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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 30 DE MAYO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Vivas y Alí
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Ella militaba en el PP, y aún milita, cuando hizo este comentario la noche en la cual el GIL ganaba las elecciones: “Yo le he dicho a mi hermano que ‘afirme su identidad’. Es decir, que no olvide su pertenencia a una religión, una etnia...”. Pero el hermano de aquella mujer, aunque de padres marroquíes, había nacido en España y se había formado, al igual que su hermana, en una universidad española y ejercía su carrera entre nosotros, cual español que es. Aquella mujer, en vez de expresarse así, debió mostrar su alegría porque su hermano disfrutara de dos pertenencias evidentes. Y, como ella, debería poder asumir las dos. Y digo dos por simplificar, pues en la personalidad de ambos hay muchos más componentes. Ya se trate de la lengua, de las creencias, de la forma de vivir, de las relaciones familiares o de los gustos artísticos o culinarios...

En ambos casos, las influencias españolas, europeas, occidentales, se mezclan en ellos con otras bereberes, africanas, musulmanas... Una situación enriquecedora si los dos se sienten libres para vivirla en su plenitud. Lo cual me consta que suelen hacer, porque les gusta asumir toda su diversidad. Si bien, conviene decirlo, están expuestos a que cada vez que se confiesan españoles haya quienes los miran como traidores, y asimismo cuando manifiestan lo que les une a Marruecos, a su historia, su cultura y su religión son blancos de la incomprensión, la desconfianza o la hostilidad. Pero esas críticas, procedentes de fanáticos y xenófobos de ambos lados, no consiguen hacer mella en ellos.

Me imagino que habrá muchos otros casos similares, que ayudan, indudablemente, a ese modelo de convivencia reinante entre nosotros y de la que Juan José Millás, periodista y escritor, a su paso por Ceuta, le dijo a Gonzalo Testa, en una magnífica entrevista, que terminará imponiéndose en el mundo que se avecina.

Lo contrario a lo dicho, es cuando a las personas se las conmina a elegir y estas ceden por miedo a ser señaladas por el dedo acusador. Y no sólo cumplen ese papel desestabilizador los fanáticos y xenófobos, sino también todos nosotros, en bastantes ocasiones. Lo que va calando en una juventud que se deja conducir por esa concepción estrecha que todo lo reduce a una sola pertenencia que suele proclamarse apasionadamente ante cualquier reivindicación.

Los electores han expresado en las urnas, una vez más, que desean ser presididos por Vivas. Y lo han hecho, al margen de su buena gestión y de su habilidad para meterse por los ojos de la gente, porque lo ven como la persona moderada y dialogante, cuya obsesión ha sido siempre aunar voluntades entre partes discrepantes. Un modo de actuar que en esta ciudad, pequeña pero compleja donde las haya, se hace cada vez más necesario. Y es así, entre otras razones, porque en una parte principal de la periferia se ha impuesto Mohamed Alí.

Un político sabedor de lo que quiere y que ha mantenido la confianza de sus votantes, además de ganarse a procedentes de otros partidos. Un hecho que le ha permitido obtener cuatro escaños. Algo que debería ser sopesado por los gobernantes del PP. Y, sobre todo, por su líder indiscutible: Vivas. Pues alguien capaz de conseguir tales resultados, sin haber disfrutado de parcelas de poder, merece ser tenido muy en cuenta. De lo contrario, si las posturas de unos y otros se mantienen bajo el predominio de la soberbia y la desmesura orgullosa, la mayoría absoluta puede ser un remedio a corto plazo. Porque no siempre estará Vivas para reventar las urnas. A éste, precisamente, le corresponde evitar que el victimismo inflame el discurso de algún cabecilla. Vivas y Alí están destinados a entenderse. Una recomendación: lean ambos, si a bien lo tienen, Identidades asesinas. De Amin Maalouf.
 

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