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OPINIÓN - SÁBADO, 23 DE JUNIO DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Helados frescos y cremosos
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Ya saben ustedes que nunca me he considerado una de esas personas de las que, en mi pueblo de Nador, se decía que eran “leídas y escribidas”. En absoluto. Mis sentires y pensares son pura y genuina gramática parda y de una simplicidad abrumadora. Y ahí reside la grandeza de este periódico: en dejar un hueco a la voz de la gente sencilla, que no aspiramos más que a ser dignos portadores de los arquetipos ibéricos, arquetipos psicológicos que conllevan el respeto acérrimo de valores como el honor, el orgullo, la dignidad, el valor, la lealtad, la verdad y el patriotismo.

Y como he de decir siempre la verdad, ya que soy creyente, lanzo al aire una pregunta existente en el imaginario colectivo ¿Quién manda realmente en España, el Pueblo Soberano o la policía y los jueces? ¿Son la policía y los jueces producto de una elección democrática o de un simple acto administrativo, como es una oposición, donde han demostrar lo que han aprendido de memorieta? ¿Quién legitima entonces la actuación policial y judicial, el estudio de un temario o el pueblo español?. Comprendo que soy esencialmente primaria, pero también una furiosa defensora de la Democracia, por ello entiendo, desde mis muchas limitaciones mentales, que la única legitimidad en nuestro Sistema emana del pueblo. No hay otra. Ni puede haberla.

Les digo que, desde que comenzó el último meneo policial-judicial-mediático, es decir, la llamada Operación Troya, me siento llena de interrogantes y de inquietudes, me pinchan y no sangro… ¿Qué murmuran?¿Que normalmente me pinchan y en lugar de sangre emana un líquido químico conformado por ansiolíticos y antidepresivos? Vale. Yo padezco cierto agotamiento y hartazgo mental, diagnosticado y medicado, pero estos acontecimientos me ponen mucho peor, porque ni yo quiero ni ustedes quieren tampoco, vivir en un reinado del miedo. Cuando la ciudadanía siente miedo y recelo antes los poderes Ejecutivo y Judicial, mala cosa. Mala cosa, horrorosa cosa el que, pasen a ser moda medidas excepcionales, como los arrestos masivos de ciudadanos, a raíz de Diligencias Policiales con valor de simple denuncia. Malo y bananero. Un espanto que, la detención y privación de libertad en calabozos tercermundistas, deje de tener carácter excepcional para convertirse en el pan nuestro de cada día. En plan “que maduren cuarenta y ocho horas. Para que pasen a disposición judicial los detenidos bien hechos polvo y absolutamente destrozados, así van más suaves” Para luego ser todos puestos en libertad con o sin fianza. Libres pero bien traumatizados y aterrorizados por la experiencia de la peste y la lobreguez del encierro. ¡Pobres Troyanos! Conducidos esposados en el furgón ante el Juzgado de Coín, estragaítos, pero con el consuelo de encontrarse con docenas de vecinos aullando, gritando su apoyo a sus conciudadanos, enfrentándose a una realidad policial y judicial que no es sentir popular, que no expresa la voluntad de los españoles , nosotros queremos ser inocentes hasta que una sentencia firme nos condene. Y ser tratados como inocentes.

En el día de la ira ciudadana, los del almacén de helados vecino al Juzgado, quisieron sumarse a la indignación popular y sus protestas no tuvieron tal vez la enjundia de las del Colegio de Abogados, que no cree, como nadie cree, en los antiguos Autos de Fe colectivos.¡Todos a la hoguera!. Los empleados comenzaron a sacar su fresca y cremosa mercancía y a repartirla gratis entre los arrebatados alhaurinos.

La gente lloraba chupando aquel frescor, eran buenos helados, del pueblo para el pueblo y había en ese acto mecánico de chupar los cucuruchos, una dignidad antigua, un hermanamiento conmovedor, un grito de insumisión ante el Poder, un entender que todo es mentira, que el Poder no emana del pueblo sino de los lejanos despachos. “La soberanía reside en el Pueblo Español”.

Es mentira. Mentira, porque allí el pueblo pedía justicia chupando helados cremosos para paliar su desconsuelo.
 

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