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OPINIÓN - MARTES, 12 DE JUNIO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Hacer política o definiciones
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los ideales son las cosas que según estimamos debieran ser. Es una manera de darle de lado a la realidad y desatender claramente los arquetipos: que son la ineludible realidad de las cosas.

Así, suele pensarse que el político ideal sería un hombre que, además de ser un gran estadista, fuese una buena persona. “Pero ¿es que ésto es posible?, se pregunta Ortega y Gasset.

Los intelectuales y los políticos riman mal. Siempre fue así. Los primeros son muy dados a las definiciones, pero meditan llevarlas a la práctica por cuestiones morales. Es decir, que las expanden a fin de que sean otros quienes sufran el desgaste de abrirles el camino a costa de dejarse media vida en el empeño.

Hay, pues, dos clases de hombres: los que piensan y los que no pueden vivir sin actuar. O sea, sin la acción diaria. Válgame un ejemplo futbolístico: imagínense a un técnico de despacho, sobrado de teorías y dando lecciones diarias de cómo afrontar los partidos de fútbol, obligado en un momento determinado a actuar en un banquillo que jamás ha ocupado por no sentirse capaz.

Y, desde luego, por miedo a asumir responsabilidades tomadas sin contemplaciones y hasta con falta de escrúpulos. Verbigracia: retirar del césped a alguien que lleva jugando solamente quince minutos de partido y sin embargo conviene mandar a la ducha.

El teórico se plantearía, si acaso ha visto necesario intervenir, la incorrección de su medida y meditando esa circunstancia podría llegar al final del encuentro sin haber tomado ninguna solución. Sin embargo, el entrenador acostumbrado a operar en cuanto descubre que se hace imprescindible cambiar el rumbo de lo que está sucediendo en el terreno de juego, no dudará en actuar. Luego, si acaso es necesario asumir culpas porque ni siquiera así haya podido obtener beneficios, las asume y no pasa nada.

Los políticos, por tanto, han de actuar sin dudar o recelar sobre la bondad o licitud del algo que les inquiete el ánimo. Ya que los escrupulosos no son hombres de acción.

De lo contrario, muchos logros quedarían arrumbados por el proceder melifluo de quienes están obligados a ejecutar. De ahí que muchas veces se tache de inmoralidad por ciertas actuaciones al gran político, cuando lo correcto sería tildarlo de falta de escrupulosidad.

De ahí que deba sacar a relucir el nombre de Juan Vivas para decir lo siguiente: mala cosa sería que éste se creyera realmente que su misión es pensar y permanecer inactivo. Puesto que entonces estaría traicionando la confianza que todos hemos depositado en él al considerarlo capacitado, por encima de cualquier cosa, como político.

Porque JV sabe muy bien que la política es clara cuando su definición no lo es. Y que ha de decidirse por una de estas dos tareas incompatibles: o hace política o hace definiciones. “La definición, dice el el filósofo, es la idea clara, estricta, sin contradicciones; pero los actos que inspiran son confusos, imposibles, contradictorios. La política, en cambio, es clara en lo que hace, en lo que logra, y es contradictoria cuando se la define”.

Lo cual podría valer también para resumir lo que está tan de actualidad: el encuentro entre el presidente del Gobierno y el principal dirigente de la oposición. Los dos quieren el fin de ETA. Pero mientras que uno ha querido buscarlo por medio de la política, con errores de bulto y sin querer asumir su parte de culpa, el otro no cesa de darnos la misma definición de siempre.

Al grano: que los ciudadanos queremos que los políticos se dediquen a tomar decisiones, aunque yerren, mientras que los intelectuales donde mejor están es viviendo su mundo.
 

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