PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - MIÉRCOLES, 5 DE DICIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

El río de la vida
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Nada hay como retornar al hogar, a “casina”. Ayer a media tarde, plácidamente sentado viendo correr el paisaje mientras el taxi de Tánger comía kilómetros acercándose a mi Tetuán del alma, reparaba casi con asombro en la sequía imperante con el recuerdo puesto, aun, en el verde casi lujuriante de las praderas del norte de España. Sentí cierta extrañeza y una punzada en el estómago pues después de abandonar la bella y bravía Asturias, patria querida, la sensación que latía en mis entrañas al entrar en la Blanca Paloma de la Yebala era que, ahora y quizás ya para siempre, mi hogar estaba firmemente anclado en esta acogedora tierra magrebí y no en mi Gijón natal. ¿Saben?. Naturalmente no es que vaya a importarles, pero si comparto esto con ustedes es por intentar comunicarles unas sensaciones que, de algún modo, no dejarán de latir en más de una línea escrita como siempre -ya están acostumbrados, verdad?- a caballo de aquí y de allá, de ahora en adelante. Las cambiantes aguas del río de la vida me han ido arrastrando hacia esta orilla en la que, apenas sin darme cuenta, he ido construyendo lo que constituyen las raíces de un hombre: casa, trabajo, amigos, familia…. Referencias existenciales que conforman un equilibrio emocional al que es difícil -y doloroso- renunciar. No deja de ser curioso y tener su punto en mi peculiar “aliá” a este Tetuán al que, en su momento, se conoció como “La segunda Jerusalén” el hecho de que en parte (no voy a invocar al azar o el destino, aunque ambos jugaron su papel) fuera mera decisión personal aun cuando, posiblemente, inducida de forma sutil y a título individual por esas “driving forces” a las que tanto se refería Arnold J. Toynbee en su riguroso “Estudio de la Historia”.

Marruecos está plagado de camposantos donde han ido enterrando su huesos decenas de miles y miles de europeos: desde el antiguo cementerio hebreo “de los de Castilla”, acostado desde 1.492 en una de las laderas del Dersa y con una soberbia vista hacia el Este de la vega de Río Martín vestida, al fondo, con un marino cinturón azul, al de Alhucemas, la tierra de la lavanda, triste y desvencijado, aireado por la brisa marina y con el salitre entrando en sus tumbas; el cuidado y ordenado, enorme, cementerio francés -civil y militar- de Rabat; o, en el centro de Tánger, ese rincón de paz a la vera de la morisca iglesia anglicana -ayer volví un rato a perderme en su umbría- donde sueñan la eternidad hombres y mujeres (entre ellos tripulaciones enteras de la RAF, derribadas junto a sus aviones en las cercanías durante la II Guerra Mundial) con sus tumbas decoradas, en no pocas ocasiones, con motivos de raíz arabesca entre los que destaca más de un arco de herradura y unas emotivas palabras que traduzco del inglés: “Amaron Marruecos”.

Recién cruzado el Ecuador de la vida uno tiende a hacer inventario intentando, vanamente, discernir el escaso tiempo del que aun dispone para llevar a puerto proyectos e ilusiones antes de emprender, peregrinos somos, el definitivo viaje hacia el enigmático Cosmos del que nadie nunca ha vuelto. El ayer ya pasó y, el mañana, nos preguntamos cada noche si amanecerá. Vive pues cada día, amigo lector, con la misma intensidad como si fuera el último de tu existencia y sin echar, en demasía, la vista atrás.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto