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OPINIÓN - MARTES, 27 DE NOVIEMBRE  DE 2007

 
OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Violada condenada

Por Quim Sarriá


Corría el año 1993 y estaba residiendo en Madrid, como presidente de un organismo nacional del deporte. Acababa de salir de una reunión del Consejo Superior de Deportes, que presidía por aquel entonces Rafael Cortés Elvira, Secretario de Estado del Deporte con el Gobierno de Felipe González y buen amigo mío, aunque fuera un furibundo hincha del Atlético de Madrid.

Durante los primeros meses de mi estancia en Madrid, paraba en la residencia del Instituto Nacional de Educación Física y Deportes, cuyo director era el ceutí José Ramón López Díaz-Flor, que me ayudó sobremanera mientras buscaba una morada más estable e independiente. No me agradaba estar rodeado de gente perteneciente al mundo del deporte en su vertiente activa, de todas las modalidades, simplemente porque el jaleo era enorme. Este jaleo estaba motivado por el éxito de las selecciones españolas en las Olimpíadas del año pasado y por ello, las autoridades deportivas estatales se habían empeñado en desarrollar actividades a marchas forzadas con vistas a las próximas olimpíadas de Atlanta’96.

Un día, durante una reunión internacional de líderes deportivos, recibí la invitación personal del emir Asfeth Missalam Ahmed, tesorero de la Federación de Deportes de Kuwait en el sentido de que acudiera a su país para dar una conferencia sobre la formación de líderes deportivos, con todos los gastos pagados más una asignación por los servicios prestados y una cantidad determinada para mis gastos particulares. Ni que decir tiene que ante tamaña invitación acepté decididamente.

Aparte de que el viaje a aquél país de la península arábiga fue toda una aventura, mi estancia en el mismo, que se prolongó veinte días, resume todo el compendio de lo que es en realidad aquella zona en su vertiente humana.

Aquél país que en 1953 se había convertido en el mayor exportador de petróleo del Golfo Pérsico y que nunca había nacionalizado a cuantos inmigrantes llegaban, ni siquiera les concedía la ciudadanía, era en realidad un feudo de una feroz familia que sin embargo daban mucha importancia a la hospitalidad. De hecho fui invitado a numerosas reuniones de gente importante de aquél país con un té o café siempre esperándome. Antes venían las comidas, unas comidas que tienen un papel muy importante en el pequeño país fundado por la dinastía Al Aniza, cuyos primeros miembros emigraron desde la Arabia central, acosados por la hambruna. Las comidas a la que asistí –es tradición en ese país invitar frecuentemente- siempre estaban conformadas por la tradición y la principal se conoce como “machboos” y consistía en cordero, pollo o pescado mezclados con grandes cantidades de arroz cocido. Se comía con las manos, únicamente con la derecha, cosa que me creó bastantes dificultades al no estar acostumbrado y por mi terror congénito de ver mis manos manchadas con grasa, aunque hoy en día esa práctica está desterrada.

Acudía, especialmente invitado junto con el intérprete de español habitual que pusieron a mi servicio, a numerosas “diwaniah” (una institución exclusiva de la cultura kuwaití) algunas tardes de la semana. En esas reuniones sólo participan hombres y se discute cualquier tema sin miedo a ser perseguidos. En una de esas reuniones me llevé el mayor susto de mi vida…

Las mujeres, en toda la península arábiga, tienen un papel inexistente. Son meros objetos de uso exclusivo de los hombres, tanto en el ámbito familiar paterno como en el marital. No pueden, ni deben, estar reunidas con hombres que no pertenezcan a su familia. Por ello no me asombra la noticia que ahora viene en los medios de comunicación de que hayan castigado condenando a una joven árabe que ha sido violada por muchos hombres.

Ese castigo tiene larga tradición en el Golfo Pérsico. Si una mujer es hallada reunida con un hombre que no pertenece al ámbito familiar, está condenada de antemano a ser violada por varios hombres como castigo a ese acto. Si presenta denuncia es castigada, encima, a varios azotes con látigo y posteriormente desterrada, si no ha sido asesinada antes por algún miembro de la familia. Si alguien salía en su defensa también era castigado, mientras los violadores salían indemnes.

Esto es lo que me tradujo el intérprete en aquella “diwaniah” a la que asistí (era la cuarta de un total de siete reuniones). Una mujer kuwaití había sido condenada a la lapidación… porque los rumores la situaban en una situación comprometida. No tenían pruebas de ello… ¡únicamente eran rumores! No dije nada, no quería ser condenado en el único país del mundo sin lagos ni reservas de aguas naturales. Sólo petróleo.
 

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