No lo puedo evitar, siempre me han
reventado estos grandes potentados, estos modernos caciques
que tienen a sus pies a miles de empleados y que parece que
están por encima del bien y del mal. Siempre he sido de
derechas y, sin embargo, sé distinguir a aquellos que, como
yo, son de derechas porque defendemos un estilo de vida
basado en el esfuerzo, la igualdad de oportunidades, la
valoración del estudio y la distinción entre aquel que tiene
más méritos sobre el que no los tiene; pero, cuando se
llega, como en todas las cosas de este mundo de desgracias,
al punto en el que se sobredimensiona la personalidad, se
explota la supremacía sobre los demás en beneficio propio y,
en perjuicio de aquellos que colaboran directamente en
lograr el excesivo enriquecimiento de una persona; entonces
siento que se me enciende la sangre y me entran ganas de
gritar ¡basta!.
La lealtad es una de las palabras más hermosas del idioma
castellana. Su significado podríamos decir que es una de las
máximas virtudes que puede tener una persona, porque la
honra, la dignifica y la sitúa en el plano de aquellos que
tienen derecho a gozar de la estimación de los demás. Cuando
esta lealtad se aplica a los principios del individuo, sus
propias ideas y sentimientos y a una norma de conducta
encarrilada al bien y al progreso de los demás; entonces
podemos decir de aquel que la atesora que es consecuente con
su pensamiento, que honra a los suyos y que es persona de
fiar. Pero vean por donde, desgraciadamente, es un bien que
abunda poco, más bien escaso, y que a determinadas alturas
del poder, de la riqueza o del egoísmo es muy difícil
encontrarlo. Recordemos las palabras del Nuevo Testamento
cuando el señor habla de la dificultad de los ricos para
entrar en el Reino de los Cielos y la compara con el
obstáculo, casi insuperable, de que un camello pase por el
agujero de una aguja (al parecer se refería a unas pequeñas
puertas, para el tránsito de peatones, abiertas en las
murallas de Jerusalem). Es por eso que, cuando veo a los
máximos representantes de la banca, la industria y la
sociedad opulenta – aquellos que, en teoría tendrían más a
perder en una sociedad socializada “comme il faut”–
pastelear con los políticos se me ponen los vellos como
escarpias.
Seamos serios, ¿qué se le ha perdido al señor Botín
zascandileando con el señor Zapatero? y ¿qué se le ha
perdido al frentepopulista ZP haciéndole la pelota a Botín?
No tengo la menor duda de que, ambos, iban en busca de sacar
algún beneficio. Pero que el ricachón de Botín le ande
haciendo la ronda al lider socialista parece rarillo ¿No les
parece que más bien este señor debería tirar a las derechas?
¡Ay, amigos! Pero es que no saben ustedes que en las grandes
alturas, en el Olimpo de los diosecillos económicos no hay
derechas ni izquierdas, sólo hay un partido único: el poder
del dinero. Si señores, el poder de hacer y deshacer; de
poner caudillos de izquierdas o de derechas; de favorecer
rebeliones o de imponer dictaduras; de crear recesiones o de
hinchar bulos, y todo ello para su exclusivo benenficio.
Ríanse ustedes de los Masones, los Iluminati o los
caballeros Templarios; no eran más que aprendices de tercera
ante estos colosos de las riquezas. Y esto me lleva a mi
segunda pregunta ¿qué estaría buscando un Zapatero tan
sonriente, tan sumiso, tan meloso y tan mister Bean, en
compañía del que debería ser su enemigo secular? Pues muy
sencillo, amigos míos, basta que nos paremos a reflexionar
un poco y no tardaremos en encontrar el quid de la cuestión.
Veamos, se acercan unas elecciones generales; el partido
socialista, aunque saca pecho, no las tiene todas consigo:
lo de la ETA, lo de Guadalajara; lo de la Maleni; lo del
Caldera; lo de Arenillas y las opas; y ahora lo de las
hipotecas, no, en realidad no tienen nada clara una
victoria. Les hará falta mucho dinero para untar a quienes
les convenga, para propaganda; para hacer, antes de que
llegue el momento de ir a votar en las urnas, algunos apaños
que les sirvan para dorarles la píldora a los indecisos; en
fin, que necesitarán una pasta gansa de la que,
probablemente, no disponen en la actualidad. ¿A quién acudir
para pedírselo? y, además, para que no les pidan intereses
y, si puede ser, como Montilla con el préstamo de la Caixa,
que acaben por regalárselo? Pues, claro, ¡al señor Botin que
tiene las faltriqueras desbordadas de euros!. ¿Qué es un
cochino explotador de los trabajadores? No será tanto, no
será tanto, ¿qué es un burgués como la copa de un pino, que
vive a cuerpo de rey, mientras existen tantos pobres que no
pueden comer? Anda, anda, que ahora no son momentos de
demagogias, en estas circunstancias se impone lo pragmático,
porque se trata de eliminar a la derecha,; ya sabes que,
para engañar al populacho, siempre hay tiempo; no me vengas
tú con minucias que, de lo que nos dé Botin, dependerá el
que continuemos montados en el machito ¿o es que quieres
tener que volver a trabajar? ¡No, no, eso no, de ninguna
manera! ¡Pues, entonces, cállate y prepara el saco!
No, señores, no se rompan ustedes la cabeza ni se dejen
engañar por los cantos de sirena de esta farándula
jacarandosa ni por los gritos de los antisistema ni por las
arengas del señor Blanco o las salidas de tono de López
Garrido: todo falsedad, todo de cara a la galería, todo
cohetes destinados a ciudadanos que, todavía, no saben que,
cuando les prometen viviendas quieren decir que no las verán
en su vida; cuando les prometen pagas a las mujeres quieren
decir que lo que deberán hacer éstas, si quieren sobrevivir,
será romperse la espalda trabajando. Todo está convenido,
todo está pactado, los que tienen el poder, los que manejan
el dinero, tienen la clave para tenernos cogidos en el cepo.
Ustedes no se preocupen y tengan por cierta una cosa: si
Botín o cualquiera de los de su casta, están hablando con
Zapatero y el sonríe ¡tate!, ya han llegado a un acuerdo. ¿Y
ahora qué? Pues, ¡sálvese quien pueda!
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