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OPINIÓN - VIERNES, 13 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Aniversario de un crimen
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Recuerda dónde estaba usted y qué estaba haciendo el día en el cual los asesinos de la banda terrorista ETA cumplieron su amenaza de acabar con la vida de Miguel Ángel Blanco? Es la pregunta que se le ha venido haciendo estos días a los políticos más destacados y también a las personas que transitaban la calle y el sitio elegidos por los entrevistadores para recabar opiniones en el décimo aniversario del asesinato del joven concejal de Ermua.

Los crímenes son todos horrendos, abominables... Pero en el de Miguel Ángel Blanco los criminales se regodearon en su ejecución para hacernos comprender que su odio contra los españoles es superior a sus creencias en Dios. Porque no olvidemos que los etarras, salvo excepciones, que debe haberlas, casi todos proceden de familias muy católicas.

Lo cual no es extraño: ya que los vascos son muy dados a la misa diaria y a comulgar frecuentemente. De ahí que lo primero que hicieron los afiliados al Partido Nacionalista Vasco cuando ingresaron como prisioneros de guerra en el Penal de El Puerto de Santa María, creo recordar que unos quinientos, fue recuperar el aspecto religioso que estaba en completo abandono.

A lo que iba -perdonen por tanto la digresión-: los tiros que le hicieron a Miguel Ángel Blanco y su posterior muerte, sometido ello cruelmente a esa antesala de incertidumbre que nos tocó vivir invocando a todos los santos y al mismo Dios de los secuestradores para que éstos no cumplieran con su anunciada fechoría, ha hecho imposible que innumerables personas hayamos podido olvidar ni el día, ni el mes, ni el año, ni las horas de tensiones pasadas, ni qué era entonces de nuestras vidas.

Al menos yo recuerdo perfectamente que aquel sábado, como otros más, llegué a mi casa cansado de currelar en el medio donde escribía. El trabajo era mucho y los dineros pocos. Mas se me había metido entre ceja y ceja seguir aprendiendo el oficio. Y allá que luchaba cada día con todas mis fuerzas para salir adelante en una tarea tan compleja como apasionante.

Digo que llegué a mi casa cuando la tarde estaba a punto de hacerse realidad. Y a partir de entonces soló tuve oídos para la radio y miradas para la televisión. Ni que decir tiene que la muerte de aquel veinteañero me hizo llorar amargamente. Y desbarré contra los hijos de puta que lo habían matado en nombre de una idea fraguada en la mente de un resentido que ni sabía actuar en el tálamo.

Luego, meses más tarde, volvería a llorar sin consuelo porque también segaron las vidas de Alberto Jiménez Becerril y de Ascensión García, su esposa. Una escena que estará congelada en la vida de sus tres niños. Y así podría ir relatando mi desconsuelo ante otros muchos crímenes cometidos por quienes a buen seguro son capaces de confesarse antes y después de los hechos.

Lo que no entiendo, por más que me hablen de la pérdida del espíritu de Ermua, es que alguien como Mayor Oreja aproveche la ocasión del aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco para escribir, entre otras cosas, la siguiente: “No se trata de que Zapatero sea ingenuo, puro y limpio, que es engañado. Se trata de que aquí hay dos proyectos que convergen, el de ETA y el del presidente del Gobierno. Por lo tanto, la crisis del sistema es que su proyecto de España converge con el proyecto de ETA. Y, en consecuencia, se necesitan mutuamente para que no tenga cabida el PP”.

Si es así como Mayor Oreja cree que debe recordar la muerte de un concejal perteneciente a su partido, permítanme decirle lo que yo opino de él: que ha perdido el norte. Ese norte que anda buscando Mariano Rajoy, por culpa de quienes todo lo refieren a ETA, para poder ganar las elecciones. ¡Qué tropa!... Sí; pero a usted, señor Rajoy, se lo comen las dudas.
 

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