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OPINIÓN - JUEVES, 15 DE NOVIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Ecos de sociedad

Por Quim Sarriá


Transcurría el año 1982 y en determinado momento del mismo me separé de mi primera mujer, de mutuo acuerdo sin problemas ni cortapisas, en un acto casi reflejo porque nuestro amor se había apagado como una vela. Habían pasado trece años de unión matrimonial, con sus vaivenes de crisis y felicidad como todos, que debido a la libertad que imperaba entonces, sólo entre los dos, quedó visto para un futuro divorcio. Tiempo después obtuvimos el divorcio y celebramos una fiesta por todo lo alto, los dos, junto a nuestros respectivos amigos. Hoy en día es una de mis mejores amigas.

Entonces la separación de un matrimonio conllevaba una larga serie de calumnias, crisis familiares, denigraciones, difamaciones, falacias, falsedades, infamias, maledicencia, reticencias y rumores sin cuento. Lo que uno tuvo que soportar no es de recibo.

Hoy en día, gracias a la Ley Ordóñez, divorciarse es cosa de un suspiro y poco más. Separarse es otra cosa que bien pudiera afectar a una de las partes; muy dolorosa resulta una separación si uno de los componentes de la unión no lo desea. Pero cuando hay mutuo acuerdo…

No me extraña en absoluto que en la familia real tenga que pasar lo que pasa en una familia normal, familia de a pie, y la separación de la hija mayor de Juan Carlos I y Sofía es una cosa que se veía venir desde lejos.

Conozco personalmente a la Infanta Elena merced a nuestros trabajos conjuntos en el Comité Paralímpico Español al que yo pertenecía como miembro y la Infanta era la presidenta (1994-1997), ignoro si hoy en día lo sigue presidiendo porque perdí contacto una vez cumplido mi objetivo. La Infanta Elena, durante mucho tiempo fue la segunda en la línea sucesoria de la Corona española, ha tenido un comportamiento público correcto y discreto que debe ser valorado en este momento difícil en lo personal para ella y para su marido. La prensa basura, amarilla, van a poner a prueba el carácter de la Infanta y de su marido.

Lo siento por Juan Carlos I, que lleva unos días de auténtico rifi-rafe mediático, porque la ruptura matrimonial de su hija mayor representa una novedad en su familia que hasta ahora aparecía ante los españoles como idílica. Desde ayer (por el miércoles), la familia real española comparte con otras célebres dinastías europeas las separaciones matrimoniales.

La separación, que no tendrá efectos legales según el comunicado real, llega en un momento en que el Rey y la institución monárquica esta en boca de todos. Los episodios de las caricaturas de “El Jueves”, las quemas de retratos reales por grupos minoritarios radicales, las críticas de la COPE, la visita a Ceuta y Melilla y el rifi-rafe entre el Monarca y el presidente venezolano Hugo Chávez, en la Cumbre Iberoamericana, han marcado unos momentos inesperadamente difíciles para la Corona. A todo ello se une la crispación que ha generado en ésta legislatura la oposición frontal del PP y sus medios afines han terminado por tocar la figura del Rey que se ha visto envuelto, indeseablemente, en la batalla política.

A fin de cuentas, la familia Real está compuesta por seres humanos, como Vds., como lo demuestra el pronto de nuestro Rey ante el venezolano y ahora la crisis del matrimonio de su hija. ¿Qué le vamos a hacer?, la vida sigue.

Como es de prever, los Ecos de Sociedad “amarillos” tienen un filón para seguir ensuciando el cerebro de quienes quieran atenderlos, sea leyendo la prensa o viendo la pantalla pequeña, habrá quienes expresen su opinión de manera tan falaz como artera y quienes digan conocer los entresijos de la familia hasta el último detalle. Bueno será que la Casa del Rey intervenga de manera drástica.

La alta valoración que tenemos los españoles de nuestra familia Real implica que respetemos la decisión de la Infanta y de Jaime Marichalar como un asunto de ámbito privado. La decisión de no vivir juntos ya en el lujoso ático del barrio de Salamanca de Madrid, que compró el marido, sólo es un episodio más en la vida de ambos. Lo que nos duele es que lo resuman en esa eufemística frase “cese temporal de la convivencia” con el que pretenden dejar abierta la puerta de una futura y eventual reconciliación.
 

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