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OPINIÓN - DOMINGO, 5 DE AGOSTO DE 2007

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Don Urbano Gomá

Por María Manuela Dolon


Estaban como siempre, como cada mañana, como cada tarde y cada noche, sentados o arrellanados o medio tumbados en los sillones del casino, bebiendo, jugando a las cartas o al dominó, o simplemente hablando o hasta dormitando a veces, mientras dejaban pasar las horas, pasar los días, pasar sus vidas. Eran los cuatro los señoritos del pueblo, los que un día fueron los ricos señoritos del pueblo: los hacendados, los propietarios de tierras y casas y hasta de personas. Hoy, ahora, sin embargo, no eran nada. Sólo unos cincuentones ociosos e indolentes que se aburrían estúpidamente, pero confortablemente instalados en ese aburrimiento. De vez en cuando dejaban de mirarse unos a otros, dejaban de mirar el juego o a sus vasos, y ponían sus ojos medio adormilados en la cristalera que había a un lado de la mesa y desde donde se divisaba la calle y a la gente que pasaba por ella.

Ahora, en estos momentos, uno de ellos miraba con mirada indiferente hacia afuera y a las personas, pocas, que pasaban delante del casino, y de pronto se echó a reír.

- Anda, éste, ¿se puede saber qué te hace tanta gracia? - le preguntó uno de sus amigos.

- ¡Si supiérais de quién me estoy acordando ahora...! - dijo él sin dejar de reír.

- ¿De quién...? - le preguntaron.

- Del Patirrojo. ¿Os acordáis de él?

Tuvieron que hacer algunos un poco de memoria. ¡Hacía tanto tiempo que faltaba del pueblo! Como que se fue de muchacho. Pero claro que se acordaban de él. ¡Cómo olvidarlo! Como recordaban las bromas que le gastaban, las bromas tan pesadas y hasta crueles que el Patirrojo (como le habían puesto de mote) soportaba estoicamente, aguantando las lágrimas la mayoría de las veces o llorando a solas cuando creía que no le veía nadie. ¿Que por qué le había tocado a él el ser el hazmerreír de ellos? Nunca lo supo. O acaso sí. Acaso porque era pobre y no tenía un padre rico como ellos. Porque su casa y su familia eran humildes y no grandes e importantes como las de ellos. Tal vez, también, porque no era tan macho como ellos y sí un ser apocado y tímido, soñador y un poco melancólico que escribía versos a escondidas y no jugaba nunca a sus juegos brutales y violentos.

¡Poeta! se mofaban de él. Un mariquita es lo que es éste - decían. Y tanto le cabrearon al pobre, tan imposible le hicieron la vida, que a la primera ocasión que tuvo huyó del pueblo, aunque le dolió en el alma dejar su casa, el lugar donde había nacido y estaban enterrados sus padres. Se fue y nunca más volvieron a saber de él. Algunas veces, al principio, los ricos señoritos se mondaban de risa acordándose de él y de las bromas tan "graciosas" que le hacían. Pero después, pasado un tiempo, terminaron por olvidarle. Tenían otras cosas en que pensar. (Aunque por pereza no las pensaran).

Con el paso de los años, aquellos muchachos tan alegres y divertidos y con un futuro tan prometedor ante sí, quedaron en nada. Las tierras, los campos, cada vez daban menos y ellos nada hacían para que crecieran y produjeran y dieran más. Cuando sus padres murieron, ellos, que no sabían trabajar ni siquiera mandar ni dirigir sus respectivas haciendas, poco a poco las fueron perdiendo sin mover un solo dedo para remediarlo. Así que actualmente eran unos señores venidos a menos que apenas si vivían, únicamente vegetaban dejando transcurrir las horas sentados en el casino y sólo alguna vez evocando sus tiempos de poder y grandeza. Pero como recordar les daba tristeza, ni recordar aquellos lejanos tiempos querían ya.

Ahora, el recuerdo del Patirrojo les trajo aquella época a su memoria. Aquella época, aquellos años en que ellos eran o creían ser los dueños del pueblo y de sus habitantes.

- ¿Y por qué te has acordado ahora del Patirrojo? - le preguntó uno de sus amigos al que había reído recordando al Patirrojo.

- Muy sencillo. Porque acaba de pasar uno que me lo ha recordado. La misma cara de tonto, el mismo pelo azafranado, los mismos hombros algo caídos... Talmente él, pero con treinta años más sobre sus espaldas, claro...

- Oye, a lo mejor es. Tenemos que enterarnos. A lo mejor ha venido fracasado a terminar sus días aquí...

- O triunfante. Ya sabéis que tenía muchos sueños...

- Sí, como nosotros...

Y se pusieron melancólicos al recordar aquellos sueños que un día tuvieron y por desidia e inercia y porque se necesitaba hacer un esfuerzo, ninguno de los cuatro había logrado hacer realidad. No volvieron a pensar en el Patirrojo. Pero al día siguiente el Patirrojo, el mismo Patirrojo en persona, entró en el casino cuando ellos como cada día jugaban su partida de cartas. Le reconocieron al instante. No había duda. Era él con su cara de buena persona (que ellos denominaban de tonto), con su pelo rojo, ya no tan rojo sino entremezclado con mechas grises, y sus hombros un poco inclinados que le daban un aire de modestia, de querer pasar desapercibido, de querer disimular, tal vez, su alta estatura.

- ¿Os acordáis de mí? - dijo cuando estuvo junto a ellos.

Todos levantaron la cabeza hacia él, mirándole.

- Claro que sí. Tú eres... - dijo uno titubeando un instante porque por poco se le escapa el apodo. Pero se dio cuenta a tiempo y mencionó su nombre: -Urbano Gomá.

