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OPINIÓN - VIERNES, 14 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Fraudes y disgustos

Por Quim Sarriá


Estos días, que estoy pasando en Catalunya, conlleva una fuerte carga de estrés que ni siquiera la he notado en mi ciudad natal durante los dos meses y pico en que me he quedado allá.

Para comenzar, en mi visita a la empresa donde pasé treinta largos años, para solicitar algunos documentos necesarios, me llevé dos sorpresas inesperadas. Una de ellas, luctuosa, es el fallecimiento de quién fue el ordenanza de mi planta; un ordenanza fiel y cumplidor donde los haya que me acompañó en bastantes años.

Juan Azabal, de 59 años, extremeño, natural de Zarza de Granadilla pero catalán de adopción y bastante convencido de ello, murió con las botas puestas mientras tomaba un café en el bar de enfrente de las oficinas de la empresa. Le quedaba poco menos de un mes para tomar las de Villadiego como jubilado parcial, como menda, y se quedó para siempre a las puertas del plan de jubilación sin llevarse consigo ni medio céntimo de los euros que le correspondía. Que descanse en paz.

La otra sorpresa, ésta desagradable, es que aún andan pillos sueltos en las áreas municipales de todo el mundo, mundo catalán en particular y español en general al menos, que se presentan como cazadores oportunistas de posibilidades onerosas sin cuento. De manera que puedan sacar tajadas del presupuesto municipal de transportes en su apartado de previsión para seguros de accidentes. Uno de los directivos de la empresa, alto cargo pues, aprovechó la coyuntura de un accidente entre su coche y un autobús. El hombre actuó de forma irregular, ya que comunicó de forma no reglamentaria el incidente. El alto cargo puso en el parte de accidente y como responsable del choque un número de autobús y el nombre de un conductor que no tenía conocimiento del suceso. De hecho, se inventó los datos aunque tampoco se ha demostrado que aquel autobús no fuera el implicado. Esta acción le ha costado un mes de empleo y sueldo. Poca cosa si suponemos que es una acción fraudulenta penada por la Ley.

Acabo las gestiones en la empresa y me largo preguntándome cuantas más cosas podrían haber pasado desde que me jubilé parcialmente allá en el mes de julio.

Un poco traspuesto por esas dos noticias, me enfrento a otra no menos luctuosa: uno de mis mejores amigos de las largas temporadas de pesca en el Delta del Ebro, Ángel Reguera, acaba de palmarla de un ataque cardíaco o algo por el estilo. Tenía poco más de 63 años y aunque su corazón ya estaba bastante parcheado, la última vez que navegué con él, fue poco antes de venirme a Ceuta, lo encontré como un toro. Ahora su lancha yace atracada en el embarcadero de L’Ampolla (Delta del Ebro, Tarragona), esperando en vano hacerse a la mar.

Ya ven Vds. queridos e hipotéticos lectores, que la vida no resulta ser otra cosa que el paso de principio a fin en un suspiro. ¡Qué le vamos a hacer!

Con el estómago aún resentido por los hechos luctuosos acaecidos en mi entorno laboral y social, quedo enterado de la tromba caída en Ceuta y la consiguiente manifestación de nuestras autoridades de que todo ha ido como la seda, en referencia a los percances húmedos que han ocurrido. Mira por donde, aquellos quienes sueltan sapos y culebras contra los gobernantes, que no sean de su aparato político, en momentos de sucesos climatológicos, no tardan en presentar excusas de lo bien que lo han hecho… que se inunden partes de una ciudad, que por más señas está sobre un brazo de tierra entre dos mares, no deja de ser una paradoja de lo mal que llevan la cosa esa de la evacuación de aguas pluviales por no hablar de un posible “tsunami” a la que verdaderamente está expuesta en el momento en que la cólera de Poseidón aflore a la superficie.

A decir verdad, el acceso al aparcamiento, bajo la Gran Vía, a través del túnel que lleva al mercado de abastos es un verdadero “maesltrom” para los motoristas que metan o saquen sus motocicletas del mencionado parking. Permanentemente inundado, aunque sea por medio centímetro de profundidad del líquido elemento, resulta extremadamente peligroso habida cuenta de las facilidades que tienen los motoristas de resbalar en alardes surferos y salir disparados hacía la rotonda frente al Poblado Marinero, si no es que se han estampado ya contra el tobogán del restaurante de comida rápida existente en la zona. No escribo del hedor que emana ese túnel, antiguo foso que daba nombre al Puente Almina, hedor capaz de competir, en toda regla, con las cámaras de gas.

La disposición geográfica de nuestra ciudad, en buena lógica, haría muy difícil que se inundara por aguas pluviales si los conductos de evacuación son adecuadamente diseñados y construidos, con cálculos realizados sobre la posibilidad de que en ocasiones pueda ocurrir un alza de la marea que circunda la ciudad y sobretodo pensados para una rápida evacuación, como los imbornales de los buques (Agujero o registro en los trancaniles para dar salida a las aguas que se depositan en las respectivas cubiertas, y muy especialmente a la que embarca el buque en los golpes de mar), dado que no podemos desechar fuertes temporales que arrastren el agua de nuestro estrecho sobre la ciudad. Si se inundan los paseos, calles y avenidas recientemente remodelados y construidos por cuatro gotas, no podemos afirmar que sea idóneo el diseño realizado sobre la evacuación.

Otra cosa, muy distinta, es que los bomberos suden la gota gorda con sus asistencias. Ellos sí que merecen, entonces y siempre, la Medalla de la Ciudad. Con bonitas palabras de los políticos de turno no se evacuaría el agua, ni mucho menos se secaría. ¿No te jode?
 

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