PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - DOMINGO, 25 DE NOVIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Paco Candel

Por Quim Sarriá


Era una noche tremendamente fría, yo había acudido al barrio de El Polvorín, arriba de la Montaña de Montjuic cerca del cementerio del mismo nombre, al objeto de visitar a un discípulo mío cuya mujer había parido una preciosa niña. A petición de mi amigo accedí ser el padrino de su hijita.

El Polvorín era un barrio marginal de casas baratas y mal construidas que habían acogido a buena parte de los inmigrantes españoles de otras regiones y que vivían hasta entonces en barracas construidas por los propios inmigrantes en la falda de la montaña de Montjuic (Barcelona) vora el lujoso cementerio. Ello representaba una diferencia abismal de clase: mientras los muertos moraban en el hoyo configurado por panteones y tumbas de una exquisita y rica arquitectura, los vivos dormían a ras de suelo y sin bollo que llevarse a la boca, bajo techos de hojalata y en algunos casos uralita. Sin agua corriente y con luz de enganches oscuros.

Siempre que subía al barrio para ver a mi ahijada, solíamos acudir a un bar existente aún en la carretera de acceso al propio barrio. En ese bar pasé muchas horas escuchando historias de los “charnegos”, que es como nos llaman los catalanes a los que venimos a residir en Catalunya provinentes de otras regiones de aquella España de la alpargata y del botijo. Muchas veces hablé con un hombre sencillo pero a la vez enorme. Un gran hombre que se preocupaba por todos y cada uno de los residentes del barrio y de otros barrios plenos de gente llegadas de otras tierras.

Tenía yo, por aquel entonces, 31 años, corría 1978, y dirigía una entidad asociativa que luchaba por los derechos de los minusválidos. En determinadas ocasiones me encontraba con ese hombre sencillo pero de gran humanidad, trabajador y escritor por más señas. Escritor de temas tan interesantes como sensibles. Autor de un estudio sociológico, un ensayo surgido durante los años del crecimiento económico de Barcelona y que constituía un auténtico hito en el campo de la reflexión sobre la configuración social de la ciudad, transformada a causa del fenómeno de la inmigración procedente de las zonas económicamente más deprimidas del Estado español y que configuraron unos nuevos ciudadanos “los otros”, unos nuevos catalanes pero instalados en los suburbios de Can Tunis, Verdun y la Trinitat. Aislados de la población autóctona, no podían integrarse en la sociedad catalana, un colectivo con una identidad desdibujada que el Estado franquista perseguía dura y ferozmente.

Francisco Candel, Paco Candel, había nacido en Casas Altas (Valencia) en 1925 y desde que tuvo razón de ser, se dedicó plenamente a ayudar a “los otros”. Este es el hombre sencillo pero grande que conocí en mis frecuentes tertulias en los bares de El Polvorín, Zona Franca, Can Tunis y sobre todo en el barrio conocido como La Marina, el de las casas baratas de la Seat, construido para cobijar a los trabajadores de la empresa automovilística. Paco Candel narró con maestría su vivencia en el libro “Donde la ciudad cambia de nombre”, escrito en 1957. Un formidable canto a la inmigración y al sacrificio de miles de hombres y mujeres en busca del sustento diario.

De este hombre sencillo pero grande me llega la noticia de su ausencia total de éste mundo. Murió Paco Candel, desde ahora Don Francisco Candel. Hombre que luchó por sus sentimientos ideológicos que marcaron su carácter.

Aquél hombre con el que mantuve una conversación dura y pura sobre las causas políticas que movieron a mucho españoles a abandonar sus lugares en busca de la fuente de la vida, traducida por trabajo… ya no está. Se fue el autor de “Los otros catalanes”; cronista en los desaparecidos “Tele/Exprés”, “El Correo catalán”, “Serra d’Or”, “Destino” y “Canigó”. Después de la muerte de Franco siguió en “El Periódico” y en “Avui”.

Adiós férreo luchador en favor de la cohesión social. Tu mensaje sigue vivo para siempre. Adiós voz de los más necesitados y de los inmigrantes… la medalla de oro que te concedió la Generalitat es poca cosa, merecías mucho más.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto