PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - DOMINGO, 24 DE JUNIO DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

Tánger, San Pedro y Nicea
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Hace hoy una semana que en la catedral de Tánger se abría y daba lectura a un mensaje del jefe espiritual y político de la Iglesia Católica -no en vano es la cabeza oficial del Estado Vaticano-, el Papa Benedicto XVI, mientras en un momento de la emotiva ceremonia con motivo de la Ordenación Episcopal de Monseñor Santiago Agrelo, la multitud, que asistía devotamente al acto, recitaba la profesión de fe (similar en importancia a la “Sahada” de los musulmanes) de los cristianos católicos: el “Credo”, rezo oficialmente “inspirado” por el Espíritu Santo en el trascendental Concilio de Nicea I (325 de la Era Común ), pero cuya formulación actual es debida a varias redacciones y cuyo contenido teológico (escorado al pensamiento trinitario) fue impuesto por el emperador romano Constantino en unas condiciones, harto vergonzosas, para la naciente Iglesia Católica que veía así, confirmado y ampliado, el estatuto de “religio licita” (el historiador Tácito la había considerado “superstición detestable”) arrancado al emperador Galerio en abril del 311 y que el hábil Constantino remodeló a su conveniencia a partir del 312 (Edicto de Milán). Su segundo hijo y sucesor, Constancio II (337-361) proscribió en colaboración con el Papa Liberio la plegaria dominical (curioso, ¿verdad?) al Sol (“Soli Invictus Comiti, Augusti Nostri”), sobreponiendo por si esto no bastara la celebración del (supuesto) nacimiento de Jesús al de Mitra, dios nacido también de una virgen un 25 de diciembre, en una cueva o gruta, adorado por pastores, hacedor de milagros, muerto y resucitado al tercer día… ¡qué casualidad!. En el fondo, late una antiquísima heliolatría que vincula al naciente cristianismo tanto con Persia (25 diciembre) como con Egipto (6 de enero). Salieron a colación estos temas, no recuerdo muy bien por qué, con un fervoroso matrimonio católico venido de Melilla (él, director del IES “Reina Victoria Eugenia”) con quien tuve el honor de compartir banquillo y a los que, sospecho, les llamó la atención mi respetuosa pero activa condición de agnóstico. Realmente y pese a la forzada interpretación de “Mateo 16:18”, el incontrovertible hecho histórico es que la milenaria institución que estamos comentando debe su nacimiento administrativo (espiritualmente su fundador fue Pablo de Tarso) a un pacto con el Imperio romano, quien ayudó a su consolidación combatiendo a dos poderosas corrientes críticas que se enzarzaban en la nueva religión: el “arrianismo” (muy fuerte desde Egipto) y el “donatismo” (Iglesia de los Santos), la última con importante implantación entre las comunidades cristianas del Norte de Africa. Circunstancias determinantes que autores como J. Orlandis (“Historia breve del Cristianismo”, Rialp, 1983) pasan pudorosamente por alto, confirmando por Cristo (¡!) el Primado de Pedro, “… una institución permanente, prenda de la perennidad de la Iglesia y válida hasta el fin de los tiempos” (sic).

“Mi Reino no es de este mundo” (Juan, 18:36), dijo Jesús. Pero la Iglesia, sí. Como advierten los Evangelios (Juan, 8: 32) “… conoceréis la verdad y os hará libres”. Pero las mentiras (sean de la religión que fuere todas manipulan), amigos, hacen “creyentes”…..
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto