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OPINIÓN - DOMINGO 30 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

Los pobres de hoy en día
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

No cambian las cosas tanto. Los ricos siguen haciendo la guerra, pero son los pobres los que mueren. Es lo mismo de siempre. También continuamos con las eternas limosnas, en vez de hacer que todo el mundo pueda vivir sin recibirla, nos empeñamos en ejercer el limosneo en lugar de ejercitar el desarrollo compartido. Ya me gustaría que los centros sociales pusiesen el cartel: “cerrado porque no hay pobres”. La realidad es muy distinta, a pesar de que cada día son más las instituciones dispuestas a amparar el desamparo, todas se quedan pequeñas para dar cobijo y posada, al aluvión de hambrientos e indigentes. Mientras España protagoniza desde hace más de una década una etapa de crecimiento espectacular, las bolsas de pobreza en absoluto menguan. Lejos de crecer, el salario del español currante pierde poder adquisitivo. Por el contrario, los beneficios empresariales se multiplican, sobre todo la Banca. En vista de lo visto, uno se pregunta: ¿En qué luna viven los sindicatos obreros que no se dejan oír ni ver? La situación es para preocuparse. Y, sobre todo, para ocuparse en poner remedio. Somos de los treinta países miembros de la OCDE, el país en el que los salarios obreros siguen a la baja.

La tarjeta de crédito es el haber de los pobres. Lo que implica un mayor endeudamiento del pueblo obrero que se mueve entre la asfixia y la falta de libertad. La cantinela de que España es un paraíso, donde todo el que quiere trabaja, tiene sus matices. No es verdad, si hablamos de un trabajo decente, así de claro. Cada día proliferan más los trabajos indecentes, mal pagados y sin protección alguna. Se puede malvivir, callando mucho y tragando más. Tampoco me sirve que el retroceso del salario medio sea debido a la entrada en el mercado laboral de muchos peticionarios, cuando es un derecho y un deber a proteger. El artículo treinta y cinco de la constitución no da pie a la exclusión, incluye a todos los españoles en el deber de trabajar y en el derecho a un trabajo digno, con la consecuente remuneración suficiente para satisfacer necesidades de familia. Por desgracia, la crecida de empleos precarios y con sueldos a ras de suelo, sin futuro alguno, están a la orden del día. O lo tomas o lo dejas. Esto es lo que hay. Qué castigo.

Lo que escasea son trabajos que den estabilidad familiar y desarrollo personal, justicia e igualdad de género. Algo que es fundamental para reducir la pobreza. Sin duda, para romper el ciclo de la exclusión es necesario producir nuevos entusiasmos y dar nuevas oportunidades. Precisamente, la OIT anima a los gobiernos y a las organizaciones internacionales a respetar las opiniones de la gente pobre y a diseñar soluciones a la medida en vez de otras de “talla única”. Las personas en condiciones de precariedad, ahogadas por las deudas que los tiempos actuales imponen, sin el apoyo ni la posibilidad de ascender por la escalera de las buenas coyunturas, se mueren en la desesperación. La lentitud con la cual se genera trabajo decente en nuestro país hace perder los nervios y la esperanza a cualquiera. Pienso que una mayor coordinación entre administraciones, patronales y sindicatos, así como una mayor coherencia y compromiso político hacia los más desprotegidos, sería lo suyo, si queremos avanzar todos a una. A mi juicio, No cambian las cosas tanto. Los ricos siguen haciendo la guerra, pero son los pobres los que mueren. Es lo mismo de siempre. También continuamos con las eternas limosnas, en vez de hacer que todo el mundo pueda vivir sin recibirla, nos empeñamos en ejercer el limosneo en lugar de ejercitar el desarrollo compartido. Ya me gustaría que los centros sociales pusiesen el cartel: “cerrado porque no hay pobres”.

La realidad es muy distinta, a pesar de que cada día son más las instituciones dispuestas a amparar el desamparo, todas se quedan pequeñas para dar cobijo y posada, al aluvión de hambrientos e indigentes. Mientras España protagoniza desde hace más de una década una etapa de crecimiento espectacular, las bolsas de pobreza en absoluto menguan. Lejos de crecer, el salario del español currante pierde poder adquisitivo. Por el contrario, los beneficios empresariales se multiplican, sobre todo la Banca. En vista de lo visto, uno se pregunta: ¿En qué luna viven los sindicatos obreros que no se dejan oír ni ver? La situación es para preocuparse. Y, sobre todo, para ocuparse en poner remedio. Somos de los treinta países miembros de la OCDE, el país en el que los salarios obreros siguen a la baja.

La tarjeta de crédito es el haber de los pobres. Lo que implica un mayor endeudamiento del pueblo obrero que se mueve entre la asfixia y la falta de libertad. La cantinela de que España es un paraíso, donde todo el que quiere trabaja, tiene sus matices. No es verdad, si hablamos de un trabajo decente, así de claro.

Cada día proliferan más los trabajos indecentes, mal pagados y sin protección alguna. Se puede malvivir, callando mucho y tragando más. Tampoco me sirve que el retroceso del salario medio sea debido a la entrada en el mercado laboral de muchos peticionarios, cuando es un derecho y un deber a proteger. El artículo treinta y cinco de la constitución no da pie a la exclusión, incluye a todos los españoles en el deber de trabajar y en el derecho a un trabajo digno, con la consecuente remuneración suficiente para satisfacer necesidades de familia. Por desgracia, la crecida de empleos precarios y con sueldos a ras de suelo, sin futuro alguno, están a la orden del día. O lo tomas o lo dejas. Esto es lo que hay. Qué castigo.

Lo que escasea son trabajos que den estabilidad familiar y desarrollo personal, justicia e igualdad de género. Algo que es fundamental para reducir la pobreza. Sin duda, para romper el ciclo de la exclusión es necesario producir nuevos entusiasmos y dar nuevas oportunidades. Precisamente, la OIT anima a los gobiernos y a las organizaciones internacionales a respetar las opiniones de la gente pobre y a diseñar soluciones a la medida en vez de otras de “talla única”. Las personas en condiciones de precariedad, ahogadas por las deudas que los tiempos actuales imponen, sin el apoyo ni la posibilidad de ascender por la escalera de las buenas coyunturas, se mueren en la desesperación. La lentitud con la cual se genera trabajo decente en nuestro país hace perder los nervios y la esperanza a cualquiera. Pienso que una mayor coordinación entre administraciones, patronales y sindicatos, así como una mayor coherencia y compromiso político hacia los más desprotegidos, sería lo suyo, si queremos avanzar todos a una. A mi juicio,
 

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