y tengo que elucubrar, argumentar, opinar y exponer sentires utilizando las escasas herramientas que poseo y me refiero a habilidades intelectuales, que no al grasiento teclado de mi renqueante ordenador. No soy teóloga, malamente superé un par de cursos de letras allá por lo ochenta en el nocturno y mi carrera de leyes fue tan solo una excusa para prolongar mi adolescencia, paseando el Romano y los procesales y tomando anfetaminas, libremente dispensadas en botica ¡Ay, los setenta!.

Los setenta. Donde, al Colegio Mayor Jesús María, la directora, que era una marquesa de Ibarra metida a monja, invitaba a los llamados “curas obreros” en plan muy clandestino, haciéndose la proletaria monjil y la moderna con toca. Así nos obligaba a las residentes, de cuando en cuando y si no podíamos escaquearnos, a soportar las fulminaciones de unos extraños individuos, disfrazados de “clase obrera” que alardeaban de ser rojos, hablaban con la manida y amuermante terminología del “arriba parias de la tierra, en pie famélica legión”. En lugar de disertar, mitineaban, hacían de la lucha de clases y de la cursi teología de la Liberación seña de identidad y encima se autodenominaban “curas”. Yo tendría diecinueve años y una catetería rifeña duramente mamada del terruño pero, pese a mis pocas luces, aquellos especimenes amargados, reivindicativos y que asemejaban perpetuamente irritados, me parecían cualquier cosa antes que sacerdotes. Serían proletarios, comunistas, políticos, demagogos de asamblea rojil o panfleteros, pero ni rozar al concepto de hombres de Dios. Eran mamarrachos, hacían sentir vergüenza ajena, abochornaban con sus insensateces e irritaba profundamente el que, se prevalieran de su condición sacerdotal para hacerse oír.

No soy una experta en las Sagradas Escrituras, para empezar no domino ni el hebreo ni el arameo que son las lenguas de Nuestro Señor. Pero, ese joven judío al que asesinaron a los treinta y tres años , dentro de su Palabra, que escribió el curso de nuestra Historia, aconsejaba a aquellos que escandalizaran a los pequeñuelos el atarse al cuello una rueda de molino y arrojarse al mar. Y, aunque las adolescentes de aquellos tiempos, no éramos pequeñuelas, aquellas boñigas con jersey raído y discurso absurdo, bien hubieran hecho, no en alargarse a la Mancha para arramplar con la rueda de un molino y arrojarse a la mar a la altura de Almuñecar, sino en irse directamente a la mierda, por indignos, por asquerosos y por locos. Adjetivos que hago extensivos a los del vodevill histriónico, de la clausurada parroquia de San Carlos Borromeo de Madrid, payasos pontificadores, como lo fueran aquellos curas rojos de infausto recuerdo que parecían tan preocupados en agitar y reivindicar que no tenían puto tiempo para dedicarse a rezar y a ser buenos pastores, hombres de paz, mensajeros del amor y de la concordia y auténticos sacerdotes católicos, con el rango, el poderío, el inmenso respeto y la intrínseca dignidad que ello conlleva.

El imbécil del cura de la parroquia clausurada es tan rupturista, tan moderno y tan exhibicionista, que da la comunión con rosquillas, comete el acto, para mí sacrílego, de inventarse una liturgia a la medida de la casquería televisiva, mezclando alegremente los sacramentos con la lectura de libros de otras religiones, porque a él le sale de sus pelotas el desvirtuar el catolicismo y meterse a pajillero de cultos, ritos y rituales, dignísimos en sus respectivos entornos, pero que no son católicos… Y mañana les explicaré por qué le voy a denunciar, amen de aconsejarle el por qué debe ir buscando una buena rueda de molino.
 

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