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OPINIÓN - MARTES, 11 DE DICIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

El dogma de la Inmaculada
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Las carreteras españolas sangran cual venas abiertas como estos días hemos vuelto a ver en el conocido ya como “Puente de la Constitución”, que va dejando a un lado la tradicional festividad de la “Inmaculada Concepción de María” del 8 de diciembre. Aunque determinados medios jaleen desde la perspectiva cristiano-católica el evento (están en todo su derecho y en la España actual el catolicismo sigue representando a una amplísima y respetable parte de la población), lo cierto es que el devenir de nuestro país va vertebrando cada vez más las filas de la aconfesionalidad, si bien el peso (político, económico, mediático y religioso) de la Iglesia Católica sigue gravitando sobre la sociedad resistiéndose a una influencia más espiritual e inmiscuyéndose -burda e ilegítimamente- en vidas, haciendas y conciencias. “Mi Reino no es de este mundo” dijo el “rabí” Jesús de Galilea, pero la multinacional con sede en el Vaticano sí y, no digamos ya, su aventajada discípula: la Iglesia Católica española, especialista en jugar a las bandas que hagan falta con tal de seguir manteniéndose, con más oportunismo que vergüenza, en el machito. Y a la historia me remito que, en expresión cervantina, “con la Iglesia hemos topado amigo Sancho”.

El dogma de la Inmaculada -uno más-, según el cual la Virgen María fue preservada de todo pecado desde su concepción fue establecido tardíamente el 8 de diciembre de 1.854 por el Papa Pío IX, basándose en la interesada lectura de solo dos de los evangelios sinópticos, los de Mateo y Lucas, malamente traducidos al latín por San Jerónimo en su “Vulgata”. En los evangelios de Marcos y Juan no encontramos una línea sobre tan trascendental acontecimiento ni, tampoco, en las epístolas atribuidas a Pablo, el testimonio escrito más cercano a la historicidad de los hechos que se narran (consulte usted Romanos 3, 9 y siguientes). Según la versión de la Biblia manejada en mi niñez y que conservo como oro en paño, la Nácar-Colunga, la “concepción milagrosa” fue obra del Espíritu Santo entendido, sutilmente, como una “fuerza divina carismática” con la idea de enmascarar la grosera realidad que nos remitiría a otro dogma insufrible, el de la Santísima Trinidad, asumiendo el cual nos encontraríamos con que Jesús (Hijo) tendría ¡dos paternidades!: la primera (Padre) y la tercera (Espíritu Santo) personas de la Trinidad. Por no hablar del acrónimo con en el que irónica y popularmente somos conocidos los llamados José: “Pepe”, ya saben, juntando las dos primeras letras de “Pater putatibus” (Supuesto padre) con el que era conocido el maduro, sufriente, ingenuo y tolerante carpintero desposado con la doncella María.

No se descomponga, amigo lector, si es usted católico y hágase un favor: lea directamente la Biblia… e interprete. Ahora puede, su querida Iglesia ya no monopoliza el texto ni le va a excomulgar (o aun peor, ¡quemarle en la hoguera como a tantas miles de inocentes víctimas!) por consultar las Sagradas Escrituras. Y que le expliquen por qué reputados varones (algunos Padres de la Iglesia) como San Agustín, San Bernardo, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, o incluso papas como León I (quién en un sermón de la Navidad del 440 afirmó que “Sólo el señor Jesucristo nació inmaculado”) e Inocencio III (1216) no asumían esa creencia.
 

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