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OPINIÓN - DOMINGO, 16 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / ESCRITOS DURANTE EL CAMINO

Bahía Sur

Por Quim Sarriá


José Sánchez Pedrero, Pepe “El Pescador” para todos, perdió su barco en uno de esos golpes desgraciados y tontos del destino. El oleaje de un día de fuerte levante había arrojado su pequeño barquito contra las rocas de la playa del Sarchal, muy cerca del punto donde se alza el actual depósito de aguas del Recinto Sur, poco más a la izquierda de la antigua cárcel de mujeres. Pese a la pericia que siempre tuvo en las artes de manejar su barco y lanzar las redes, no pudo evitar la hecatombe al calársele el pequeño motor Perkins y pese a los posteriores esfuerzos por arrancar de nuevo el motor, la hélice no consintió en moverse.

José Sánchez Pedrero, Pepe “El Pescador”, tuvo la fortuna de salir ileso del incidente y en aquella nefasta ocasión sólo le acompañaba Mohamed, uno de los marroquíes que se salvó por los pelos, nunca mejor dicho, pelos que agarraron las fuertes manos de Pepe “El Pescador” sacándolo de las turbulentas aguas antes de que el joven moro se destrozara contra las rocas. Desde entonces Mohamed le tiene un especial aprecio que resulta difícil expresarlo aquí. Mohamed Hiddrissi es un hombre de complexión delgada pero muy nervuda, como de unos 22 años, de 1,65 m de estatura y residente en la barriada del Príncipe Ildefonso, en la casa de un tío suyo. Aunque no tiene papeles legales, sólo el pasaporte marroquí, nunca ha sido molestado por las autoridades ceutíes. En parte porque es buena persona y en parte porque nunca hace alardes de que existe. El otro joven marroquí, Mustafá Bouz, no había llegado a la hora de la cita por lo que zarparon sin él. La única pega que tiene Pepe “El Pescador” de sus dos ayudantes es el tiempo que dedican a la oración. En varias ocasiones se le ha pasado por la mente pegarles sendos puntapiés en el trasero, mientras se encontraban de rodillas cara a donde siempre se dirigen los musulmanes, y mandarlos a hacer gárgaras al fondo de la bahía sur, pero siempre se ha refrenado a tiempo en esas explosiones momentáneas de ira.

José Sánchez Pedrero, Pepe “El Pescador”, rememora aquellos tiempos en que surcaba las espléndidas aguas de Mediterráneo, siempre en la bahía sur, saliendo del recoleto y pequeño puerto de pescadores ubicado a la sombra del malecón del Paseo de las Palmeras y del muelle de España, con un coqueto y cortito dique y recorriendo el foso de las murallas reales para salir al otro lado de la ciudad. Solía dejar el barquito fondeado dentro del pequeño espacio, muy cerca del Club de Actividades Subacuáticas y regresar a tierra en la barca que acostumbraba a recoger a los pescadores que regresaban…

-¡Peeeepeeee!, ¡Buenos días tengas, a la paz de Dios!-

La primera llamada, la primera salutación y exposición verbal del contenido de la carretilla, la primera venta del día…

María Sarmiento de Páez, señora bien avenida, viuda de don Celestino vive en el primero segunda del primer portal de la calle de La Legión a la derecha según se sube. Es una mujer ya entrada en años, de cuerpo bastante rollizo, siempre muy bien peinada y enjoyada. María Sarmiento de Páez es viuda, su difunto marido, que se llamó en vida Celestino Bernardez Miranda, había fallecido años atrás de un infarto mientras observaba la arribada de un crucero turístico, allá por el muelle de Poniente. Celestino Bernardez Miranda era un pasante del prestigioso bufete de abogados Meléndez-Martínez cuyo despacho se encuentra en el edificio Trujillo, encima del Centro de Hijos de Ceuta.

María Sarmiento de Páez acostumbra a ser la primera clienta de Pepe “El Pescador” y si alguna vez se le adelanta alguien, toma tal berrinche que no adquiere pescado hasta el día siguiente y si ese día siguiente alguien se le adelanta de nuevo, vuelve a repetirse la escena del berrinche. A veces queda semanas enteras sin adquirir pescado por ese motivo, pero nunca, nunca se enfada con Pepe “El Pescador” cosa extraña. Pepe “El Pescador” ya está acostumbrado a ello y siempre tiene la excusa de que necesita desprenderse de la pesca lo más pronto posible por razones de salubridad, cosa que convence enseguida a la irascible señora, pero que no cede en su empeño de no comprar en segunda posición, siempre quiere ser la primera en catar el contenido de la rebosante carretilla.

