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OPINIÓN - VIERNES, 5  DE OCTUBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

El obituario de Cerdeira
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Se ha dicho siempre: si no perteneces a una cofradía, si no formas parte de un grupo con quien puedan identificarte, si a cierta edad no se te conoce pareja, o se descubre que desestimas leer las esquelas mortuorias de los periódicos es que no eres nadie.

En los tiempos de Maricastaña, los lectores del ABC se iban directamente a la sección dedicada a contar pelos y señales de las personas fallecidas. Claro que entonces, como ahora, resultaba muy difícil que la defunción de los pobres apareciera notificada en las relevantes páginas del diario monárquico (A propósito: tendré que preguntar si El Pueblo de Ceuta sigue cumpliendo con esa labor social de insertar en sus páginas las esquelas gratis, cuando éstas no pertenezcan a un encargo de las instituciones).

Recuerdo como en las barberías de antaño, hacerse con el ABC era más difícil que conseguir leer El Ruedo, El Dígame, El Ya e incluso Marca. Porque los clientes mientras esperaban su turno sentían predilección por mirar morbosamente los recuadros que le rendían homenaje a quienes la habían diñado. Y, tras el repaso minucioso, llegaba la sentencia: la muerte nos iguala a todos. Pero no todos, llegado ese momento, quedaban inmortalizados en las hemerotecas.

Pero, al margen de las esquelas, donde ABC destacaba, en justa competición con los periódicos anglosajones, era en los obituarios. Los cuales son un clásico del periodismo. Un género histórico. Que a muchos periodistas les causaba –y les sigue causando- recelos escribirlos por superstición: decían -y dicen- que era un género que permitía lucirse pero que estaba gafado.

Necrológicas se han escrito muchas, aunque pocas son las que han conseguido brillar con tanta fuerza como para que los propios distinguidos, de serles posible, hubieran dado las gracias por haberles tocado pasar por el último trance de la vida. Hay una semblanza escrita por César González-Ruano, dedicada a la muerte de Agustín de Foxá, que es una joya de la literatura periodística.

Bajo el título de Nacimiento de Agustín de Foxá -escritor, noble, rico, envidiado, y ninguneada su obra por sus ideas-, el talento del maestro González-Ruano invita, al menos a mí, a leer su obituario una y mil veces. Cuando muere escritor y periodista tan destacado, Jaime Campmany le hace su obituario correspondiente. Otra necrológica cumbre. Cuarenta y tantos años después, Raúl del Pozo ganó el premio González-Ruano al despedir al maestro, Campmany en su hora final, con Réquiem por el maestro de los epitafios. Otra inmejorable semblanza.

La muerte de María del Carmen Cerdeira me sorprendió estando yo de vacaciones. Y, por tanto, me ahorré pasar por el mal trago de tener que dedicarle el obituario que ella merecía. Aunque, la verdad sea dicha, las vacaciones fueron la excusa para evitar el enfrentarme a la tarea de juntar letras a fin de despedir a una gran mujer. Y no por superstición... sino porque habiéndome leído, una y mil veces y lo que te rondaré, morena, las tres semblanzas ya reseñadas, me entró un canguelo enorme. Tres semblanzas clásicas. Lo cual significa que nadie las puede mejorar. Por consiguiente, sólo me queda aplaudir el homenaje que a Cerdeira le han dedicado sus compañeros socialistas en Madrid.
 

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