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OPINIÓN - MARTES, 22 DE MAYO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

El Atlético hizo el indio
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A mí me gustaba de lo lindo ir al Metropolitano. Un estadio situado en el madrileño barrio de Cuatro Caminos. Un recinto que estaba apuntalado por todos los sitios, que de viejo se caía a pedazos; pero era un escenario donde el fútbol se disfrutaba de manera muy especial.

Aún recuerdo aquella tarde de agosto, de 1964, cuando el viejo campo presentaba un lleno impresionante. Estaba anunciada la presentación de Armando Ufarte y el rival elegido era la Real Sociedad. De pronto, los altavoces dieron la noticia: Ufarte no había llegado a tiempo para actuar. Y la desilusión cundió entre los espectadores.

Sin embargo, en aquel partido destacó sobremanera Amat: extremo realista que le hizo diabluras a Calleja; uno de los más grandes laterales de la historia del fútbol español. Aquel atlético de los Madinabeitia, Rivilla, Griffa, Jones, Collar, Peiró, Adelardo, Mendoza, etc, andaba siempre en números rojos y los jugadores cobraban cuando buenamente podía pagar el club.

Muchas veces, debido a mi amistad con Medina, jugador extremeño en las filas rojiblanca, visitaba la sede atlética. La cual estaba en un piso de una casa de la calle del Barquillo. Una casa que olía a cocido y a meadas de gato. Con una escalera de madera que al pisarla crujía de forma que hasta las ratas se asustaban y se dejaban ver en su correr frenético.

A pesar de todo, allí estaba Valderas; con sus cien kilos de peso y su amor por un equipo que había sido fundado por unos vascos residentes en Madrid. Porque el atlético, por más que los haya dispuestos a ocultarlo, nació como una sucursal de los leones de San Mamés. Y adoptó el nombre de Athletico de Madrid.

Cuando al Gordo Valderas, propietario de un restaurante, llamado La estrecha, y en el cual se comía la mar de bien, se le recordaba esa parte de la historia, torcía el gesto y perdía, por un momento, su tan conocida amabilidad. Tampoco es menos cierto que luego, cuando en España se prohibió hacer uso de los extranjerismos, pasó a llamarse Atlético de Aviación. Un nombre que debió suprimir por orden del Ministerio del Aire, en 1941. A cuyo ministro le debía el club muchos favores.

Mi segundo equipo ha sido siempre el Atlético de Madrid. Aunque haya tenido presidentes como Alfonso Cabeza y Jesús Gil. Tan alejados de la forma de ser de Vicente Calderón; quien consiguió darle lustre a una entidad que venía ya tocada de un ala desde sus fundación.

No se puede ser atlético fetén si no se odia al Madrid. Dicen quienes supuran por la herida del victimismo. Los cuales gustan de alardear que son de El Pupas; y creen que por pertenecer a un equipo desgraciado forman parte de una casta especial. Una casta que tiene su reserva en la ribera del Manzanares. Y, claro, en ocasiones, sus componentes suelen hacer el indio.

El indio lo han hecho muchos atléticos durante la semana pasada, debido al partido contra el Barcelona. Los atléticos dieron muestras evidentes de que querían quedarse tuertos con tal de dejar ciegos a los madridistas. Estuvieron pidiendo a gritos que sus jugadores no rindieran lo suficiente para que los azulgrana no perdieran el tren de la Liga. Daba pena oír los comentarios de Kiko Narváez, por poner un ejemplo, acerca de su tirria al equipo merengue.

Todo ello, es decir, todas esas sandeces aireadas por mediocres que envidian la trayectoria del club más laureado del mundo, produjo el efecto consiguiente entre los futbolistas ‘colchoneros’. Sobre todo en Pichu: un guardameta que hace bueno a Casillas. Pero hay más: en el pecado llevan la penitencia de seis goles. Y es que el Barsa sintió vergüenza ajena y optó por darle al Atlético su merecido. Se lo habían ganado sus seguidores.
 

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