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cultura - DOMINGO, 11 DE NOVIEMBRE DE 2007


momento de la representación. REDUAN.

‘¡Ay, Carmela!’
 

Una obra para no olvidar

El montaje de Miguel Narros de ‘¡Ay,
Carmela!’, una de las obras cumbres
del teatro moderno español, no defraudó
a los ceutíes, que llenaron el Auditorio
Siete Colinas por dos noches consecutivas
 

CEUTA
Rober Gómez

local
@elpueblodeceuta.com

En un momento de la representación, Carmela, fallecida ya, comenta a Paulino –tal vez enloquecido por el delirium tremens, tal vez viviendo una experiencia extrasensorial– que allá, en la Muerte –no en el Cielo ni en el Infierno, la Muerte es el más allá; republicanos y nacionales todos juntos sin utilidad de ser belicistas, pues todos están fallecidos al fin y al cabo– hay algunos a los que ve borrosos, “a lo mejor son los que murieron al principio de la Guerra”. Es decir, una visión ateísta, sin premio ni castigo, sólo el recuerdo de los vivos mantiene a los muertos ¿vivos? ¡Qué lío! ¿no?

Cuando José Sanchís Sinisterra escribió ¡Ay, Carmela! hace ahora 20 años, convertida en dos decenios, yo diría, que en el clásico de la dramaturgia moderna española, creía sinceramente que había escrito un texto para que su modesta compañía de aquellos años, El Teatro Fronterizo, recorriera las tierras de la España democrática recordando a sus compatriotas fallecidos cincuenta giros de La Tierra al Sol antes a manos de “las fuerzas más oscuras y retrógradas de nuestra sociedad, que habían desencadenado una feroz guerra fraticida, cuyas heridas no habían sido todavía restañadas”, escribió recientemente el propio autor. Estamos, por tanto, ante un texto cargado de política, que requiere de un posicionamiento si no se quiere ser cobarde, de lo peor que puede ser un periodista; y yo, que mi abuelo pasó 8 años en la cárcel, entre otras vejaciones, pueden imaginar lo que pienso, aunque prefiero pensar que no me hubiera hecho falta que mis antepasados sufrieran para llegar a la conclusión de que enterrar a los muertos con dignidad no es de izquierdas ni de derechas, sino de buenos cristianos, aunque uno sea ateo.

Todo esto viene a cuento de que este nuevo montaje de ¡Ay, Carmela!, a manos del prestigioso Miguel Narros, no sólo ha sido un evento dentro del mundo del teatro español porque recuperara a Verónica Forqué en el papel de Carmela, la primera actriz que la interpretó en 1987 en su estreno –“un insólito bucle temporal”, como dice Sanchís Sinisterra–, sino porque llega en medio del debate sobre la Ley de Memoria Histórica.

El Auditorio Siete Colinas se quedó pequeño en los dos pases de la obra, algo que, por otro lado, tampoco es difícil. ¡Ay, Carmela! despertó el interés de los ceutíes, y la confianza del público fue devuelta por Forqué y Santiago Ramos –Paulino- con creces. Pusieron sobre las tablas todo el profundo conocimiento que tienen de los dos personajes después de más de doscientas funciones por España. “¡Qué ritmo le dan”, me comentaba Manuel Merlo –principal responsable de que la obra haya recalado este fin de semana en tierras caballas–, “cómo se frenan y arrancan”, creo que añadió mientras apuraba un cigarrillo en el intermedio de la función a la entrada del auditorio, conocida ya la situación de los dos cómicos obligados a improvisar una actuación ante las fuerzas nacionales a su pesar y ante un grupo de prisioneros que serían ejecutados al día siguiente. Eso me recordó a los monologistas de Paramount Comedy. ¿Por qué son tan buenos y los de El club de la comedia tan mediocres?, me pregunté siempre. Fácil: porque unos se han currado sus propios textos por todos los garitos de Madrid y seguramente muchas veces sintieron como un puñal la indiferencia del público, pero finalmente saben dónde hacer las pausas, qué suprimir, dónde desatarse y dónde dejar carcajearse al personal agarrados a sus copas; y porque otros eran actores que recitaban el texto de, probablemente, esos mismos monologistas que malviven en la gran ciudad, llevándose el pastizal que se mueve en televisión por media hora de trabajo ante las cámaras, el cual pronto olvidarían.

¡Ay, Carmela!, que es una obra eminentemente cómica, llegaba totalmente rodada a Ceuta. Tal vez, Forqué y Ramos podían haber arribado al puerto ceutí un tanto hastiados ya de tanta Carmela y Paulino; pero si era así, yo no me di cuenta. Mientras uno se sonríe de los pedos de Paulino y ríe con las ocurrencias de su compañera sentimental, no puede desalojar de su corazón que Carmela está muerta, Paulino alcoholizado y subyugado y que el alzamiento fascista está ganando la guerra. Comedia y patetismo se mezclan de forma magistral, algo así como ocurría en La vida es bella de Benigni. Y creo que conseguir que esa amalgama funcione no es que sea difícil, sino que está al alcance de muy pocos. Tan bien ha funcionado que la obra de Sinisterra ha sido traducida a casi todos los idiomas, a pesar de que el propio autor tuvo sus dudas en la primera conversión –al francés- aduciendo que el libreto no se entendería fuera de este país. Subestimó a su propio texto, tocado por las hadas, sin duda. Es más, el público –español, francés, chino o malayo- se convierte en parte de la obra, en la tropa nacionalista que aplaude los número musicales, porque ¡Ay, Carmela! es, por ende, un homenaje al mundo de los cómicos de aquella época.

Carmela acaba siendo espontáneamente fusilada por su público por ser una mujer piadosa y Paulino sobrevive para continuar su vida como les tocó a los perdedores, humillado y atemorizado.
 

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