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OPINIÓN - SÁBADO, 14 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

Muletas para acercarse a Dios
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Tal fue la fórmula de compromiso que, hace unos diecisiete años, me confió el doctor Moshé Edery, curioso e ilustrado personaje a la sazón delegado del “Keren Kayemet L´Israel” (una especie de ICONA) en España y con el que tuvo el gusto de colaborar estrechamente. Las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) aducen argumentos -prácticamente irrefutables para sus fieles- a favor de la verdad de su causa. Edery argumentaba que, en todo caso y partiendo de la irrenunciable unicidad de Dios, las religiones y los profetas serían los caminos hollados por los diferentes pueblos, en función de sus coordenadas espacio-temporales, en su relación con el Único Dios. Tolerante actitud que choca con el tajante exabrupto teológico, cargado de soberbia, con el que la Congregación para la Doctrina de la Fe, organismo espiritualmente heredero de la tenebrosa y criminal Inquisición, se despachaba en un documento de 16 páginas -rubricado por Benedicto XVI- el martes 10: “La Iglesia Católica, Apostólica y Romana es la única Iglesia de Jesucristo”. Un insulto para ortodoxos, protestantes y coptos y un paso más atrás. Al hilo de lo expuesto y revisando esta madrugada el estado de la biblioteca en mi “yebala” del norte, me topo en un rincón del escritorio con la preciosa “Parábola del Anillo” (en “Natán El Sabio”, acto 3º, escena 7º), obra del escritor Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) y su elocuente mensaje religioso: “Ninguno de vuestros anillos es auténtico”. Tomen nota fieles de uno u otro signo, seguidores de Moisés, Jesús o Mahoma. Escribió Lessing: “Y así, de heredero en heredero, llegó el anillo finalmente al padre de tres hijos, todos los tres igualmente obedientes y por ello los tres con el mismo amor amados. Sólo de vez en cuando le parecía ser ya uno o el otro, o ya el tercero -cuando se hallaba a solas con uno de ellos y los otros dos no dividían su amante corazón- más digno del anillo que, por piadosa debilidad, había prometido por separado a todos ellos. Así marcharon las cosas, mientras fue posible. Pero se acercaba la muerte y el bondadoso padre se sintió indeciso. Le dolía causar tal daño a dos de sus hijos, confiados en su promesa. ¿Qué hacer?. Envió en secreto el anillo a un artífice, con encargo de no escatimar gastos ni esfuerzos para hacer otros dos absolutamente iguales. Así lo hizo el artífice, con tal primor que cuando llevó los anillos ni siquiera el padre pudo distinguirlos. Contento y feliz llamó a los hijos y separadamente entregó a cada uno con su bendición su anillo. Y murió. Ocurrió después lo que era inevitable. Apenas muerto el padre, cada hijo presentó su anillo y cada uno quiso ser dueño de la casa. Pruebas, reclamaciones, pleitos…, de nada sirvieron: fue imposible distinguir el anillo verdadero. – Casi tan imposible como distinguir nosotros la verdadera fe”.

El siglo XXI alumbró una era difícil y complicada en la que, amparándose en la real amenaza que presenta el terrorismo global, el Estado se refuerza con rasgos autocráticos insuflando en sus arterias de seguridad los gérmenes del “Gran Hermano” orwelliano. Sagraces tiempos. Y las grandes religiones, cada una a su modo y como siempre, agitando los espíritus y removiendo los tizones de la hoguera. Si, como dice la Biblia, el ser humano ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios… Dios no queda precisamente en buen lugar. ¡Pobre Dios!. Las mayores matanzas de la historia se han hecho -y se siguen perpetrando- en su nombre. Sin distinciones de civiles o combatientes, soldados, mujeres o niños. Sin complejos: “Matadlos a todos, que Dios ya escogerá a los suyos”.
 

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