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OPINIÓN - JUEVES, 21 DE JUNIO DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

“La maté porque era mía”
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

A ver, los de mi quinta y anteriores ¿recuerdan ustedes los llamados “crímenes pasionales”?Sí. Aquella antigua manera de finiquitar los problemas domésticos o de debatir cuestión de testas coronadas. ¿Qué dicen los jóvenes mileuristas? ¿Qué si me voy a lanzar a una apasionada diatriba sobre mi republicanismo de derechas? No. Eso otro día. Las testas a las que me refiero son las adornadas con cornamentas notables y siempre masculinas. Porque, en tiempos pasados, la Ley y el Derecho eran misóginos como talibanes y no hace tanto, sin remontarnos muy atrás de los noventa, la mujer apaleada, a todos los niveles “algo habrá hecho”.

Aún hoy, en determinados grupos étnicos no se concibe que una mujer pueda denunciar a su marido, es una deshonra y una auténtica traición, condenada por todo el clan familiar y como los clanes suelen ser numerosísimos y con incontables ramificaciones la desdichada maltratada denunciona la tiene cruda. Para esos temas, el pueblo gitano, los romaní, son muy cautelosos. Raras son las gitanas que denuncian, porque es raza bravía y antes prefieren llamar a toda su parentela y arreglar el asunto según las antiguas leyes no escritas, de familia a familia y todo rodeado de un pétreo silencio. Pétreo pero sano. Suele pagar mucho más, un gitano que maltrata a su mujer, que un payiyo que lo hace. Porque las leyes payas son melindrosas y los castellanos tienen muy poco o escasísimo sentido de tribu, cuando uno del clan sufre no aparecen primos y compadres hasta de debajo de las piedras, como acontece en las vicisitudes del mágico pueblo de caldereros que ha conseguido, pese a las dificultades, dignificar y conservar códigos de honor viejos y pautas de conducta ancestrales.

Va un gitano y clama “¡La maté porque era mía!” y empiezan a llegar parientes de la fémina y para que, el asesino, entre en los Juzgados hay que acordonarlos con los GEO y dentro del talego, el homicida tiene que estar chapado, no vaya a topar con otro gitanito que sea pariente residual de un pariente indirecto de la muerta. Dicen que, los grandes pecados tienen largas sombras, pero, en los calós, las venganzas son terribles y se transmiten de generación en generación. De hecho, la familia del que ha perpetrado un crimen o una ofensa tiene , de inmediato, que abandonar sus casas, porque, la primera pena es el destierro. ¿Qué quieren que les diga? No es por sectarismo genético, pero hay algo noble y rotundo en esa tradición. Y eso que la mujer, a veces, no queda bien parada. No hace tanto que, cuando en una familia nacía un varón, el padre se dirigía a la madre “De la vida de este cachorro, respondes con tu vida” Y, en ausencia del patriarca, el hijo mayor, aunque fuera un mocoso, mandaba sobre todas las mujeres incluida la madre. Bueno, “mandaba” los calorros siempre han adorado a sus madres y en el pueblo mágico hay una especie de duplicidad patriarcado-matriarcado porque, las hembras, salen con el espíritu de aquellas amazonas que, en la Iberia Vieja, se afeitaban el nacimiento del cabello y se lo sujetaban con una especie de diadema, precursora de la peineta para que, en combate, no pudieran agarrarlas de las greñas.

Hoy me ha dado el avenate étnico-comparativo. Un payo grita “¡La maté porque era mía!” y acaba entre rejas, procesado y cumpliendo condena. Si un gitano se atreve a gritarlo acaba entre rejas, procesado y cumpliendo condena, si es que a la policía le da tiempo a detenerle y no ha caído ya en manos de la parentela de la mujer.

Con el inconveniente de que contará con la tribu esperándole en la puerta de la cárcel hasta que consiga salir, para hacer justicia según las leyes gitanas. El payiyo maltratador tiene enfrente la Ley. El gitano tiene enfrente la Ley y mucho más. Y teme infiniotamente al “mucho más” que a la Ley.
 

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