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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE JUNIO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Carta abierta
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A Jenaro García Arreciado, delegado del Gobierno, le debía la respuesta a una nota suya que obra en mi poder desde hace ya unos meses. Una nota que saco a relucir sin la menor intención de publicar su contenido. Faltaría más. Pero creo que ha llegado el momento de aprovecharla como excusa para escribirle esta columna cual si fuera una carta abierta.

A la hora de ponerme ante el ordenador ni siquiera me he preocupado de mirar en mis apuntes la fecha de su toma de posesión. Pues sé que lleva ya el tiempo suficiente en la ciudad para estar enterado de cómo se las gastan algunas personas en esta tierra.

Habrá observado usted que existen unos hábitos establecidos y de qué manera hay gente que se resiste a cambiarlos. Yo no sé si en su caso han tratado de conquistarlo con la palmada en la espalda, el tuteo indiscriminado y el derecho a visitarle a cualquier hora en su despacho. Y si no es así, allá que tales individuos salen bufando y bisbiseando maldades contra el que ellos consideran un despreciable virrey impuesto por el Gobierno de la Nación.

Me estoy refiriendo, claro es, a personas que se consideran relevantes y, por tanto, están convencidas de que gozan de derechos más que suficientes para acercarse al delegado del Gobierno de manera informal pero con fines interesados.

Mire usted, hubo un representante del Gobierno que habló del asunto de manera clara y rotunda. Declaró que aquí primaba la gestión informal: en definitiva, una especie de Administración oral. Cierto es que ya ha llovido lo suyo desde entonces. Pero las costumbres, como bien sabe, terminan convirtiéndose en leyes.

Por cierto, aquella persona, que también ocupó su sillón, en relación con las leyes no se cortó lo más mínimo al declarar que en Ceuta costaba un mundo aplicarlas a rajatabla. Y dijo que a veces tenía que hacerse el lipendi para evitar enfrentamientos con los listos de turno.

Cuando hablo de listos, señor delegado del Gobierno, seguro que sabe sobradamente quiénes son. Aunque hay uno, por encima de los demás, cuya capacidad de mentir y de hacerse notar es tan grande como bien se lleva sus buenos dineros por defender posturas de empresarios que jamás quieren perder su sitio ante empresas foráneas.

Eso sí, me va a perdonar que no exponga aquí el nombre de este fulano, por razones obvias. Cosa rara en mí. Porque usted es consciente de cómo me gusta personalizar y si es posible destacar el nombre con letra negrita. Lo cual me ha costado mis buenos disgustos; mientras otros llenaban la botarga con colaboraciones designadas a dedo por la autoridad competente.

En lo tocante a sus relaciones con la prensa, debo decirle, para que conozca el hecho, que los redactores de este periódico parecen tenerle cierto afecto. Es algo de lo que me he percatado por detalles sueltos. Si bien aprovecho la ocasión para comunicarle que haría muy bien en no fiarse lo más mínimo de ciertos opinantes.

Señor delegado del Gobierno: de haber vivido Elena Sánchez, una consejera que no sé si usted llegó a conocer, yo le habría remitido a ella para que lo pusiera al tanto de cómo se las gastan en esta ciudad algunos plumillas. Si bien le queda la posibilidad de comunicarse con Luis Vicente Moro. Que sabe de ese asunto tela marinera. Moro, como ya conoce, antecedió en el cargo a Jerónimo Nieto. Aquel abulense que parecía un alma en pena y que se dejó asesorar por tres o cuatro chiquilicuatres surgidos del frío.

En fin, don Jenaro, perdone mi atrevimiento por publicar estas letras. Pero le debía una respuesta a su nota. Y como a uno le cuesta mucho escribir cartas, he tardado más de la cuenta.

Un saludo...
 

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