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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 7 DE NOVIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN /COLABORACIÓN

Ciudadanía y geografía, o por qué Marruecos no tiene razón

Por Carlos Martínez Gorriarán, Responsable Comunicación y Programas DE UPD


Las protestas contra la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla, que Marruecos considera dos ciudades marroquíes usurpadas, pretenden fundarse en razones geográficas e históricas. Los nacionalistas vascos y catalanes, como no podía ser menos, apoyan más o menos veladamente esas protestas –abiertamente en el caso de ERC, socio parlamentario de Zapatero y socio gubernamental de Montilla, es decir, del PSOE-porque comparten todo el razonamiento de fondo, a saber: que la geografía y la historia imaginaria deben determinar la política e imponerse a la democracia. Como Ceuta y Melilla están en el norte de Africa y lindan con Marruecos, entonces deben ser africanas y marroquíes. Es una completa falacia que ignora, como no podía ser menos, el valor y el significado del concepto de ciudadanía.

Desde España, y desde las mismas ciudades afectadas, suele responderse a esa reivindicación étnico-geográfica con contra-argumentos históricos y jurídicos. Que España lleva en Ceuta desde el siglo XVI y en Melilla desde el XV, etcétera. No es que estén de más, pero para lo que nos importa son argumentos incompletos e insuficientes. Sobre todo porque pueden entrar en la lógica contaminada de la vindicación marroquí e hispanófobo-separatista (neologismo divertido, ¿no?) ¿Qué es lo que nos importa?: pues la gente que vive en Ceuta y Melilla, sus ciudadanos. La ciudadanía se define en la práctica no tanto por los lazos jurídicos de dependencia –los vasallos también tienen lazos jurídicos, como también los tenían los esclavos- como por los derechos y obligaciones autónomas que conlleva. Es decir, por las libertades de cada persona en particular y su igualdad con otras (sus iguales).

 ¿Cuál es el problema insuperable de la reivindicación marroquí de Ceuta y Melilla? Sencillamente, que aceptarla –o negociarla, que siempre es un inicio de aceptación- significa ni más ni menos que aceptar convertir a los habitantes de Ceuta y Melilla, ciudadanos de España con todos los derechos y obligaciones intactos, en vasallos de la monarquía alauita. Tal cosa es inaceptable: los ciudadanos de Ceuta y Melilla tienen el derecho de esperar la plena solidaridad de los ciudadanos de cualquier otra parte de España, y viceversa, nosotros tenemos la obligación de ser solidarios con ellos: ser sus conciudadanos. Aceptar cualquier otra cosa es aceptar el fracaso de la democracia y el vaciamiento del concepto de ciudadanía.

Una prueba en sentido contrario: Gran Bretaña, astuta y experimentada potencia imperial y ejemplo de Estado de derecho, siempre ha tenido el cuidado de no conceder la ciudadanía a los habitantes de sus colonias, incluso aunque les conceda un pasaporte británico especial. ¿Por qué? Porque si los habitantes de Hong Kong o de Gibraltar, pongamos por caso, fueran ciudadanos británicos de pleno derecho, Gran Bretaña no podría jamás retroceder el control de la colonia a la metrópoli original –China, y en su momento España- sin violar su Constitución (que existe, aunque no esté escrita). Es la inversa de la razón de fondo por la que España tampoco puede negociar con Marruecos el futuro de Ceuta y Melilla: porque equivaldría a negociar el futuro de la democracia, que no se compone de territorios –pese ahora lo piense el PSOE y siempre los nacionalistas-, sino de ciudadanos que, naturalmente, viven en sus ciudades.

¿Dónde, si no? Esto, no la historia o el derecho internacional, es lo que hace a Ceuta y Melilla ciudades españolas: que están habitadas por comunidades de ciudadanos españoles como nosotros. Comunidades que habrá que defender por todos los medios si alguien las ataca violentamente.
 

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