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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 18 DE JULIO DE 2007

 
OPINIÓN / VERBA SEQUENTUR

Las adolescentes abortan más

Por Miguel Massanet Bosch


Cada día tenemos ocasión de ver en la prensa diaria alguna noticia que hace referencia a nuestra nueva generación de jóvenes. Unas veces se habla de los okupas, personas desarraigadas, desengañadas de la sociedad, que optan por el camino de en medio y no les importa apoderarse de lo ajeno, en virtud de un simple razonamiento mental: “esto lo necesito, por tanto, no me importa a quien pertenece, ni el trabajo que le ha costado conseguirlo; me lo quedo”. Es evidente que a la Administración le resulta más cómodo, menos incordiante y, por supuesto, menos costoso dejar que los jóvenes se apropien de las viviendas de los ciudadanos que encargarse de buscar un lugar donde instalarlos para intentar rehabilitarlos. ¡Qué se crean guetos infectos, qué se forman bandas de delincuentes, qué se constituyen en lupanares y qué son nidos de drogadicción!, no importa, porque el meterse con ellos implica un desgaste político y, además, gozan del apoyo de las izquierdas y los antisistema, con los que es mejor estar a bien.

 Pero, ¿y los jueces? Líbrenos Dios de caer en sus garras porque, suerte tendrá el infeliz que acuda en busca de su amparo, si sale con bien del intento. Primero deberá demostrar hasta la saciedad que es el propietario del inmueble; después deberá probar que no ha consentido que su propiedad haya sido utilizada por los advenedizos, luego deberá esperar a que el juez decida (en lo que nunca suelen ser expeditos), y, por fin, cuando ya le haya crecido la barba, si tiene suerte de que no le haya tocado un juez “progre”, tendrá su sentencia favorable. Pero ahora se encontrará con que los ocupantes no están dispuestos a acatar la ley y se aferran, como la resina al pino, a lo que ellos consideran su propiedad y sus derechos de estancia. Para mayor INRI es probable que se tenga que enfrentar a la animosidad de los vecinos del barrio que, azuzados por los izquierdosos y politicastros encargados de calentar el cotarro, sacarán a relucir toda la demagogia de la que sean capaces para poner de chupa de dómine al infeliz dueño legal de la vivienda, tachándole de todo menos de santo. En este punto es cuando debería intervenir la autoridad judicial, con el apoyo de la policía, para hacer que se cumpla la sentencia. ¡Qué te crees tú eso! Un desahucio, todo el mundo lo sabe, es un marrón como la copa de un pino. La autoridad competente les teme más que a un huracán y siempre encuentra algún medio para procurar retrasar el evento. Cuando, por fin, se decide empiezan las pegas: que si hay niños pequeños que se quedan sin lugar donde guarecerse; que si hay una joven embarazada a apunto de dar a luz; que, ¿no ha visto usted, hijo de mi alma, aquella pobre pareja de drogatas que se está muriendo? O sea que, por fas o por nefas, no hay quien ponga orden en aquel caos y nadie se atreve a dar el primer paso, consciente de que al menor fallo, a la menor lesión o a la menor imprudencia le cae el pelo y se puede ganar una suspensión de empleo si es que no lo expulsan del cuerpo. En definitiva, más vale que se resigne y de el caso por perdido. ¿Qué exagero? Pues vaya usted mismo y compruébelo, si quiere.

 Por otro lado, cada día más, conocemos casos de mujeres, apenas niñas, que deben cargar con las consecuencias de un uso inadecuado y prematuro del sexo. En la pubertad los jóvenes pasan, según nos explican los sociólogos y los sicólogos, por un período de inseguridad y desazón. Se hacen preguntas a las que, en muchas ocasiones, no hallan respuestas satisfactorias, lo que les hunde todavía más en la perplejidad y desasosiego. Esto quiere decir que las edades del desarrollo físico y mental deberían haber evolucionado al mismo nivel, para que la información que se le proporciona a un ser con un cuerpo adulto coincidiera con el desarrollo mental adecuado para absorberla, comprenderla y sacar las consecuencias correctas.

De todo ello podemos deducir que,  si damos información sexual a mentes no suficientemente desarrolladas para hacerse cargo de la complejidad del tema; nos expondremos a despertar en los receptores apetitos, curiosidades y tendencias que no se corresponden con sus edades mentales ni con sus capacidades de razocinio. Será entonces cuando se pueda producir un desfase peligroso que puede conducir a estos chicos y chicas a cometer errores que, más tarde, pueden influir muy negativamente en sus vidas. Aquí nos referimos tanto a homosexualidad como a heterosexualidad.

 Datos proporcionados por el CIS indican que entre los años 1991 y el 2001 la cifra de abortos, entre las adolescentes, se duplicaron, pasando de 5441, en el primer año citado, a 9918 en el último. Es decir se multiplicaron por 1’82, que resulta ser la cifra mayor entre todos los tramos de edad. La cifra absoluta subió de 41910 a 69857. ¡Una verdadera matanza de seres indefensos! Matanza que se hubiera podido evitar si sus madres hubieran recibido apoyo y ayuda de las Instituciones. Es obvio, que ante estas cifras, nos podamos preguntar si el resultado de un precoz descubrimiento de la sexualidad y una equivocada libertad sexual, favorecida por  una sociedad permisiva, una enseñanza precoz y la propaganda de los medios apoyando un sexo libre –aparte de la consideración que nos pueda merecer a cada uno, desde el punto de vista moral y ético – no sea la causa de que unos jóvenes, faltos de una madurez que les ayude a controlarse e impulsados por la natural fogosidad de la juventud, cometan errores. La respuesta es obvia y los resultados la avalan: la mayoría de ellos no son capaces de prever las consecuencias de sus actos, hasta el punto de que se olvidan de usar las precauciones más elementales (se ha demostrado que pocos usan el preservativo) y esta circunstancia da lugar a que, a menudo, se produzcan consecuencias no deseadas.

 Deberíamos pedirles cuentas de todo ello a aquellos que vienen propugnando, desde distintos ámbitos de la sociedad civil y desde la propia Administración del Estado – de los que tanto han criticado la “moralina” de la Iglesia católica y han apoyado la potestad ilimitada de la mujer para decidir lo que hacer con su cuerpo – la enseñanza de la sexualidad desde la infancia, convirtiendo el tema sexual en algo trivial que debe conocerse cuanto antes mejor. No han tenido en cuenta que hay edades en las que se absorben con mucha facilidad las enseñanzas que se les proporciona, pero no tanto las consecuencias de un uso equivocado de aquello en lo que se les adoctrina. Es de suponer, visto lo visto, que este estudio no debe preocupar demasiado a los defensores de los derechos humanos que tanto se preocuparon de la salud del etarra De Juana Chaos, cuando estaba en huelga de hambre; y, sin embargo, tan poco les preocupa el asesinato de miles de fetos humanos. Supongo que si sus padres hubieran pensado igual cuando los coincibieron nos hubiéramos ahorrado ahora el tener que comentar este drama.
 

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