A partir de ahí, venda o no venda a la señora Sarmiento, Pepe “El Pescador” va vendiendo a las amas de casa del resto de viviendas de la calle de La Legión que van saliendo y que adquieren tantos o cuantos para su satisfacción y formando luego corrillos cotorráqueos, durante una media hora, donde las murmuraciones dañinas campean llanamente. La única vez que Pepe “El Pescador” abandona su carretilla en medio de la calle es cuando llega a la altura de una casa de una planta, en mitad exacta a la derecha de ese tramo, según se sube, de la calle de La Legión entre La Marina y la calle del Teniente Pacheco. Pepe “El Pescador” siente mucho respeto por doña Josefina, la propietaria de esa vivienda, y siempre le ofrece el mejor pescado de la carretilla y que doña Josefina adquiere sin inmutarse y sin dejarse ver. Día a día sube los dos escalones de acceso a la entrada principal de la vivienda y tras pulsar por tres veces el timbre de la puerta, la empuja, entra en el recibidor que siempre está en penumbra, de atmósfera límpida y fría y deposita el pescado en una bandeja colocada en una mesita que ni colocada ex profeso. Y como siempre, encuentra el dinero justo en el mismo lugar donde deja el pescado. Invariablemente. Nadie sabe a ciencia cierta el porqué de esa actitud. Las malas lenguas dejan mucho que desear para expresar, ni siquiera, lo más mínimo de lo que murmuran. Ninguna otra vecina ha conseguido ese trato por parte de Pepe “El Pescador” aunque se lo pidieran de rodillas o rogándole que se lo llevara a su piso por estar enfermas.

Poco antes de alcanzar la esquina con Teniente Pacheco, cerca de la tienda de ultramarinos y bar a la vez del Leoncio, Pepe “El Pescador” se cruza con Guadalupe Corral Sarmiento.

-¡Guaaapa!, mis ojos se vuelven más azules cada vez que te ven y superan con creces el brillo del farito de la Puntilla.

-Gracias, Pepe. ¡Buenos días!

Pepe “El Pescador” es un incorregible maestro del piropo, aunque a decir verdad solamente los suelta a las mujeres que conoce de toda la vida. Con las desconocidas se limita a mirarlas con ojos de experto en arte corporal y con movimientos de cabeza las deja pasar. Cuando Pepe “El Pescador” mueve afirmativamente la cabeza quiere indicar que la desconocida mujer está buena, en caso contrario la encuentra normalita, nunca expresa desagrado por ninguna mujer, a todas las encuentra bellas dentro de las propias limitaciones del concepto de belleza que el supuestamente experto piropeador tiene como bagaje. Su colección de piropos propios y ajenos es incalculable.

Guadalupe Corral Sarmiento es una bellísima mujer de unos 25 años, hija única de una hermana de María Sarmiento de Páez, con un cimbreante cuerpo de caderas y nalgas típicamente andaluzas. Luce una esplendorosa cabellera azabache en onduladas melenas que le llegan casi a la cintura, peinadas en primorosas cascadas que bajan por la bien proporcionada espalda y acarician sus redondos y bien torneados hombros en un suave vals acompasado por el vigoroso andar que las esbeltas y largas piernas de la mujer imprime.

Guadalupe Corral Sarmiento visita cada día a su tía María con quién toma el desayuno que siempre le prepara la criada mora, por nombre Fátima -¿porqué será que la mayoría de las chachas moras se llaman Fátima?- antes de emprender la limpieza de la casa. El desayuno consiste, invariablemente, en media molleta untada con manteca margarina holandesa, de esas que se venden en paquetes de papel semi-transparente, y un tazón endulzado de malta con leche que paga puntualmente la chica con una peseta.

Guadalupe Corral Sarmiento trabaja en la Casa Morrós, justo al lado de la casa de su tía, en La Marina esquina con La Legión. Ella siempre miente a su familia diciendo que trabaja como administrativa, pero lo cierto es que trabaja como moza de almacén y se encarga de distribuir los pedidos en grupos. Guadalupe Corral Sarmiento trabaja de lunes a viernes, de ocho a una y de cuatro a ocho y los sábados de ocho a dos, recorre siempre una ruta que cualquier día podría seguir con los ojos vendados. Vive con sus padres en la calle Canalejas, en un edificio de dos plantas un poco estrafalario: a la primera planta en la que vive la familia Casas Lorán se accede por una escalera exterior en fachada y a la segunda planta, que es donde vive la familia Corral Sarmiento, se sube por otra escalera ubicada en el lateral izquierdo del extraño bloque según se mira de frente y que corresponde a un callejón que ataja la calle Canalejas con la de Sevilla y se accede por la parte trasera del edificio…

Evocando tiempos pretéritos. Los personajes son ficticios, la situación real.

 

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