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OPINIÓN - LUNES, 25 DE JUNIO DE 2007

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Un sistema electoral absurdo y desfasado

Por Miguel Massanet Bosch


En poco tiempo hemos pasado por dos comicios. Dos consultas electorales a las que podríamos añadir el referendo sobre el Estatut catalán, que también cosechó un número elevado de abstencionismo. Ha sido un fenómeno que en España ha ido creciendo a medida que pasaba el efecto de la mayoría absoluta alcanzada por el PP, en el segundo mandato de Aznar, y que mucha gente atribuye a despreocupación por la política o, como lo podríamos definir con un término que se viene usando en el lenguaje coloquial de la gente,”pasotismo”. Pero, si uno quiere profundizar un poco sobre el tema, es posible que existan otras causas que, aún sin despreciar la existencia de una desgana de los electores a la hora de dar su confianza a un partido determinado, puedan tener su parte de influencia en este fenómeno que estamos padeciendo.

 Por ejemplo, se me ocurre que puede que en el electorado español se produzca un cierto desánimo debido a la propia estructura de nuestro sistema electoral. Lo estamos viviendo en estos días de posperíodo electoral. Los diversos partidos, vencedores y perdedores están escenificando ante los votantes, que los observan admirados y decepcionados, un espectáculo de la más absoluta denigración política. Formaciones que han alcanzado grandes mayorías no tienen inconveniente en buscar el apoyo de otras que apenas han conseguido algunos concejales en determinadas circunscripciones. Los grandes beneficiarios del voto popular se ven obligados a ceder cotas importantes de su pensamiento ideológico en beneficio de otros grupos que apenas representan un tanto por ciento ridículo, a nivel nacional, pero que, a causa del mecanismo electoral establecido, les permite sacar tajada de los ediles que han conseguido. Si el grande quiere gobernar debe pagar el tributo al pequeño para poder hacerlo.

 Los efectos perversos del sistema de elecciones del que nos hemos dotado, facilitan el que los ciudadanos veamos como el partido al que hemos votado –que ha salido vencedor en las urnas –, acabe teniendo que ceder ante el minoritario o bien quede excluido de gobernar porque las minorías sumen sus fuerzas para apartarlo del poder. No vale aquí el argumento de que la suma de los minoritarios sea superior a la del vencedor  y, por tanto constituyan una manoría legítima; por la sencilla razón de que, la suma de los objetivos o ideales de cada uno de ellos no coíncide, por lo que deberán buscar arreglos eclécticos para gobernar que, por regla general, resultan unos bodrios que convierten lo gobernable en ingobernable. ¿Es esto bueno? Si creemos que estamos en una democracia (a veces dudo mucho que sea así, vistas algunas actuaciones totalitaria de los que nos gobiernan) no podemos aceptar que eso sea así. En Catalunya tenemos un ejemplo harto explícito de los defectos de gobernar en coalición. El señor Saura, al que se le puso al frente de la Consellería de Interior, simplemente, para que participara en el Tripartit, sin tener una especial preparación para el cargo, ha fracasado en su gestión tanto en el tema de la inmigración, como en el de la seguridad ciudadana, los okupas etc. No pusieron al más apto, sino al que se vieron obligados a poner para que su formación, Iniciativa per Catalunya y los Verds, colaborara para desbancar a CIU.

 Es evidente que lo que la democracia exige es que se aplique el programa votado por la mayoría de la ciudadanía y, para ello, también es preciso que gobierne el partido más votado, sobre todo en aquellos casos, como ocurre frecuentemente, en que la diferencia de votos sea notoria y fehaciente. Por desgracia, en España hemos padecido, desde la llegada del señor Zapatero, demasiadas muestras de las aberraciones a las que se llega cuando se da el poder a  minorías que, de otra forma, nunca hubieran llegado a gobernar. El ceder a las peticiones de ERC y a las de los comunistas para que le apoyaran con objeto de conseguir acceder al gobierno de la nación; ha dado al traste con la unidad nacional. Ahora el Gobierno está ante la segunda fase de rendición ante las minorías, al tratar con Nafarroa Bai para que los socialistas gobiernen en Navarra. ¿Cuál será el precio a pagar? Está claro: la anexión de Navarra al País Vasco, como primera etapa para que, más tarde, se les conceda la ambicionada independencia. Todo ello en manos de la ETA, la verdadera triunfadora en las pasadas elecciones gracias a Zapatero, a Garzón, a Conde Pumpido y a Rubalcaba. ¡Un éxito de la democracia y la lucha antiterrorista!

 ¿Qué efecto causa esta situación en la ciudadanía? No hace falta haber estudiado en Oxford para llegar a la conclusión de que, muchos ciudadanos, al ver que para que gobierne su partido se precisa mayoría absoluta, y viendo que esta posibilidad es, en la mayoría de las ocasiones, inviable; optan por quedarse en sus casas y aceptar con estoicismo lo que les depare la suerte, convencidos de que nada pueden hacer para evitarlo. O bien se toman medidas para cambiar el sistema electoral o, me temo, que cada vez más, en los próximos comicios, si Dios no lo remedia, la abstención aumentará. Nada hay que desmotive más a los votantes que el tener que enfrentarse a una situación absurda e injusta sin poder remediarla con sus votos. Ya sé que es predicar en el desierto, porque los que nos gobiernan han sabido sacar fruto del sistema y no están por la labor de cambiarlo pero, como el derecho al pataleo nadie me lo puede quitar, confío que, con tanto abusar de de la buena fe de la gente, acabará por romperse el cántaro y se conseguirá que la justicia prevalezca contra el egoísmo partidista. ¡Así lo espero!
 

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