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OPINIÓN - VIERNES, 27 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Aquel verano del 82
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hacía seis días que había arribado yo a la ciudad cuando se desató un fuego que acabó en tragedia. Supe del siniestro mientras conversaba en el bar del hotel La Muralla con un grupo de profesionales de la escopeta que había llegado a Ceuta para competir en las instalaciones donde se tira al pichón.

Los tiradores estaban allí porque el concurso se había suspendido. Ya que ardía una zona del monte cercana al lugar donde estaba previsto celebrar el campeonato. Reinaba el desconcierto a medida que llegaban noticias alarmantes.

Eduardo Hernández, siempre tan dado a empaparse de cuanto ocurriera en la ciudad, nos iba dando su versión de ese incendio que había comenzado durante las primeras horas de la mañana. El fuego contaba, además, con un aliado que metía el miedo en el cuerpo a los técnicos: un viento de poniente racheado que jugaba con las llamas a su antojo.

Yo no sé cómo se las apañaba EH para que lo fueran poniendo al tanto de lo que estaba aconteciendo a varios kilómetros, pero fue él quien nos dio la terrible noticia: ha habido un accidente y ha muerto un soldado y otro está gravemente herido.

El muerto era Antonio Güeto y Sergio Pérez, el herido. El coche cisterna en el cual iban, debido a las dificultades que el humo creaba para circular, volcó aparatosamente y el mediodía veraniego quedó marcado para siempre en la historia de los siniestros de Ceuta.

A mí me deprimen los muertos, no lo puedo evitar; y ese malestar me dura su tiempo. De ahí que me acuerde de casi todo lo que hice aquel día, 24 de julio de 1982. Una vez terminada la comida entre contertulios del rincón, me refugié en mi domicilio. Puesto que al día siguiente tenía que trabajar duramente.

Sin embargo, la mañana del domingo fue terrible: vi a los padres del soldado Güeto que habían venido para llevarse el cuerpo de su hijo a Onteniente. De lo acontecido aquel domingo creo que escribí en algún sitio.

Veinticinco años después, ¡cuántas cosas han pasado!, se les ha concedido a aquellos soldados la Medalla de Plata de la Ciudad. Nunca es tarde... Pero conviene resaltar la pereza que ha existido entre quienes han tenido durante un cuarto de siglo la posibilidad de haber hecho realidad, mucho antes, lo que estaba pidiendo a gritos la memoria de Antonio Güeto.

De entre las fotografías que se han publicado relacionadas con el acto, me quedo con una en la cual aparece Sergio Pérez del Valle, herido entonces y lleno de secuelas dolorosas, llorando ante el monolito dedicado a su amigo. Veinticinco años después de aquel incendio, y aunque la niebla densa del dolor apostada en los ojos de Sergio Pérez le haya quitado visibilidad, me imagino que no le habrá impedido darse cuenta de lo distinta que es la Ceuta actual a la que él vivió entonces.

Veinticinco años después, yo sigo también acordándome de Eduardo Hernández. De cómo era capaz de mantener viva y coleando una tertulia donde nadie se sentía extraño si era capaz de aportar conversación y buenos modales. En el Rincón de la Muralla se hablaba de todo; y todos los contertulios sabían que había unas normas que debían cumplirse. ¡Qué tiempos!...: Me parece estar viendo a Ricardo Muñoz, siempre vestido de punta en blanco, convencido de que ser alcalde de su pueblo era como tocar el cielo con las manos.

Como verás, Ricardo, y aunque sea aprovechando el homenaje que se le ha dispensado a dos soldados que te hicieron derramar lágrimas, aquel 24 de julio, de 1982, aún me acuerdo de ti. Y mira que hemos mantenido nuestras diferencias. Tan absurdas, amigo, como las prisas y las ínfulas que nos van minando.
 

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