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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 26 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Las arias de Arias

Por Quim Sarriá


Soy consciente de la tremenda inocencia que padecimos en nuestra infancia y parte de la juventud en referencia a la vida política de nuestro país. Lo de la infancia puede ser que pase, ningún niño en su sano juicio iría a meter sus naciditas en el mundo cruel de la política, menos aún cuando entonces se estilaba eso de que la letra con sangre entra. Nuestro conocimiento, de entonces, era el Movimiento y nada más que el Movimiento cogido del brazo del Catecismo del Nuevo Testamento y de la geografía de la España única e indivisible de las 15 regiones y 52 provincias. España no contaba, entonces ni ahora, con Ceuta y Melilla como provincias, ni muchísimo menos como comunidades autónomas.

Eso de Ciudad Autónoma me parece cosa de chiste, lo escribí en su momento y lo vuelvo a repetir, chiste barato donde los haya y con un conglomerado burocrático municipal que parece un cuadro de Pío Baroja, si a éste le hubiera dado por pintar en vez de escribir. En suma que eso de Ciudad Autónoma parece una concesión impermanente a unos chavales cascarrabias, concesión ofertada por el progenitor, para que se callen un ratito.

Los jóvenes de entonces ya teníamos conocimiento, al menos los de mi pandilla, de cómo las gastaba las “Autoridades Competentes” en materia de reuniones pseudos políticas. Nos interrogábamos sobre el sistema de gobierno de nuestro país, teniendo como única referencia el norte de Marruecos, y siempre nos encontrábamos que el nuestro era el mejor. No teníamos referencia de la democracia de otros países del viejo continente y en las escuelas nos presentaban el nuestro cómo el único del mundo mejor preparado… sí, sí, preparado para morir por Dios y la Patria. Pobres pero héroes de comics. ¿No te jode? Centinela de Occidente… ¿de qué me suena esto?

En 1975 ya estaba casado y con tres hijos. El fútbol ya había dejado de ser una fuente de ingresos para mi familia y comenzaba a gestar mi propia empresa con el afán que la juventud permitía entonces. Mis amigos de entonces, algunos siguen siéndolo ahora mientras otros dejaron éste mundo, eran jóvenes deportistas despreocupados por completo de la política y más metidos en bailar el “twist” y el “fox trot” con sendos cubatas libres (¿a santo de qué esta denominación?) en los ratos libres que los entrenadores les dejaban. Algún que otro espabilado se metía en la Universidad, mientras otros estudiaban inglés con la esperanza de jugar en el Tottenham City o el Manchester United (el City no gustaba entonces) y los más se dedicaban a los naipes o a leer TBO y novelas del Oeste en libros de bolsillos con portadas de cartulina fina y buenos dibujos en colores. Novelas que se leían desde la garita de la Guardia del Caudillo hasta los infiernos carboneros de los mercantes de entonces. Las chicas tenían su parcela copada por Corín Tellado y las fotonovelas espantosas de amores y desamores.

Me encontraba residiendo en el enorme piso del Gobierno Militar de Barcelona -ubicado en la Puerta de la Paz; donde está la estatua de Cristóbal Colón señalando con el dedo índice, que no el medio, hacia un confín en dirección contraria al edificio militar-, cuando una noticia me llama la atención, ello despierta en mí el interés por las cosas de la política del país, por cuanto vuela por todo el edificio, pasando de boca en boca, como si tuviera un misterio fuertemente oculto: Franco se estaba muriendo… era el mes de septiembre de 1975 y ello me marcó definitivamente como un estudioso de las cosas que pasó en España hasta ese día. Libros, datos y documentos, los tenía a montones delante de mí. Algunos originales y otros copias… algunos requisados a no se cuantos catalanes que lucharon contra el régimen franquista y en los que salían a relucir nombres de cargos públicos y de empresarios que si los sacaban a la luz daría mucho que escribir hoy en día. Pero eso ya pertenece a la posible Memoria Histórica que se consiga aprobar.

Sólo recuerdo que ese fue el día en que comencé a saber de Carlos Arias Navarro y la peculiar postura que mantuvo a lo largo de todo el proceso degenerativo del general, postura que a la postre lo llevaron al olvido más desolado que político alguno pudiera conocer. Todo lo contrario que el inefable Fraga Iribarne y su pretensión de que el Cid regresara en la persona del general. ¡Los del Movimiento nos tomaban por moros! Menudo camaleón resultó ser el indomable gallego.
 

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