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OPINIÓN - DOMINGO, 22 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Catetez supina
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Me llamó un amigo, días atrás, para decirme que quería invitarme a ver el Sevilla-Madrid de la Supercopa de España, que se jugará el día 11 de agosto. Lo cual más que extrañeza me produjo incredulidad. Puesto que mi amigo es hincha del Barcelona y airea a cada paso que él nunca iría al Sánchez Pizjuán para presenciar un partido entre sevillistas y madridistas. Ni ese, ni ningún otro: y es así, porque él, además de ser azulgrana de corazón tiene al Betis como equipo suplente compartiendo sitio en ese músculo vital.

La invitación, además de inocularme incredulidad, me dejó mosqueado. Es decir, con esa clase de recelo que suele causar el que alguien, de pronto, sea capaz de mostrarse tan generoso aun a costa de poner en entredicho cuanto ha venido proclamando de manera jactanciosa. Por lo tanto, lo primero que hice es darle las gracias y luego, deprisa y corriendo, responderle que me permitiera pensar unos días si aceptaba o no lo que yo atisbaba como un regalo envenenado.

Y, claro, poco después, tras cavilar al respecto, caí en la cuenta de lo que yo le había dicho a un amigo común: durante dos o tres meses voy a procurar no ser del Madrid, que ya me cuesta lo indecible mantener firme mi propósito, en señal de protesta por los muchos errores que viene cometiendo en contra siempre de quienes triunfan y protegiendo a los que fallan lamentablemente.

Puede valer como ejemplo lo ocurrido con Capello y Michel. Uno consigue un título y lo despiden por la puerta de atrás; mientras al otro, que llegó al cargo con ínfulas de técnico sabio y bendecido por todos los medios capitalinos, lo premian con su continuidad al frente de la llamada fábrica de jugadores, a pesar de que el Madrid-Castilla descendiera.

Debe de ser, tampoco uno quiere darlo como cierto, para obtener réditos del palmito que luce Michel y, cómo no, del derroche de elegancia que hace en los banquillos. Porque de no ser por ello, trabajo me cuesta entender las razones que ha tenido la directiva para ser tan magnánima con él.

Pues bien, se ve que el amigo a quien puse al tanto de mis cuitas, como madridista fetén, se lo contó al otro amigo de ambos. Y éste, sin dudarlo, decidió ponerme a prueba pasándome por la cara las entradas de ese encuentro que ya se anuncia con vitola de sensacional, entre un Sevilla ya mundialmente famoso y un Madrid donde los estetas se frotan las manos de gusto pensando que con Schuster disfrutarán más que viendo una compañía de ballet donde hasta los sudores de los participantes les valen para inhalar olores singulares.

Debo reconocer que la carne es débil y que mi acendrado madridismo me hizo perder los papeles. Y decidí darle a mi amigo el visto bueno: iré al Sánchez Pizjuán y sea lo que Dios quiera. Y hasta mí llegó el suspiro de satisfacción de quien había conseguido envolverme en sus redes sin importarle perder a cambio ese insistente ufanarse de no haber pisado nunca el recinto perteneciente a los de la calle Harina.

Y cuando mi amigo estaba todo contento y aireando que me había dado coba y que si bla, bla, bla..., me llegó la oportunidad inesperada pero a su vez repleta de fuerza para poder contraatacar diciéndole que se metiera las entradas por salva sea la parte. Que yo viajaría a El Puerto de Santa María para ver torear a José Tomás, el día 12 de agosto, pero que al Sánchez Pizjuán no iba ni conducido por la policía. Mi amigo, que ha vivido mucho fútbol a mi lado, me dijo que él esperaba mi reacción en cuanto comprobó de qué manera se ha vendido el fichaje del portero Dudek. Una vergüenza en todos los sentidos. Y una muestra de catetez supina. El Madrid sigue desnortado.
 

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