- Pero, chico, ¿qué ha sido de tu vida? - dijo otro.

- Pues ya véis. Que he querido volver a mi pueblo. He querido ver como estaba, lo que había cambiado y prosperado... Pero me han dicho que está arruinado, medio muerto... ¿es verdad?

Se miraron unos a otros los cuatro amigos, porque ellos, ellos principalmente, habían sido los que habían contribuido en buena parte con su apatía y abandono a dejarlo morir.

- Sí, no te han engañado. Las cosas no andan bien por aquí... - tuvieron que admitir.

- ¿Y no se puede hacer nada para levantarlo otra vez, para que resurja de nuevo...?- preguntó él.

Volvieron a mirarse entre ellos.

- Dinero, dinero es lo que hace falta, ¿sabes? Dinero que nadie tiene ya por aquí.

- ¿Tanto se necesita?

- Sí. Porque habría que invertir, crear algún negocio. Dar vida a las tierras, trabajarlas... Eso es lo único que salvaría a este pueblo. Pero, ¿quién lo hace, di, quién tiene ese dinero...?

El Patirrojo, es decir, Urbano Gomá, los miró uno a uno, calmoso, aplomado, tranquilo, como no los había mirado nunca tal vez, pues siempre le habían puesto nervioso, le habían intimidado.

- Pero ¿cómo habéis consentido vosotros que el pueblo se hundiera, se viniera abajo...? ¿Cómo no habéis hecho nada para evitarlo...? - dijo.

Se encogieron de hombros sin mirarle. Evitando su mirada. Ahora eran ellos los que se sentían nerviosos e intimidados ante la mirada inquisitoria y escrutadora y también segura de Urbano Gomá.

- Contestad. ¿No erais vosotros los "prohombres", la esperanza y el futuro de este pueblo...? ¿Por qué, entonces, lo habéis dejado morir...?

Urbano Gomá seguía de pie al lado de ellos, mirándolos a la cara uno a uno, buscando sus ojos, su mirada. Pero ellos, con las cabezas bajas, sin atreverse a alzar la vista, parecían ahora como humildes, como avergonzados. Y es que en el fondo era mucha verdad lo que decía Urbano Gomá. No podían por lo tanto enfadarse ni contradecirle. Y cada uno, hundido en su sillón, con expresión avergonzada, callaba. No tenían nada que decir.

Urbano Gomá sintió pena de ellos. ¡Pobres diablos! ¡Pobres idiotas! Sólo eran unos pobres inútiles, pensó. Después de unos segundos de silencio Urbano Gomá preguntó:

- ¿Cuánto creéis que haría falta para hacer resurgir al pueblo?

- ¡Uf!... Muchos millones - le contestaron -. Cientos de millones. Y nadie tiene ese dinero ya por aquí...

- Ni conocemos a nadie que lo haya tenido en su vida... - dijo otro.

Urbano Gomá volvió a mirarlos.

- ¿Y si yo lo tuviera? ¿Y si yo lo tuviera y lo invirtiera aquí...? - dijo despacio, dejando caer las palabras muy lentamente.

Todos a la vez, al oír aquello, levantaron sus cabezas. Todos le miraron atónitos, con asombro y sorpresa. Con duda también.

- ¿Tú...?

- Sí, yo. Porque no creeréis que en todos estos años que he faltado de aquí he estado dormido o contemplando las musarañas ¿no?

Le seguían mirando perplejos, boquiabiertos, con los ojos como platos. Sin poder hablar siquiera. Ahora sí que la expresión de sus caras eran de verdaderos tontos. Eso parecían. Así se habían quedado.

- ¿Qué diríais si yo la fortuna que tengo, que he logrado amasar con mi sudor y mi trabajo, y también con mi talento, por qué no decirlo, la invirtiera en levantar este pueblo que era el mío, que es el mío, y donde yo nací y nacieron mis padres...? Decid, ¿qué os parecería?

¡Qué les iba a parecer! A todos les cambió el semblante de repente. Todos se deshicieron en exclamaciones y alabanzas. Se pusieron de pie, le abrazaron. Luego le hicieron sentarse junto a ellos. Todos le querían tener a su lado. Y eso que no acababan de creerlo todavía. Dudaban si estaría burlándose de ellos.

Pero no tuvieron más remedio que creerlo cuando empezó a soltar dinero, cuando empezó a organizar, a dirigir y a trabajar. Y lo que era más importante y sorprendente aún: cuando les hizo trabajar a ellos mismos que no habían trabajado ni dado golpe en la vida.

Ya nadie le volvió a llamar el Patirrojo. Ahora era para ellos, además del "querido y recordado amigo de toda la vida", don Urbano Gomá. Han puesto su nombre en una placa muy grande a la puerta del casino. Le van a proponer para alcalde y le van a erigir una estatua en la plaza del pueblo. Todos le invitan, le llevan a sus casas. Le pasan el brazo por los hombros. Se enorgullecen de su amistad. Es el salvador. Su llegada ha sido providencial, como un milagro del cielo. Es como si hubiera llegado el mismo Dios para salvar al pueblo de la ruina.

El, el Patirrojo, por dentro de ríe. Ya no llora. Hace mucho tiempo que dejó de llorar. Ahora piensa solamente que ha merecido la pena marcharse un día, marcharse como se fue, con las lágrimas en los ojos y la pena en el corazón; luchar y trabajar tanto y tan duro como ha trabajado él, por el premio que ahora recibe. Es, además, como su revancha. Su taimada y sibilina revancha. Su venganza también: tener a esos idiotas a sus pies.


María Manuela Dolón es Miembro Numerario del Instituto de Estudios

Ceutíes.
 

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