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OPINIÓN - DOMINGO, 23 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / PERSONAL Y TRANSFERIBLE

Y luego dicen…
 


Domingo Ramos
domingoramos@elpueblodeceuta.com

 

Cuando se acerca la noche y la “luna -que diría nuestro añorado Antonio Márquez- se viste de pirata” salen a la mar sin tener la seguridad de que volverán, de que nada habrá acontecido para que el luto aparezca por sus casas, de que tendrán que volver a las andadas de llevar “atunes” como ellos llaman a los indocumentados, cuando se les prohíben faenar en sus caladeros de siglos, hasta las costas andaluzas para ganarse el pan de cada día, aun cuando les queden trozos de metralla y cicatrices en sus cuerpos. Es la servidumbre del riesgo que supone exponerse al traslado de inmigrantes hacia El Dorado andaluz que, a fin de cuentas, van buscando también, como ellos, no el oro que se encontraba en aquel lugar mítico de la América del Sur, sino solamente lograr el sustento personal y el de una familia que espera ansiosa noticias, como con el “tamtan” de tiempos pasados, de la feliz llegada a puerto. Y nos viene a la mente la tripulación del “Nueva Pepita Aurora”, con base en Barbate, naufragado recientemente cuando realizaba sus tareas cotidianas en las cercanías de Cádiz de vuelta de sus labores de pesca en costas marroquíes y un golpe de mar en medio de un fuerte temporal de Levante, causó el vuelco de la embarcación dejando en sus entrañas a dieciocho tripulantes (ocho supervivientes, cinco desaparecidos -¿para siempre?- y la muerte de los tres restantes) que, por mucha fe y esperanza que se tenga, nunca volverán pues se han quedado a esperar la venida de la otra vida al lado del Padre Dios que así lo ha querido. Y después de lo pasado solo les queda a sus familiares y allegados llevar a cabo manifestaciones en demanda de que se active la búsqueda de los desaparecidos para poder tener el consuelo de cumplir con la obra de misericordia de enterrar a los muertos. Se producen concentraciones y manifestaciones en solicitud de que se recuperen los cadáveres. Todo el pueblo pide, en principio, la búsqueda de los desaparecidos, después, cuando no quedan esperanzas de vida, la recuperación de los cadáveres. ¡Quiero a mi Abuelo, Andrés Lucio! decía una pancarta portada por una pequeña que así recordaba a su ser querido. Es el lamento del corazón, sin intereses, del desconsuelo por la pérdida de su Abuelo, con mayúscula, que se ha ido, sin derecho de retorno a este mundo, a la vida eterna.

Nos decían de pequeños que el hogar tiene mucho de sagrado, que la familia es obra de Dios, que es un vínculo natural que nunca debe romperse pero, llegado el momento del desastre, ¿qué hacer si ha desaparecido lo sagrado y se ha roto el vínculo natural?. Ha quedado un vacío muy grande en el lugar de las íntimas confidencias. Falta el abuelo, el padre o el hijo en los que se tenían depositadas tantas complacencias. Ha quedado rota, también, la unidad familiar y, con ella, la paz y el sosiego. Aun cuando se tenga predispuesto el ánimo para seguir adelante y sean “bienaventurados los que lloran porque recibirán consolación” quedará para siempre el recuerdo de la pérdida de los seres queridos que se fueron con el desastre del “Nueva Pepita Aurora” y de otros tantos, que nos demuestran lo arriesgado que resulta obtener el sustento por personas dedicadas a las faenas de pesca en la mar, bravía o en calma. Y “luego dicen que el pescado… es caro”.
 

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