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OPINIÓN - MARTES, 27 DE NOVIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

La becaria
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La chica vino desde su Pamplona natal con escaso bagaje cultural y unas ambiciones desmedidas, que no estaban acordes con su escasa formación. Carmen Echarri era, sin duda, la que peor escribía de cuantos becarios llegaron en su día al periódico decano. Tenía del estilo una concepción zarrapastrosa. Lo cual sí coincidía con su habitual desaliño. Rezumaba, por tanto, descuido por todos los poros de su cuerpo. Aunque venía sobrada de otros recursos para ganarse la voluntad del editor.

Un editor, Rafa Montero, que en principio estuvo tentado de prescindir de sus servicios. Porque decía desagradarle todo lo referente a una muchacha que, según comentaba él, no tenía nada que agradecerle a Dios. Y Carmen, que estaba al tanto de lo que decía el jefe, entendió perfectamente que debía actuar con prontitud si quería echar raíces en “El Faro”. Y, claro, se puso manos a la obra para dar lástima.

Lo primero que hizo Carmen fue propalar que algunos becarios la tenían tomada con ella. Que incluso la maltrataban de palabra en la vivienda compartida con ellos. Hasta el punto de que, cada dos por tres, se desvanecía en la redacción y allá que acudían los veteranos del medio a procurarle aire a una criatura que daba la impresión de sentirse desvalida en medio de tantos compañeros malvados.

Quienes comenzaron a hacerle el artículo ante un Montero que seguía en sus trece de darle la boleta, fueron los directores que se turnaban en la dirección, porque habían conseguido que ella se pasara horas y horas en una redacción abandonada por ellos, mientras el dueño andaba siempre de viaje por tierras murcianas, dándose aires de ser un nuevo Joseph Pulitzer.

A partir de entonces, y gracias a la pereza de Higinio Molina y de Luis Manuel Aznar, de Carmen principiaron a decir los lameculos de la Casa que era una chica extraordinaria, y que se pasaba tantas horas en su puesto de trabajo que a veces dormía incluso en el despacho del director. Que ya había que tener ganas. Porque ese despacho si por algo se distinguía era por oler a sobaquina y a pies apestosos hasta la náusea. Así, cuando el editor se enteró de que la Echarri amaba tanto a “El Faro” que incluso tenía por colchón el sillón de los directores –por lo del turno- y por almohada la mesa de éstos, no dudó en exclamar: ¡Esta es la chica que voy a situar a la vera de Luis Vicente Moro para que me tenga al tanto de cuanto se cuece en la ciudad! Y la chica, Carmen Echarri, gritó ¡eureka!... Al fin se van a cumplir todos mis deseos.

Un día, de hace ya varios años, le dije a Carmen Echarri que sus artículos eran desmañados. Abstrusos. Complicados. En suma: que cuanto escribía estaba falto de gracia, de finura, de imaginación... Pero que tenía todo el tiempo del mundo, por su juventud, para aprender a decir las cosas con interés. Pero ha ido de mal en peor. Y también recuerdo haberla consolado cuando, ejerciendo ya de directora omnipotente, apareció por el periódico, de la mano del editor, Luis Manuel Aznar. Pues no sólo cogió la llorona sino que se puso a despotricar contra ambos. Y me vi forzado a hacerle una columna despectiva al hijo pródigo que regresaba ganando más dinero que ella. Y todo porque Montero decía que “El Faro” necesitaba una revitalización urgente.

El viernes pasado, tras leer un artículo de CE, titulado “El Señor de los negocios”, pensé: hay que ser imbécil para escribir así. ¡Esto no tiene sintaxis!...
 

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