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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 31 DE OCTUBRE DE 2007

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

¿Nace una nueva universidad?
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Desde que la comunidad internacional reconoce que los recursos del mundo son limitados y que cada país tiene el deber de aplicar políticas educativas orientadas a la mejora de la convivencia y a la protección del ambiente, he pensado que los centros universitarios son fundamentales para afrontar este desafío. Desde luego, ha de nacer una nueva universidad, lejos de ser un mercado de títulos, puesto que su espacio debe ser el medio por excelencia de la búsqueda y del análisis. En consecuencia, la modernización debe ir más allá de una mera ordenación de enseñanzas, por muchas puertas que nos abran al mercado laboral. A mi juicio, de lo que se trata es de apuntalar a la sapiencia, lo humanístico. Este saber, sin duda, sería el mejor rendimiento académico puesto que ganaríamos humanidad. Poco interesan los niveles de Grado, Master y Doctorado, si luego nos importa un bledo el deterioro ecológico por ejemplo.

Me parece decisivo para las relaciones recíprocas en un mundo globalizado el respeto a todo ser humano, provenga de donde provenga y habite donde la plazca, pues si los ciudadanos no son vistos como personas, será muy complicado alcanzar una plena justicia en el mundo por mucha sabiduría que cosechemos. Puede que sea necesario que las universidades sean las responsables de diseñar y proponer los planes de estudios que consideren más atractivos y acordes con sus recursos e intereses, pero considero que debe haber un denominador común en esa enseñanza, que para nada resta autonomía universitaria, en el sentido de que una cultura de mínimos debe ser a medida de la persona, humanística, superando las tentaciones de un saber plegado al pragmatismo o disperso en las infinitas expresiones de la erudición y, por tanto, incapaz de dar sentido a la vida y mucho menos de ayudar a vivir en comunidad.

La universidad (con minúscula pero con saber mayúsculo) que el mundo desea, y que el mundo precisa, ha de promover una visión de la sociedad centrada en la persona humana y en sus derechos inalienables, en los valores de la justicia y de la paz, en una correcta relación entre personas, sociedad y Estado, y en la lógica de la solidaridad y de la subsidiariedad. Más que facilitar el camino hacia la especialización de las universidades y su plena adaptación a las necesidades de la economía de mercado, hay que conseguir que las universidades se transformen en universos culturales, donde el diálogo sea lenguaje de máximos y la ética una exigencia intrínseca. No se debiera tratar tanto de instruir de manera productiva a los mejores profesionales como de formar ciudadanos de corazón, con un altísimo sentido de misión cívica, que consideren su profesión como servicio al mundo en su globalidad. Que la sociedad tecnológica destierre los valores del espíritu es la peor de las enseñanzas para entender las diferentes tradiciones y optimizar la consideración de unos para con otros ante la interdependencia de los pueblos.

Se podrán establecer los mejores mecanismos de garantía de calidad, pero si se olvidan o destierran valores humanos, poco habremos avanzado. Tendremos una universidad fragmentada por saberes y poco más. Habremos parcelado la universidad como un mercado, pero no habremos conseguido relanzar el valor de la persona humana para construir un futuro más seguro y menos injusto, despojado de ese cáncer angustioso que caracteriza al hombre contemporáneo. A los jóvenes hay que formarlos, en un entorno universitario cultivado y floreciente, haciéndoles ver que su formación en valores es necesaria para sentirse partícipes de la construcción de la comunidad europea.

La creación de una Europa basada en el conocimiento puede ser uno de los objetivos fundamentales de la Unión Europea, pero no pasa de estar ahí, porque el saber precisa algo más que una relación de disciplinas injertadas y casi siempre desunidas. La crisis de la modernidad y del cambio, la desorientación del ser humano es bien patente. Sin embargo, actualmente el número de jóvenes europeos titulares de un diploma de enseñanza superior supera con creces al de las generaciones anteriores. La dejadez de toda ética en los planes universitarios actuales, y me temo que futuros, ha conducido y seguirá conduciendo si esto no se ataja, a una situación deshumanizadora por muchos progresos económicos y técnicos que coleccionemos en la hoja de vivos. Hoy, por el contrario, la humanidad se siente profundamente atemorizada. Está visto que, en el contesto de este conocimiento universitario, el ser humano no siempre se humaniza ni se hace de veras más persona, o sea, más maduro en cuanto a la estética de la vida, de vivir y dejar vivir, más responsable, más abierto a los demás.

Pienso que el mundo de la universidad debe salir al encuentro y convertirse aún más en un centro de reflexión sobre el saber humanizador, así como en un foro de debate y de diálogo entre científicos y ciudadanos, entre docentes y discentes. A no pocos estudiantes les decepciona una universidad en la que no encuentran la formación que realmente necesitan para orientar su vida y sentirse realizado como persona. En consecuencia, que nazca una nueva universidad para esta Europa dividida, pienso que es una buena noticia porque se precisa más que nunca. Y creo que será gozosa novedad en la medida que alcance a permanecer fiel a su vocación de cuna del humanismo, como lugar privilegiado de creación de cultura humanizadora y de forja de pensamiento. En suma, que germine una nueva universidad distinta, capaz de formar por encima de informar, que ayude a tener autonomía a la persona y a ser mejores, que ofrezca no sólo disciplinas, sino también éticas de sabiduría, libres de la esclavitud de las ideologías políticas o de la economía de mercado, capaz de abrirse al ser humano desde el humano ser, será para celebrarlo. Loar que las universidades formen seres con actitudes humanas, aptos para gobernarse a sí mismos y no para se gobernados por los demás, sería un avance sin precedentes, donde el vencedor sería la educación y el vencido la distinción de clases. ¡Qué justicia más grande!
 

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